Las exigencias de la vida diaria requieren una oración constante. Bajo el título de “La oración diaria”, el Manual de La Iglesia Madre proporciona este Estatuto para la guía de los miembros de La Primera Iglesia de Cristo, Científico, en Boston: “Será deber de cada miembro de esta Iglesia orar diariamente: ‘Venga Tu reino’; haz que el reino de la Verdad, la Vida y el Amor divinos se establezca en mí, y quita de mí todo pecado; ¡y que Tu Palabra fecunde los afectos de toda la humanidad, y los gobierne!” (Mary Baker Eddy, pág. 41).
Orar esta “Oración diaria” afianza nuestro pensamiento en la Verdad divina a lo largo del día, recordándonos nuestra relación inseparable con Dios, el Espíritu. Nos impulsa a saber que el Espíritu, el Amor divino, nos creó y nos bendice y que, puesto que somos linaje del Espíritu, nuestra verdadera naturaleza es espiritual y eterna. Esta oración nos insta a reconocer que Dios —la Verdad, la Vida y el Amor— gobierna todo el universo, incluso a cada uno de nosotros, y a rechazar la forma de pensar y el comportamiento no espiritual. Si algún mal aparece en nuestra experiencia, podemos resistirlo y vencerlo cediendo al dominio absoluto de la bondad de Dios.
No obstante, cosechar los beneficios de este Estatuto requiere más que repetir palabras. Significa vivir la oración diariamente en nuestros pensamientos y conducta. Muchos Científicos Cristianos lo han memorizado y lo aprecian como una guía amorosa de la Sra. Eddy, quien también escribió el libro de texto de la Ciencia Cristiana, Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras. Mostrando su gran amor por la humanidad, la última línea de la oración enfatiza con signos de exclamación la necesidad de orar por todos, en todas partes: “¡Y que tu Palabra fecunde los afectos de toda la humanidad y los gobierne!”.
Esta última línea nos llama a ampliar nuestro pensamiento más allá de nosotros mismos. Una forma de hacerlo es orar para saber que la humanidad puede obtener una comprensión más completa del amor de Dios y experimentar Su cuidado que todo lo abraza. Esta oración se extiende para tocar el corazón receptivo y ayudar a cumplir los anhelos espirituales de la humanidad.
Sin embargo, antes de tender la mano a los demás, es útil dejar que la Palabra de Dios enriquezca nuestros propios afectos. Cuando establecemos firmemente en el pensamiento que el reino —la supremacía— de la bondad siempre presente del Amor está dentro de nosotros, entonces podemos expandir nuestra comprensión de esa verdad para ver que se aplica a todos, incluso a aquellos que están en otras partes del mundo. Así es como bendecimos individualmente la consciencia colectiva de la humanidad.
El hecho glorioso del gran afecto del Padre-Madre Dios por Sus hijos, que todo lo abraza, debe en última instancia obligarnos a todos a adorar a Dios, a atesorar la Verdad y el Amor y a tener un afecto bondadoso por cada uno de Sus queridos hijos, a pesar de las innumerables sugestiones de discordia y disensión.
El pensamiento mundano puede oponerse o criticar el pensamiento y la vida basados en la oración, pero como dijo Cristo Jesús: “Yo no soy de este mundo” (Juan 8:23). En cambio, vino a salvar al mundo. Su norma —la gracia y el amor— era impartir la compasión de Dios sanando a los que estaban listos para recibir la bendición del Cristo, el mensaje salvador de Dios. Al seguir su ejemplo, también podemos ayudar y sanar a otras personas.
Dios, el Amor infinito, siempre obra en nosotros para cultivar el bien espiritual en los afectos humanos. Reconocer esto en la oración inculca amor por los demás, no amor personal, sino la expresión del amor perfecto de Dios por todos. Como explica la Sra. Eddy: “La oración verdadera no es pedir a Dios que nos dé amor; es aprender a amar y a incluir a todo el género humano en un solo afecto. Orar significa utilizar el amor con el que Dios nos ama” (No y Sí, pág. 39).
Una de sus alumnas relata que la Sra. Eddy definió el verbo amar como “darlo todo, sin pedir nada a cambio, desinteresado, imparcial; lo opuesto al amor humano” (We Knew Mary Baker Eddy, Expanded Edition, Vol. 2, p. 285). Practicar continuamente este amor desinteresado, que es la verdadera oración, impulsa nuestro progreso espiritual.
Una mañana, hace varios años, mientras oraba la “Oración diaria”, me sentía llena de amor por Dios y Sus amados hijos cuando mi esposo inesperadamente me entregó su teléfono para hablar con un pariente. Cuando conocí a este hombre un par de décadas antes, me había reprendido severamente por ser Científica Cristiana. Había salido de su casa llorando. Pero ahora, espiritualmente preparada, tomé con calma el llamado y escuché con un corazón lleno de amor.
Me dijo lo deprimido y solo que estaba, ya que hacía muchas semanas que su esposa estaba en un hospital. Mencioné el amor de Dios por él, y su respuesta desafiante fue: “¡Soy agnóstico! ¿Sabes lo que eso significa?”. Le aseguré que sí. Mi comprensión del término era similar a esta definición del New Oxford American Dictionary: “una persona que cree que nada se sabe o se puede saber de la existencia o naturaleza de Dios o de cualquier cosa más allá de los fenómenos materiales; …”
Frente a ese antagonismo, recurrí al Amor divino en busca de las palabras para despertar la conexión de este hombre con su individualidad espiritual. Entonces recordé que él había sido líder de los Cub Scouts. Mencioné que había oído que había sido bueno. Él dijo: “Bueno, siempre he tratado de vivir la Regla de Oro”. Le respondí: “La Regla de Oro. ¿No son esas las palabras de Cristo Jesús?”. Él estuvo de acuerdo, así que le dije: “Entonces has vivido una vida cristiana y puedes sentir el amor de Dios ahora mismo”. ¡De repente, su voz se elevó y se regocijó! Me dio las gracias efusivamente y colgó.
Al día siguiente, su esposa fue dada de alta del hospital y se reunió con él. A partir de entonces, sonó más comprensivo y más agradecido por mis creencias como Científica Cristiana. Más tarde, en una llamada por Zoom con la familia, compartió su felicidad y agradecimiento por nuestra charla de ese día. Esta experiencia me mostró que los corazones hambrientos son alimentados por el amor imparcial de Dios, Su rico afecto. Y cuando los afectos están arraigados en el Amor divino, no se deterioran ni desaparecen; se enriquecen.
El Principio divino, la ley universal del Amor, tiene bendiciones infinitas para cada uno de nosotros. Obedecer el Estatuto de la “Oración Diaria” nos protege del temor, la obstinación y el egoísmo. Nos permite vivir y dar un afecto genuino y puro que tiene un fundamento espiritual. Entonces podemos responder a la pregunta de la Sra. Eddy planteada en un discurso de Comunión en 1899: “¿Habéis aprendido a vencer el pecado, los falsos afectos, móviles y propósitos, a no sólo hablar de la ley sino a cumplirla?” (La Primera Iglesia de Cristo, Científico, y Miscelánea, pág. 125).
Responder a esa pregunta con humildad cristiana podría resultar en ser guiado a tender la mano a alguien que necesita aliento o estar preparado para responder a alguien que recurre a nosotros para sanar mediante el Cristo. Nuestra oración sincera afirmando que la Palabra de Dios enriquece los afectos de todos, incluido el nuestro, realza la demostración de la bondad innata de toda la humanidad.