¿Cómo podemos orar por la paz con eficacia? ¿Qué hacer para que sea posible experimentar la promesa de “en la tierra paz, buena voluntad para con los hombres” (Lucas 2:14)?
La Descubridora de la Ciencia Cristiana, Mary Baker Eddy, estaba muy comprometida con este tema. En respuesta a la guerra entre Rusia y Japón en 1904 y 1905, en un momento dado llamó a todos los miembros de La Iglesia Madre a orar “todos los días por la resolución amigable de la guerra” (véase La Primera Iglesia de Cristo, Científico, y Miscelánea, pág. 279). También señaló a los miembros de la iglesia los dos mandamientos de amar a Dios y al prójimo como a uno mismo: los mandamientos que Jesús recomendó a sus seguidores.
Al pensar en esto más profundamente, noté algo significativo en la interacción de Jesús con “un intérprete de la ley” (véase Lucas 10:25-37) que arrojó nueva luz sobre el mandamiento de amar a nuestro prójimo. El relato bíblico relata que ambos están de acuerdo en la importancia de amar al prójimo como a uno mismo. Pero cuando el experto en la ley le pregunta a Jesús quién es su prójimo, este le da una respuesta muy sorprendente. No nombra a un grupo de personas como los necesitados, las viudas o los enfermos. En cambio, cuenta una parábola en la que un hombre cuida de un extraño que ha sido asaltado y gravemente lesionado, después de que un sacerdote y un levita al ver al herido simplemente pasan de largo. Entonces Jesús pregunta: “¿Quién, pues, de estos tres te parece que fue el prójimo del que cayó en manos de los ladrones?”. Eso me demostró que el prójimo no es simplemente una persona que nos pide ayuda. Es lo que somos cuando estamos dispuestos a ser el prójimo de los demás.
Por lo tanto, nos convertimos en el prójimo de alguien cuando notamos sus necesidades y mostramos compasión hacia él. Por ejemplo, al orar por situaciones como la guerra en Ucrania, primero debemos notar las necesidades de los demás. Pero el simple hecho de ser consciente del sufrimiento, y luego indignarse por él, no es suficiente, porque el sacerdote y el levita en la parábola de Jesús ciertamente vieron al hombre al lado del camino, pero siguieron andando. Entonces, ¿qué hacemos? ¿Bloqueamos las noticias, ignoramos el sufrimiento, nos encogemos de hombros y cuidamos de nuestras propias vidas? En la parábola, Jesús da una respuesta clara sobre cómo debemos abordar el sufrimiento. Debemos seguir el ejemplo del buen samaritano y mostrar nuestra compasión hacia los demás de manera práctica, al ayudarlos y apoyarlos hasta que podamos ver que se ha hecho todo para asegurarnos de que la recuperación avance.
¿Cómo lo hacemos? Como Jesús mostró, la oración trae curación. Los dos mandamientos —amar a Dios, la Mente, y amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos— ofrecen diferentes formas de orar que se complementan maravillosamente.
Tener una sola Mente, amar a un solo Dios, requiere que, en todo lo que hacemos todos los días, dejemos que Dios sea el director de nuestras acciones. El Amor divino nunca nos lleva a situaciones en las que debamos actuar en contra de nuestra propia buena conciencia. Cuando dejo que Dios gobierne, veo que las numerosas cosas de las que hay que ocuparse cada día se unen como las piezas de un mosaico. Siento que mi vida es guiada por una gran y pacífica inteligencia que lo impregna todo, y sé que soy un miembro valioso de un todo. ¡Y esto es cierto no solo para mí, sino también para mi familia y para el mundo entero! Amar a un solo Dios es una oración poderosa a través de la cual experimentamos el Amor divino en la práctica, y se irradia hacia el mundo. Mary Baker Eddy expresa este amor en expansión en un poema: “Su brazo nos rodea con amor” (Escritos Misceláneos, pág. 389).
El mandamiento de amar al prójimo como a uno mismo tiene que ver con el reconocimiento de la verdad espiritual de la creación de Dios. Al principio, cuando afirmamos frente a la guerra y la destrucción que el amor de Dios está activo allí mismo, y equipa a todos los participantes con benevolencia y cuidado mutuo, puede parecer abstracto y desconectado de lo que está sucediendo. Pero cuando reconozcamos la espiritualidad de la creación de Dios —que los hijos de Dios Lo reflejan en ser y en acción— y afirmemos la ley que está detrás de esta verdad, entonces veremos la acción de esta ley, en alguna palabra o hecho, concretamente.
Por ejemplo, he pensado en los muchos informes de personas en Ucrania que se ayudan, se consuelan y se apoyan mutuamente. En televisión, vi que una niña buscó refugio en una estación de metro con su familia y cantó canciones que animaron y consolaron a los demás. Personas valientes llevan comida a otros y ayudan a los que han sido heridos. Estas palabras y hechos apuntan a lo Divino. En verdad, la ley del Amor está aquí y en todas partes; y cada acto de compasión atraviesa la niebla de la guerra una y otra vez.
Así que, como tengo un solo Dios, la única Mente que guía, y obedezco el mandamiento de amar a mi prójimo como a mí misma, oro para vendar al que sufre. Quizá comience mi oración amando a Dios y reconociendo verdades específicas de la ley de abundancia de Dios: que Su gran amor satisface todas las necesidades. O puedo orar afirmando que el Amor divino, el Principio de la existencia, es todopoderoso y cuida de todos. Al orar, también puedo amar a mi prójimo como a mí misma al reconocer y amar el bien de los demás. Entonces veo que mi familia, mis vecinos, mis amigos, mis colegas y todas las personas con las que interactúo están tan gobernadas por Dios como yo. Reconozco que la gran inteligencia divina nos guía a todos por igual y que todos expresan el Amor de diversas maneras. Los hijos de Dios son pacíficos, amorosos, bondadosos, sabios, considerados, inteligentes, etc., porque el único gran Principio divino siempre activo los creó.
Mientras oro por los demás, me concentro menos en mí misma y más en Dios. Trabajar con la ley del Amor divino omniactivo me coloca con firmeza en la roca de la Verdad, y así mis propios problemas se vuelven menos amenazantes en la oración abnegada. Reconozco que lo que es verdad para todos es verdad para mí y que lo que es verdad para mí es verdad para todos, cumpliendo así la ley de amar al prójimo y fortaleciendo mi amor a Dios. De esta manera, los dos mandamientos se complementan.
En ambas oraciones, las ideas provienen de la Mente divina y nos inspiran. Solo tenemos que abrirnos con humildad y sinceridad. Entonces las ideas para ayudar y sanar fluyen del Amor divino hacia nosotros. Estas dos formas de orar son tan naturales como respirar, y tanto una como la otra son necesarias para traer paz.