Cuando estaba en la escuela secundaria, leí un artículo que me chocó. Decía que la gente que sufre de abuso se convierte en abusadora. Aceptar esta declaración tuvo como resultado años de tener miedo de mí misma y de lo que podría hacerle a los demás, o de lo que otros podrían pensar que haría, debido a las golpizas, la agresión sexual y el abuso emocional que había sufrido desde que era una niña pequeña. Este miedo a mí misma también comenzó un ciclo de mentir a los demás, diciendo que estaba bien cuando en realidad pensaba en el suicidio y me lastimaba a mí misma. A pesar de ser tímida, de voz suave y obediente, constantemente tenía miedo del monstruo que yo temía estuviera bajo la superficie.
Décadas más tarde, cuando pensé que había superado esos sentimientos, volvieron a aflorar una noche, provocados al escuchar un programa de radio sobre niños abusados, sus abusadores y los ciclos de abuso. Pero lo que parecía ser un enorme revés condujo a una transformadora bendición.
Abiertos en el mostrador de la cocina estaban mi Biblia y Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, por Mary Baker Eddy. Un pasaje de Ciencia y Salud sobre la distancia infinita entre el Espíritu y la materia parecía mirarme con fijeza, exigiendo que lo leyera. Decía: “Lo temporal y lo irreal nunca tocan lo eterno y lo real. Lo mutable y lo imperfecto nunca tocan lo inmutable y perfecto. Lo inarmónico y lo que se destruye a sí mismo nunca tocan lo armónico y existente de por sí. Estas cualidades opuestas son la cizaña y el trigo, que jamás se mezclan realmente, aunque (a la vista mortal) crezcan lado a lado hasta la cosecha; entonces, la Ciencia separa el trigo de la cizaña, mediante la comprensión de Dios como siempre presente y del hombre como reflejando la semejanza divina” (pág. 300).
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