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No había otra opción

De El Heraldo de la Ciencia Cristiana. Publicado en línea - 4 de julio de 2024


La escena era idílica. Brisa fresca, vista majestuosa, lo único malo era el incesante ruido metálico en el fondo, que se hacía cada vez más fuerte cuanto más intentaba apagarlo… hasta que ya no pude apagarlo y me desperté. ¡Nunca me gustó ese despertador!

Estudiar la Ciencia Cristiana puede sentirse como un despertar. Sin embargo, aunque despertar de un sueño dormido puede o no ser una experiencia agradable, cuando despertamos a la presencia de Dios, el Amor, que cuida de nosotros y suple cada necesidad, siempre nos sentimos felices. 

No obstante, el despertar en sí no siempre es cómodo. Como un amigo comentó en una ocasión, él a veces se siente regañado cuando lee la Biblia y el libro de texto de la Ciencia Cristiana, Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, por Mary Baker Eddy. 

Si sentimos que la Biblia o los escritos de la Sra. Eddy nos hablan con severidad, es útil recordar que en realidad no nos están condenando a nosotros. Podemos pensar en ellos, en cambio, como despertadores que nos despiertan a nuestra individualidad pura y buena y destruyen todo lo que nos rodea que es desemejante a Dios, el bien. La Biblia dice: “El Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu, de que somos hijos de Dios” (Romanos 8:16). Y la Sra. Eddy lo expresa con estas palabras: “El hombre verdadero no puede desviarse de la santidad, ni puede Dios, por medio de quien el hombre es desarrollado, engendrar la capacidad o libertad de pecar” (Ciencia y Salud, pág. 475). 

Pero ¿qué pasa con esos pasajes que nos alertan sobre las correcciones que debemos hacer; por ejemplo, los pecados que debemos superar? Las dos frases que siguen inmediatamente a la afirmación anterior dicen: “Un pecador mortal no es el hombre de Dios. Los mortales son las falsificaciones de los inmortales”. ¿Cómo sabemos cuál nos describe con precisión: la creación de Dios o un pecador mortal?

Lo bueno es que no se nos pide que elijamos cuál somos. En realidad, solo hay una opción. Solo podemos ser lo que realmente somos: el hijo amado, perfecto y puro de Dios. La primera descripción dada anteriormente, el hijo de Dios, nos dice lo que es verdad. Entonces, ¿por qué no terminar ahí? Porque pocos de nosotros realmente creemos que somos espirituales y perfectos o que siempre sentimos la presencia amorosa de Dios. Pero el propósito de la Sra. Eddy al describir a un mortal, sujeto al pecado y a la enfermedad, no es fijarnos esa imagen y luego condenarnos por ello. Solo hay una razón para señalar una mentira: poder verla como una mentira, descreer en ella y que, por ende, sea destruida a la luz de lo que es verdad.

Robert Peel, un biógrafo de la Sra. Eddy, notó que a veces ella hablaba muy bruscamente para corregir un error en el pensamiento o la acción de sus estudiantes. Peel escribió: “... ella esperaba que entendieran que su propósito no era atribuirles una falta, sino exponerla como algo extraño a su verdadera naturaleza” (Mary Baker Eddy: The Years of Authority, p. 319).

En lugar de resentirnos por la condena de un error en nuestro pensamiento o acción, podemos recibirla con agrado. ¡De hecho, nos libera! Si un amigo nos despertara de un mal sueño que estamos teniendo, ¿no estaríamos agradecidos?

Quizá el problema es que con demasiada frecuencia no parece un sueño. Tal vez el pecado y la enfermedad aparentan ser parte de nosotros, como si fueran más reales que la verdad de quiénes somos. Es entonces cuando necesitamos recordar que el Cristo, la idea divina de Dios que viene a destruir el error, siempre nos está hablando; justamente de la manera en que podemos escuchar. El Cristo nos recuerda que, si parece que caemos, no tenemos que quedarnos en el suelo. Podemos identificar aquello que nos hizo tropezar, verlo como ajeno a nuestra verdadera naturaleza como linaje de Dios, y dejarlo atrás a medida que avanzamos en total libertad.

Por supuesto, identificar una mentira como una mentira no nos da permiso para  excusarla sobre la base de que el pecado que cometemos no es real y, por lo tanto, no importa. Eso sería aprobar voluntariamente el error y, por ende, los castigos que vienen con él, adoptando tanto el pecado como sus consecuencias. Señalar la mentira, más bien, nos libera para vernos a nosotros mismos como somos, separados para siempre de ella porque somos eternamente uno con Dios, que es la Vida y el Espíritu.

Una vez decepcioné mucho a una amiga. Ella me perdonó de buena gana, pero a mí me costó mucho perdonarme a mí misma. Cuando también aparecieron síntomas  serios parecidos a los de la gripe, oré para percibir mi verdadera libertad, pero parecía enfermarme más. De repente me di cuenta de que, a pesar de que oraba para sanar, no me veía a mí misma digna de sanar. Me estaba condenando a mí misma por ser un mortal negligente y olvidadizo. Pero esa descripción de mí era tan falsa como la gripe. Necesitaba reconocer que ambas eran mentiras y, por lo tanto, no formaban parte de mí. En lugar de estar enferma o ser pecadora, tenía el dominio para expresar tanto la salud como la acción correcta. Cuando desperté a la mañana siguiente, estaba completamente libre de los síntomas de la gripe, así como de la culpa y el miedo de que pudiera volver a fallar de esa manera.

La verdad es que siempre somos los hijos amados del Amor. La Biblia y Ciencia y Salud nos aseguran eso. También nos alertan sobre las mentiras de que estamos enfermos y somos pecadores. Estos libros hablan fuertemente en contra de esas mentiras con el fin de sacudirnos para despertarnos. Tarde o temprano lo lograrán. En última instancia, no tenemos más remedio que despertar a nuestra verdadera individualidad semejante a Dios. ¿Por qué no aceptar esta verdad ahora?

Lisa Rennie Sytsma, Redactora Adjunta

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