Desde casi todos los ángulos, el mundo exige que obtengamos y nos aferremos al bien personal que se puede ver, sentir y, especialmente, poseer. Si poseer el bien de alguna forma fuera lo que realmente estableciera nuestro valor individual, entonces nuestro valor parecería ser material. De ello se deduce que no poseer cosas materiales —o incluso no “poseer” las relaciones, posiciones o estatus esperados—, significaría que somos menos valorados, menos cuidados. Pero la comprensión espiritual de Dios lleva a confiar en un bien divino que siempre provee, y con precisión.
A medida que dejamos de delinear cada vez más cómo deberían satisfacerse nuestras necesidades, crece nuestra confianza en Dios y somos capaces de renunciar a los temores y expectativas humanas. Para poder crecer es necesario estar humildemente dispuesto a escuchar y seguir la dirección de Dios.
Tuve una experiencia en la que me tomó demasiado tiempo dejar de lado algo que valoraba profundamente y pensaba que necesitaba guardar para mí. Por muchas razones importantes, fue muy correcto que le diera a mi hijo y a sus hijos el perro de dos años que yo había amado y criado desde que tenía siete semanas. Durante varios meses, supe que era lo mejor que podía hacer antes de finalmente hacerlo. La familia había estado pasando por momentos muy difíciles, y el amor del perro por ellos claramente les trajo alegría. Lo querían tanto como él a ellos.
Yo había desarrollado un vínculo con este perro que pensé que no podía abandonar. Pero realmente quería darlo sin sentir que perdería el amor que él había representado para mí. Quería que mi expresión del amor de Dios aumentara.
En el libro de los Hechos en la Biblia, el apóstol Pablo dice: “He sido un ejemplo constante de cómo pueden ayudar a los necesitados al trabajar duro. Deben recordar las palabras del Señor Jesús: Es más bienaventurado dar que recibir” (20:35, New Living Translation). Al orar razoné que hacer lo correcto debía significar que no podía quedarme sin felicidad. Afirmé que el flujo del amor de Dios era ininterrumpido y adaptado individualmente, por lo que tenía que colmar mi corazón, así como colmaba el de ellos.
Dejar de poseer lo que se ama puede parecer desalentador. Así que oré para recordar lo que había sentido acerca del cuidado de Dios en el pasado. Cuando mis hijos eran pequeños y muy activos, oraba diariamente para saber que, aunque los amaba inmensamente y era humanamente responsable de su cuidado y bienestar, Dios era en realidad su Padre-Madre eterno y siempre estaba con ellos, protegiéndolos y nutriendo su desarrollo. Esa oración continua de comprender que eran verdaderamente hijos de Dios tuvo como resultado curaciones claras e instancias de protección en circunstancias peligrosas, así como un progreso maravilloso en sus esfuerzos. (Véase, por ejemplo, “Turning 'what if' thinking around”, Sentinel, May 1, 2017.)
También pensé en momentos en los que relaciones perdidas o disueltas parecían socavar mi confianza en que la alegría era nuevamente posible. Recurrir al amor sanador y siempre presente de Dios había restaurado esa alegría. Como nos asegura un salmo: “Él restaura mi alma” (Salmo 23:3, KJV). Por lo tanto, ciertamente dejar que el perro viviera con mi hijo y su familia fue una oportunidad más para darme cuenta de que yo personalmente no poseía el bien. El bien fluye continuamente y sin límite de nuestro Padre-Madre Dios a Sus hijos; no puede beneficiar a unos y despojar a otros.
Es necesario liberarnos del sentido de posesión del bien, de poseer la aprobación y el amor de los demás, para poder confiar en el futuro. Nuestra creciente conciencia de la entrega infinita del Amor como ley establecida, como la naturaleza eterna del Amor, abre nuestros corazones para esperar que las bendiciones de Dios continúen.
Todos tienen la oportunidad de confiar en que el Amor divino satisface todas las necesidades humanas. Atesorar bienes o lamentar su aparente pérdida es contraproducente. Dios es el Dador infinito. Cada hombre, mujer y niño es el destinatario de la provisión perpetua del Amor, que es confiable por ser una ley eterna.
Orar constantemente de esta manera me hizo estar segura de que no estaba perdiendo la calidez del Amor mismo al darle este perro a mi familia. Y muy rápidamente, nuevas experiencias y nuevos amigos trajeron renovada alegría a mi vida. Aún más, la creencia de que podía perder el amor que había tenido dio paso a un conocimiento más profundo de que el Amor divino siempre proporciona una bondad en expansión, adaptada de manera única a cada uno de nosotros.
El libro de texto de la Ciencia Cristiana lo describe de esta manera: “Esta es la doctrina de la Ciencia Cristiana: que el Amor divino no puede ser privado de su manifestación, u objeto; que el gozo no puede ser convertido en pesar, pues el pesar no es el amo del gozo; que el bien nunca puede producir el mal; que la materia nunca puede producir la mente ni la vida resultar en muerte” (Mary Baker Eddy, Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, pág. 304). He experimentado esta ley divina cada vez más, sintiéndome sobre un fundamento aún más sólido que antes. ¡Gané mucho criando a ese cachorro y luego dándoselo a mi hijo y su familia!
Puedes confiar en que compartir lo que tienes y lo que entiendes del bien no agotará tu bienestar o alegría, sino que abrirá tu corazón al continuo dar de Dios. La humanidad no es dueña del bien. No necesita serlo. Un flujo incesante de lo que sea necesario para el bienestar está siempre divinamente cerca. Ese desbordamiento de la bondad de Dios se hará evidente a través de nuestra confianza en la ley del amor de Dios.