Alrededor del año 700 a. de C., el profeta Isaías dijo: “Y convertirán sus espadas en rejas de arado, y sus lanzas en hoces; no alzará espada nación contra nación, ni se adiestrarán más para la guerra” (Isaías 2:4).
Avanzamos hasta principios del siglo XX y las palabras de Isaías, si se leen como una profecía literal, todavía no se habían cumplido. Pero algo extraordinario había sucedido. En 1886, Mary Baker Eddy descubrió la Ciencia detrás del poder sanador demostrado por Cristo Jesús. Para principios del siglo XX, innumerables personas estaban probando nuevamente este poder transformador, tan innato a la práctica primitiva del cristianismo. No obstante, la Sra. Eddy vio más allá de la necesidad de la curación individual. Vio que el poder que permitió a Jesús reformar al pecador, sanar a los ciegos, sordos o enfermos, y caminar ileso por en medio de las turbas violentas que intentaban matarlo, también debe aplicarse a los problemas mundiales, incluida la guerra.
De hecho, la Sra. Eddy consideró profundamente esa oración más amplia. En el número de mayo de 1908 del Christian Science Journal escribió: “Durante muchos años he orado diariamente para que no hubiera más guerras ni bárbaras matanzas de nuestros semejantes; para que todos los pueblos de la tierra y de las islas del mar tuvieran un solo Dios, una sola Mente; para que amaran a Dios por sobre todas las cosas y a su prójimo como a sí mismos” (La Primera Iglesia de Cristo, Científico, y Miscelánea, pág. 286).
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