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¿Nos estamos acercando al momento en que no haya más guerras?

De El Heraldo de la Ciencia Cristiana. Publicado en línea - 27 de mayo de 2024


Alrededor del año 700 a. de C., el profeta Isaías dijo: “Y convertirán sus espadas en rejas de arado, y sus lanzas en hoces; no alzará espada nación contra nación, ni se adiestrarán más para la guerra” (Isaías 2:4). 

Avanzamos hasta principios del siglo XX y las palabras de Isaías, si se leen como una profecía literal, todavía no se habían cumplido. Pero algo extraordinario había sucedido. En 1886, Mary Baker Eddy  descubrió la Ciencia detrás del poder sanador demostrado por Cristo Jesús. Para principios del siglo XX, innumerables personas estaban probando nuevamente este poder transformador, tan innato a la práctica primitiva del cristianismo. No obstante, la Sra. Eddy vio más allá de la necesidad de la curación individual. Vio que el poder que permitió a Jesús reformar al pecador, sanar a los ciegos, sordos o enfermos, y caminar ileso por en medio de las turbas violentas que intentaban matarlo, también debe aplicarse a los problemas mundiales, incluida la guerra.

De hecho, la Sra. Eddy consideró profundamente esa oración más amplia. En el número de mayo de 1908 del Christian Science Journal escribió: “Durante muchos años he orado diariamente para que no hubiera más guerras ni bárbaras matanzas de nuestros semejantes; para que todos los pueblos de la tierra y de las islas del mar tuvieran un solo Dios, una sola Mente; para que amaran a Dios por sobre todas las cosas y a su prójimo como a sí mismos” (La Primera Iglesia de Cristo, Científico, y Miscelánea, pág. 286). 

Al igual que a muchos, los recientes acontecimientos me han hecho anhelar el cese de la guerra, y el ejemplo de la Sra. Eddy de años de oración diaria con ese fin es una inspiración para persistir en orar “para que no [haya] más guerra” y confiar en que el resultado es una posibilidad alcanzable.  

La forma en que ella oraba también me ha conmovido, de dos maneras. En primer lugar, expresa el profundo deseo de que el ideal espiritual se manifieste más plenamente. Si todos tuvieran una sola Mente y amaran incondicionalmente a Dios y a todos sus semejantes, la guerra sería obsoleta. Todavía hoy, podemos orar por la receptividad de la humanidad a este modo superior de pensar y actuar, para que pueda estar abierta al fin del odio y la guerra.

En segundo lugar, consideré las palabras de la Sra. Eddy a la luz de la forma en que describió las oraciones de Jesús, que ella entendió como “declaraciones profundas y concienzudas de la Verdad, de la semejanza del hombre con Dios y de la unidad del hombre con la Verdad y el Amor” (Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, pág. 12).

Sobre todo, estas declaraciones son a favor de lo que es espiritual y verdadero, no contra lo que es material e incorrecto. No obstante, el efecto de la primera es la liberación de la segunda. Por ejemplo, en el caso de las dolencias físicas tal oración revela nuestra armonía presente, ya que insiste en la realidad de nuestra expresión espiritual de la Verdad, Dios. Esta insistencia no es fuerza de voluntad o pensamiento positivo. Más bien, mira desde el punto de vista más elevado de lo que es real; es decir, desde el punto de vista semejante al del Cristo de que Dios creó todo y lo hizo muy bueno, como dice la Biblia en Génesis 1:31. Esta percepción espiritual apunta a una consecuencia fundamental y radical —la irrealidad de la discordancia, incluida la enfermedad— y ha sustentado las miles de curaciones registradas en el Journal desde su lanzamiento en 1883.

Una vez que la oración nos brinda beneficios tan tangibles individualmente, es natural que las mismas declaraciones profundas y concienzudas a favor de la Verdad  influyan en las noticias de otros que están luchando, incluidos los que están en zonas de guerra. Cualquiera sea la evidencia contraria que se presente, podemos protestar mentalmente afirmando que todos tienen “un solo Dios, una sola Mente; aman a Dios por sobre todas las cosas y a su prójimo como a sí mismos”. Y podemos reflexionar sobre estas ideas hasta que seamos conscientes de la validez de nuestras declaraciones al orar; incluso cuando la experiencia humana parece muy tensa.

Esto sería ilógico si los límites de nuestra identidad fueran simplemente lo que podemos ver, oír y sopesar analíticamente. Si lo fueran, Jesús no podría haber sanado a otros como lo hizo, mediante su percepción espiritual de su verdadera, buena y pura identidad. Todas sus curaciones demostraron que el control de Dios es lo que realmente opera en todas partes, incluso donde el cuerpo y la mente parecen estar en un caos. A medida que reconocemos la Vida y la Mente como espirituales y perfectas —en realidad, como Dios— la sensación corporal de enfermedad da paso a una paz santa, y restaura la armonía de las facultades y funciones.  

Jesús no ignoró el sufrimiento. Vio más allá de este hacia la perspectiva del Cristo de que el control de Dios estaba al timón. Entonces, el sufrimiento dio paso a la libertad que refleja a Dios. Tampoco podemos ignorar las injusticias y los padecimientos de la guerra. Sin embargo, necesitamos alejarnos de los detalles gráficos y las opiniones estridentes (¡especialmente las nuestras!) para buscar y defender la realidad más profunda del universo espiritual de Dios. Allí, no existe una historia material que resista  el desarrollo divino del bien, ninguna ira puede ocultar las inspiradas soluciones que siempre están a la mano. Cuando vemos, realmente vemos, que todos “tienen un solo Dios, una sola Mente”, el pensamiento inflexible cede ante la innovación; el odio y el temor claudican ante el poder transformador del Amor divino, Dios.

La imperiosa necesidad de la humanidad de alcanzar dicho progreso significa que todo aquel cuyas experiencias le den confianza en la capacidad de la Mente para sanar conflictos tiene una función vital que desempeñar. La Sra. Eddy describió una vez esa confianza como “fe en la forma en que Dios dispone los acontecimientos” (Miscelánea, pág. 281). Y la balanza del pensamiento global en relación con la guerra necesita el peso de este elemento mental clave para ayudar a inclinar la balanza de la consciencia humana hacia una toma de decisiones sabia e inspirada, que pueda establecer una paz justa y duradera. 

Ejercemos esa influencia cuando reconocemos que la inteligencia en constante desarrollo de la Mente tiene plena autoridad, y por ende nos negamos a resignarnos a creer en un conflicto insuperable. Esta es una oración que puede tocar y bendecir a aquellos que se encuentran en zonas de guerra en curso o potenciales; ya sean civiles o soldados, víctimas o perpetradores, adultos o niños. Aun cuando hay diferencias fuertemente arraigadas, podemos aferrarnos a la verdad de nuestra unidad permanente y universal en la Mente única, donde una nación nunca ha levantado espada contra otra nación, ni jamás  se ha adiestrado para la guerra. Tal declaración persistente mediante la oración a favor de la Verdad continuará acercándonos al logro de que ya “no hay más guerra”, hasta que finalmente lo alcancemos. 

Tony Lobl, Redactor Adjunto 

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