Las noticias sugieren que la oración no es suficiente para detener la violencia y traer paz a un mundo turbulento. Pero descartar la oración por ser ineficaz parece estar basado en estereotipos y desinformación sobre la profunda transformación que esta produce. El tercero de los Diez Mandamientos de la Biblia nos dice que no debemos tomar el nombre del Señor en vano (véase Éxodo 20:7, LBLA). ¿Podría significar eso que no debemos orar en vano: sin esperar progreso y resultados?
La oración no puede ser solo desear que las cosas salgan como nosotros queremos o aceptar la discordia y el sufrimiento como algo que Dios quiere. A lo largo de la Biblia, aprendemos que Dios es Amor, la roca, nuestro refugio, el poder omnisciente y siempre activo. La oración es comunión con el Amor infinito y transforma la consciencia al moldear y elevar nuestros móviles, expectativas y acciones para ser más abnegados y eficaces e infundir más amor por nuestro prójimo en nuestros corazones.
Considera la oración como un deseo, como explica Mary Baker Eddy, la Descubridora y Fundadora de la Ciencia Cristiana, en el capítulo “La oración” en Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras. Dios escucha nuestros deseos más profundos a medida que todo nuestro corazón se eleva hacia la armonía con la ley de Dios, el bien. Este deseo se combina con lo que Ciencia y Salud describe como las “corrientes calmas, poderosas, de la verdadera espiritualidad”, que erradican los problemas de la violencia, el falso sentido que afirma que el mal es más poderoso que el bien. El libro explica: “Las corrientes calmas, poderosas, de la verdadera espiritualidad, cuyas manifestaciones son la salud, la pureza y la inmolación del yo, tienen que profundizar la experiencia humana, hasta que se vea que las creencias de la existencia material son una flagrante imposición, y el pecado, la enfermedad y la muerte den lugar eterno a la demostración científica del Espíritu divino y del hombre de Dios, espiritual y perfecto” (pág. 99).
El método para orar de Jesús se basaba en las dos leyes más grandes que son tan confiables y eficaces hoy como cuando las compartió: amar a Dios con todo nuestro corazón y amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos. Él enseñó: “Todo lo que está escrito en la Ley y los Profetas se basa en estos dos mandamientos” (Mateo 22:40, New International Reader’s Version). El fundamento de estos mandamientos es el hecho espiritual de nuestra perfección presente y unidad con Dios, el Amor y los unos con los otros. Neutraliza todo lo que es discordante y transforma y estabiliza la condición humana.
Entonces, ¿por qué la oración que se basa en el amor de Dios es suficiente para sanar la violencia en nuestras vidas individuales y en la sociedad? Porque esta oración alinea nuestros pensamientos y acciones con la causa espiritual de todo ser real, el Amor divino; y su efecto se ve como la ley de Dios que gobierna el universo, y nos incluye a nosotros y a aquellos que podemos haber considerado enemigos. Por lo tanto, la oración basada en la ley de Dios es cristianamente científica; lo que significa que exige comprensión y prueba. No se trata de suplicar al Amor omnipotente que haga más o de pedirle a Dios, el bien, que quite lo que Él nunca creó.
Las oraciones de Cristo Jesús eran “declaraciones profundas y concienzudas de la Verdad, de la semejanza del hombre con Dios y de la unidad del hombre con la Verdad y el Amor” (Ciencia y Salud, pág. 12). Quebrantaron el dominio del ego, la desesperanza, la malicia y otros males, al tiempo que abrieron las puertas a una paz y una justicia más elevadas y verdaderas. Estas declaraciones propias del Cristo ilustran el poder correctivo de la oración. Encienden en la consciencia la influencia divina que silencia el sentido personal, vence el mal y nos prepara para hacer humildemente la voluntad de Dios.
Todas las acciones provienen de los pensamientos. La oración, con su impacto directo en la consciencia, la cambia a puntos de vista más elevados y espirituales. Y a medida que se produce este cambio en el pensamiento, podemos esperar razonablemente ver menos violencia y más humanidad, afecto, compasión y curación en nuestra experiencia.
Pero ¿qué pasa si sentimos que nuestras oraciones son ineficaces? En Santiago 4:3 leemos: “Pedís, y no recibís, porque pedís mal, para gastar en vuestros deleites”. No se puede usar la oración como una forma de manipular, castigar, excluir o condenar a otros. Para extirpar esas inclinaciones egocéntricas, es útil conocer nuestros móviles para orar. ¿Las utilizamos para posicionarnos a fin de quedar bien, para justificarnos a nosotros mismos o para beneficio personal? La oración eficaz es la unión desinteresada y activa de nuestros deseos —nuestras oraciones— con la voluntad de Dios, no con la voluntad humana.
Un incidente me demostró el efecto práctico de la oración en la curación de la violencia. En una ocasión, estalló una pelea en una escuela en la que yo trabajaba, y rápidamente se intensificó hasta incluir a gran parte del alumnado. Mientras la policía y los reporteros entraban en la escuela, yo oré, afirmando el poder de Dios para mantener la paz. Pasé del miedo a una autoridad llena de confianza. Y en un momento, la calma y el orden se restablecieron en mi salón de clases; el caos en toda la escuela también se calmó pronto y se resolvió el problema más grande.
Me sentí tan humildemente agradecida de saber que podemos mantenernos firmes con la convicción de que el Amor es todopoderoso y que, por lo tanto, el bien jamás está indefenso. Al basar nuestra oración en el amor a Dios y a toda la humanidad, podemos negarnos a dejar que el odio, la ira o el miedo sean el pensamiento más fuerte y permitir que el Amor gobierne nuestras acciones.
La oración cristianamente científica a Dios, el Amor, afirma que la salud, la seguridad y el bienestar están al alcance de la mano. Muestra que la oración que cede al gobierno del Amor nunca es en vano, y es suficiente.
Kim Korinek, Escritora de Editorial Invitada
