Mientras nuestro hijo y sus amigos celebraban su decimosexto cumpleaños, unos veinte estudiantes de un pueblo vecino trataron de colarse en la fiesta. Su propia fiesta había sido clausurada por la policía y, al parecer, se habían enterado de la nuestra en las redes sociales y decidieron asistir.
Cuando no lograron entrar, se negaron a irse, a pesar de que mi esposo y yo se lo pedimos cortés y firmemente varias veces. Estábamos parados en la entrada de nuestra casa, con los brazos extendidos, tratando de razonar con ellos, explicando que esta no era una fiesta abierta al público. Mientras seguíamos bloqueándolos, un grupo considerable de amigos de nuestro hijo que ya estaban en la fiesta vinieron a apoyarnos.
Era una situación tensa. Gritando insultos, cada grupo de chicos amenazaba con recurrir a la violencia física si el otro no se echaba atrás. Al caos se sumaba nuestro vecino normalmente bondadoso, que blandía un cuchillo y advertía a los chicos que se mantuvieran alejados de su propiedad. Entonces alguien amenazó con golpear a mi marido con una pistola.
Mientras mi esposo llamaba a la policía, me paré entre los dos grupos y oré. Recientemente había escuchado un programa de Sentinel Watch en JSH-Online.com en el que la oradora había hablado de preguntarle a Dios cada día por qué debía orar (véase Deborah Packer, “Prayer: What’s it all about?—Part Two”, October 9, 2023). Eso me había llamado mucho la atención. Vi la sabiduría de hacer esto, ya que estoy acostumbrada a recurrir a nuestro Padre-Madre Dios en busca de soluciones. Desde que era niña, he encontrado que Ella es una fuente constante e inmediata de ayuda con cualquier desafío que enfrente.
La ventaja de preguntarle a Dios por qué orar antes de que surja una situación es que ya tenemos la inspiración espiritual en mente para lidiar con un problema cuando aparece. Es menos probable que seamos impresionados o influenciados por el drama del momento y, en lugar de reaccionar con miedo o agresión, podemos escuchar lo que Dios nos está diciendo y actuar con calma según la dirección divina.
Unos días antes de la fiesta, le había preguntado a Dios qué necesitaba aprender ese día. De inmediato me vino a la mente “Ve a todos como hijos de Dios”. Para mí, esto fue un recordatorio de que Dios es el Padre y la Madre de todos y que todos hemos sido creados a imagen y semejanza de Dios, como nos dice el primer capítulo de la Biblia. Por lo tanto, todos poseemos y expresamos todo lo que Dios es.
En el libro de texto de la Ciencia Cristiana, Mary Baker Eddy da siete sinónimos bíblicos de Dios: Principio, Mente, Alma, Espíritu, Vida, Verdad, Amor. Estas palabras no solo expresan “la naturaleza, esencia y plenitud” de Dios (Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, pág. 465), sino que indican la naturaleza de los hijos de Dios: las cualidades que reflejamos y buscamos en nuestras relaciones y vidas. Por ejemplo, si somos creados a semejanza de Dios, y Dios es el Principio, entonces somos hijos del Principio divino. Como tal, todos incluyen el orden, la sabiduría, la integridad y el deseo de hacer lo correcto. Como hijos de la Mente divina, todos poseemos una consciencia gobernada por el bien, inmune a las sugestiones o motivos malignos y obediente sólo a la Mente. Y como hijos del Amor divino, todos reflejan bondad, gentileza, paciencia, humildad y amor.
Cuando me vino a la mente la idea de ver a todos como hijos de Dios, me di cuenta de que tenía que buscar activamente cualidades divinas en todos: en el conductor que me cortó el paso en el tráfico, en el vecino que se niega a reconocerme cuando paso, en los funcionarios del gobierno y en los amigos y compañeros de la iglesia. Necesitaba saber que todos somos hijos de Dios, incapaces de expresar otra cosa que no sea la identidad que Dios nos ha dado.
Esto no significaba que debiera ignorar o aceptar pasivamente las injusticias, sino que necesitaba entender que cualquier cosa que sea desemejante a Dios, el bien, no es parte de la composición de nadie.
A medida que la multitud crecía y se volvía más beligerante, recordé esas oraciones anteriores y me di cuenta de que estos chicos también eran hijos de Dios, tanto los que estaban detrás de mí como los que estaban adelante. Realmente estaba entre los hijos benditos de Dios y no entre dos grupos opuestos. Ambos estaban bajo la protección y guía del Amor. No podían hacer daño ni ser dañados. No sentí miedo, solo Amor divino rodeándonos a todos.
Una chica me preguntó: “¿Cómo vas a evitar que todos te pasemos por delante?”
Respondí honestamente: “No puedo”. Pero, pensé, el Amor divino puede.
En ese momento me sentí guiada a decir: “Escucha, esta es la fiesta de mi hijo que cumple dieciséis años, y simplemente queremos que sea especial. ¿Podrías irte a tu casa, por favor?”
Alguien gritó: “¡Feliz cumpleaños!”. Y la tensión se rompió.
Uno de los chicos de fuera de la ciudad les dijo a sus amigos: “Vámonos a casa. Aquí no hay nada para nosotros”. Y todos se dieron la vuelta y caminaron en silencio de regreso a sus autos. Justo cuando se iban, mi esposo regresó y anunció que la policía estaba en camino. Para cuando llegó, ya no había ningún problema.
Todo terminó pacíficamente. Cuando se fueron los amigos de mi hijo, no parecían haberse inmutado por el incidente, y muchos de ellos nos agradecieron por la fiesta tan divertida.
Me sentí abrumada de gratitud por la protección que el Amor divino nos había brindado a todos los involucrados. Hubo amenazas con cuchillos y armas de fuego, pero la violencia no se materializó. También estoy agradecida por la lección aprendida: “Todos sois hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús” (Gálatas 3:26).