En el bachillerato, realmente me centré en la imagen corporal y la belleza. Pasé mucho tiempo comparándome con otras chicas. Esto me llevó a sentir que necesitaba perder peso para convertirme en lo que pensaba que era atractivo. Comencé a restringir mi ingesta de alimentos, a hacer ejercicio para quemar calorías y a pesarme para verificar mi “progreso”.
A pesar de que adelgacé mucho y obviamente me estaba poniendo en peligro, no me importó. Todavía tenía una visión negativa de mí misma y continuaba buscando la belleza en mi imagen cada vez más delgada en el espejo.
Antes de esto, siempre me había gustado leer la Biblia y Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, escrito por Mary Baker Eddy, y asistir a la Escuela Dominical de la Ciencia Cristiana. Pero a medida que me hundía más en estos comportamientos desordenados, mi amor por el crecimiento espiritual disminuía. Me sentía cada vez más apática con respecto a Dios, la Ciencia Cristiana y la iglesia. Parecía como si estuviera atrapada en una espiral descendente.
Con el tiempo, mis padres notaron que mis hábitos alimenticios habían cambiado y que mi cuerpo no se veía saludable. Aunque nunca les conté sobre los pensamientos anoréxicos con los que estaba lidiando, sabía que me apoyaban orando por mí todos los días. También me proporcionaron los tipos de alimentos que estaba dispuesta a comer, me llevaron a la Escuela Dominical y me animaron a recurrir a Dios para sanarme.
Continué buscando la belleza en mi imagen cada vez más delgada en el espejo.
Después de estar envuelta en este comportamiento poco saludable por un tiempo, finalmente me sentí guiada a sumergirme nuevamente en la lectura de la Biblia y estudiar Ciencia y Salud junto con ella. Lo que leía en Ciencia y Salud explicaba el significado espiritual de la Biblia y me ayudaba a conectar esas ideas con mi vida cotidiana.
Me encantó leer el primer capítulo del Génesis en la Biblia. Describe quiénes somos realmente —nuestra identidad espiritual— de esta manera: “Entonces dijo Dios: Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza; y señoree en los peces del mar, en las aves de los cielos, en las bestias, en toda la tierra, y en todo animal que se arrastra sobre la tierra. Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó. Y los bendijo Dios” (versículos 26-28).
Al estudiar esos versículos, me di cuenta de que había estado esperando que mi cuerpo me dijera quién soy o confirmara algo sobre mi identidad. Pero esta esperanza fue vacía desde el principio, porque estamos hechos a imagen de Dios. La Biblia nos dice que Dios es Espíritu, por lo que nosotros somos la imagen misma del Espíritu. Eso significa que nuestra verdadera identidad es espiritual y jamás puede ser conocida o evaluada por lo que está en el espejo.
Empecé a ver que esta imagen espiritual es la verdadera y única representación de quién soy. Entonces, un día, me llamó la atención este pasaje de Ciencia y Salud y me ayudó a comprender esta idea aún más profundamente: “Compara ahora al hombre ante el espejo con su Principio divino, Dios. Llama al espejo Ciencia divina, y llama al hombre el reflejo. Entonces nota cuán fiel, según la Ciencia Cristiana, es el reflejo a su original” (págs. 515-516). El Espíritu es mi original, así que como imagen o reflejo del Espíritu, yo soy y hago solo lo que el Espíritu es y hace. Soy pura porque el Espíritu es puro. Soy buena porque Dios es solo bueno. Aunque en aquel momento no podía expresar esto con palabras, ahora puedo ver que estaba comenzando a comprender este nuevo concepto de mí misma como la imagen del Espíritu divino en lugar de un cuerpo físico.
Comencé a identificar las hermosas cualidades espirituales de Dios que constituyen lo que soy. Algunas de ellas son la alegría ilimitada, la compasión, la confianza y la inteligencia. También me di cuenta de que estas cualidades espirituales son eternamente consistentes, a diferencia de las cambiantes normas de la belleza física. Y si bien una expresión de alegría se puede notar por medio de una sonrisa, las cualidades espirituales en sí mismas no se pueden medir al mirarse en un espejo.
Mediante mis oraciones y estudio, comencé a sentirme satisfecha y agradecida de verme a mí misma como el reflejo de Dios. También me encantó volver a asistir a la Escuela Dominical de la Ciencia Cristiana de mi localidad.
Mi equivocada obsesión de tratar de encontrar satisfacción en el espejo desapareció naturalmente, al igual que todos los hábitos dañinos. Sin preocuparme por lo que estaba comiendo, también volví a tener un peso saludable.
Seis años más tarde, esta curación se ha mantenido sólida e inquebrantable. Ahora disfruto mucho cocinar, comer helado, esquiar y correr por todas las razones correctas.
Hoy me queda claro que estudiar la Biblia y Ciencia y Salud fue el paso más eficaz para superar —y sanar permanentemente— los pensamientos y hábitos anoréxicos. Toda mi perspectiva se transformó y comencé a vivir con un nuevo amor por Dios, por mí misma y por quienes me rodean. También encontré gran alegría al expresar las hermosas cualidades que Dios me ha dado a través de las actividades diarias. Estaré eternamente agradecida por esta curación.
Nombre omitido
