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Ser un buen padre al “cultivar el trigo”

De El Heraldo de la Ciencia Cristiana. Publicado en línea - 13 de junio de 2024


En determinado momento  me senté solo, orando algo así como: “Vaya, honestamente pensé que me iría bien en esto de criar a los hijos; pero Dios mío, siento que estoy estropeándolo todo y realmente, realmente necesito Tu guía en este momento para ayudar a estos niños”.

En la Biblia, el apóstol Pablo dijo: “Cuando soy débil, entonces soy fuerte” (2 Corintios 12:10). Y por muy horrible que se sienta la debilidad humana, en muchos sentidos no es un mal lugar donde estar; especialmente en relación con la crianza de los hijos. Comprender que no puedes hacerlo por tu cuenta abre la puerta para que busques la presencia divina y escuches la guía de Dios. En ese instante, tuve el profundo deseo de reflejar la crianza que el Padre-Madre brinda a nuestros hijos, de poner en práctica lo que entendía de la verdad de Dios, de mí mismo y de mi familia. 

Y esa noche Dios me ayudó. Escuché tres cosas sobre la crianza de los hijos desde una base espiritual que necesitaba aprender. Desde entonces, tanto mi comprensión de esas cosas como mi capacidad para ponerlas en práctica han ido creciendo. Las tres cosas eran: esperar en Dios, cultivar el trigo y entregar el niño a Dios.

Esperar en Dios

Esta instrucción bíblica habla del valor de pausar las palabras y acciones humanas y de buscar en oración la guía del Amor divino.

Hacer una pausa, ser paciente, permite que sintamos la presencia de Dios-con-nosotros del Cristo, la idea espiritual del Amor divino, y de ese modo, en ese espacio de esperar y escuchar a Dios, recordamos que no estamos solos criando a nuestros hijos. 

Cuando las cosas se ponen difíciles con los niños, el error —o lo que Jesús llamó el “mentiroso”— sugiere que tenemos que hacer algo por nuestra cuenta y que tenemos que hacerlo ahora mismo. En la intensidad de un momento difícil, puede parecer que entre lo que un niño está haciendo o diciendo y la necesidad de responder a ello, no hay espacio para elegir cómo responder, no hay tiempo para esperar en Dios. Sin embargo, la verdad es que entre el estímulo y la respuesta siempre es necesario hacer una elección: Dios nos ha dado el derecho de hacer una pausa, ser paciente, escuchar en oración y luego proceder al sentirte inspirado. No tiene que ser un proceso largo. El hecho de hacer una pausa, escuchar, recibir la respuesta, puede suceder en un momento.

Esperar en Dios nos permite estar seguros de que nuestra respuesta en una situación dada será constructiva. Parte de esto es admitir que nosotros, como enseñó Mary Baker Eddy en Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, “[encontramos] todo en Dios, el bien, y [no necesitamos] ninguna otra consciencia” (pág. 264). Hacer una pausa nos permite considerar cómo Dios ve al niño. Y luego, contemplar espiritualmente como Dios lo hace nos permite separar las acciones o palabras inapropiadas y la identidad del niño creada por Dios. 

Desde el fundamento de comprender a los niños como representantes de Dios, es posible ver que el comportamiento difícil en los niños no es una ofensa personal contra nosotros, sino en realidad una imposición sobre ellos, sobre su identidad espiritual creada por Dios. Entonces somos capaces de comprender que están clamando por el amor. Desde este punto de vista, podemos afirmar al orar que ellos son capaces de escuchar directamente del Amor divino aquello que satisface sus necesidades más profundas.

Es el derecho individual que Dios le ha dado a cada niño sentir la comunicación del Amor divino y responder a ella. 

Cultivar el trigo

La siguiente de las tres cosas fue centrarse en cuáles son las respuestas, en lugar de en los problemas. Jesús enseñó acerca de esto en su parábola de la cizaña y el trigo, registrada en el Evangelio de Mateo (véase 13:24-30). En esta historia, Jesús habla de alguien que esparce malas hierbas (cizaña) en el campo de otra persona para destruir su cosecha de trigo. Cuando los peones descubren lo que ha sucedido, le preguntan al dueño del campo si deben arrancar todas las malas hierbas, pero sorprendentemente el dueño les dice que no, porque podrían arrancar también el grano. En cambio, explica que hay que dejar que la cizaña y el trigo crezcan juntos hasta el momento de la cosecha. Entonces, las malas hierbas serían claramente discernibles porque son más altas y oscuras que el trigo.

Como padres, corregir correctamente a los hijos consiste más en seguir esta guía bíblica para cultivar el trigo que en arrancar la cizaña. Cuando el bien se cultiva, crece, y lo que parecía tan difícil en el momento se desvanece en algo que en realidad nunca tuvo ninguna realidad o poder para destruir el bien. Cultivar el trigo es ver la idea divina, el niño creado por Dios, y afirmar activamente el bien que ese niño expresa. Por ser del todo bueno, Dios no conoce los problemas. En cambio, Él conoce y muestra las respuestas tanto al progenitor como al hijo.

Este tipo de crianza consiste en poner en práctica la guía bíblica para retener “lo bueno” (1 Tesalonicenses 5:21). Y Mary Baker Eddy habló de que Cristo Jesús se aferró a lo bueno —a lo espiritual— y el efecto que tuvo, cuando ella escribió: “Jesús contemplaba en la Ciencia al hombre perfecto, que a él se le hacía aparente donde el hombre mortal y pecador se hace aparente a los mortales. En este hombre perfecto el Salvador veía la semejanza misma de Dios, y esta perspectiva correcta del hombre sanaba a los enfermos” (Ciencia y Salud, págs. 476-477). También sana todo lo demás. Es por esa razón que criar a los hijos desde el fundamento de la Ciencia Cristiana debe basarse en eso: en la base de contemplar la idea creada por Dios y saber que el niño está capacitado por Dios para escuchar y actuar de acuerdo con lo que es bueno. 

Esto es lo que encontré que es un componente importante para poder hacer esto. La crianza de los hijos en su forma más pura, en su forma espiritual, no es algo que nosotros, como seres humanos, estemos haciendo por nuestra cuenta. La buena crianza es reflejar lo que Dios, nuestro divino Padre-Madre, el Progenitor de todos nosotros, está haciendo. Desde ese lugar de comprensión, la buena crianza no solo es posible, sino inevitable y natural. 

Entregar al niño a Dios

Es tremendamente valioso tener la disposición de entregar mentalmente un niño a Dios, y confiarlo al Amor divino. Eso no significa descuidar sus necesidades, incluyendo dar la orientación adecuada, sino que los padres pueden confiar y dar testimonio de la verdad de que Dios está comunicando exactamente lo que se necesita para permitir que sus hijos avancen en una dirección constructiva.

Cuando yo era niño, mi madre leyó el siguiente poema en un Christian Science Sentinel, y se lo aprendió de memoria para orar con él por mí y por ella misma cada día. Cuando mi esposa y yo tuvimos hijos, yo también lo aprendí. 

Entrega

Hijo amado, bajo Su ala,
más allá de mi maternidad mortal,
que tenga yo la gracia de verte así
y saber solo lo que Dios sabe.

Oh, déjame liberarte de las ataduras
que el sentido ha forjado de falsas exigencias,
mi temor, mi deseo, mi designio, tan finitos
con lo cual doblegaría tu voluntad a la mía.

En cambio, a Su autoridad,
Cuyo amor nos sostiene a ti y a mí,
que pueda rendir la voluntad humana,
y, al ceder, encontrarte más cerca todavía.
        (Abigail Joss, September 29, 1962)

Entregar nuestros hijos a Dios es esperar conscientemente el bien para ellos, esperar un cambio sanador, “despersonalizar” la crianza de los hijos y conocer la poderosa presencia de Dios, el Padre-Madre Amor. Entregarlos a Dios es también confiar en que, aunque parezca que nos hemos equivocado momentos antes, en verdad el amor de Dios los protege, instruye, purifica, fortaleciéndonos a ellos y a nosotros, y nos ayudará a salir adelante. 

Comprender que solo el Espíritu desarrolla la vida de nuestros hijos y que el Amor los abraza a cada paso de sus travesías nos permite avanzar en nuestras funciones de padres con humildad, esperanza y gracia. Por lo tanto, espera en Dios, cultiva el trigo y entrégalos mentalmente a la paternidad siempre presente del Amor divino. El resultado sin duda será bendición y progreso.

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