Hace muchos años, una mujer que había enviudado recientemente experimentaba un dolor cada vez mayor en el hueso pélvico, lo que hacía que le doliera al caminar o al sentarse. Una mañana, mientras oraba por este problema, vio la necesidad de rechazar todo argumento de los sentidos materiales acerca de que ella se originó y vivía en la materia, y adherirse con fidelidad inquebrantable a la verdad de su identidad espiritual e inmortal que se origina en la Mente divina, Dios, y es inseparable de ella.
Varias veces durante ese día, volvió a estos poderosos hechos espirituales. Fue entonces que, de repente, le vinieron a la mente las palabras sin huesos prestados. Al reflexionar sobre el inusual mensaje, comenzó a darse cuenta de que se refería a un pasaje del segundo capítulo del Génesis: “Y de la costilla que el Señor Dios había tomado del hombre, formó una mujer” (versículo 22, LBLA). La conexión era clara: la primera mujer alegórica, Eva, había sido formada a partir de un hueso tomado prestado del primer hombre, Adán, lo que implicaba que la femineidad había sido quitada del hombre para hacer una mujer, dejando tanto al hombre como a la mujer incompletos.
Esta persona llegó entonces a la conclusión de que la condición física que padecía bien podría estar arraigada en el antiguo concepto mental de que una mujer simplemente no está completa sin un hombre. Y que, lógicamente, el único antídoto contra este concepto erróneo era aferrarse a la verdad de que ella no fue modelada según Eva en absoluto, sino según el modelo de femineidad espiritual declarado en el primer capítulo del Génesis: “Creó, pues, Dios al hombre a imagen suya, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó” (versículo 27). Aquí, en la única creación real, el hombre y la mujer surgen de la Mente simultáneamente a través de la acción perpetua de la ley divina, no a través de ningún proceso físico. Cada uno refleja la plenitud de la naturaleza divina, sin que le falte nada, y representa cualidades masculinas y femeninas, la verdadera masculinidad y la verdadera femineidad. Y cada uno es uno, ahora mismo, con el Amor divino.
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