Skip to main content Skip to search Skip to header Skip to footer
Original Web

Sin huesos prestados

De El Heraldo de la Ciencia Cristiana. Publicado en línea - 4 de marzo de 2024


Hace muchos años, una mujer que había enviudado recientemente experimentaba un dolor cada vez mayor en el hueso pélvico, lo que hacía que le doliera al caminar o al sentarse. Una mañana, mientras oraba por este problema, vio la necesidad de rechazar todo argumento de los sentidos materiales acerca de que ella se originó y vivía en la materia, y adherirse con fidelidad inquebrantable a la verdad de su identidad espiritual e inmortal que se origina en la Mente divina, Dios, y es inseparable de ella.

Varias veces durante ese día, volvió a estos poderosos hechos espirituales. Fue entonces que, de repente, le vinieron a la mente las palabras sin huesos prestados. Al reflexionar sobre el inusual mensaje, comenzó a darse cuenta de que se refería a un pasaje del segundo capítulo del Génesis: “Y de la costilla que el Señor Dios había tomado del hombre, formó una mujer” (versículo 22, LBLA). La conexión era clara: la primera mujer alegórica, Eva, había sido formada a partir de un hueso tomado prestado del primer hombre, Adán, lo que implicaba que la femineidad había sido quitada del hombre para hacer una mujer, dejando tanto al hombre como a la mujer incompletos.

Esta persona llegó entonces a la conclusión de que la condición física que padecía bien podría estar arraigada en el antiguo concepto mental de que una mujer simplemente no está completa sin un hombre. Y que, lógicamente, el único antídoto  contra este concepto erróneo era aferrarse a la verdad de que ella no fue modelada según Eva en absoluto, sino según el modelo de femineidad espiritual declarado en el primer capítulo del Génesis: “Creó, pues, Dios al hombre a imagen suya, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó” (versículo 27). Aquí, en la única creación real, el hombre y la mujer surgen de la Mente simultáneamente a través de la acción perpetua de la ley divina, no a través de ningún proceso físico. Cada uno refleja la plenitud de la naturaleza divina, sin que le falte nada, y representa cualidades masculinas y femeninas, la verdadera masculinidad y la verdadera femineidad. Y cada uno es uno, ahora mismo, con el Amor divino.

A medida que esta mujer afirmaba estas verdades, los síntomas comenzaron a desvanecerse, y pronto estuvo completamente bien.

¡Ciertamente sería absurdo pensar que la Mente omnisciente y todopoderosa —el Alma infinita de todo— necesitaría tomar prestado algo de una entidad con el fin de producir otra! Y las conclusiones que se extraen de esta incoherencia son de enorme y universal importancia tanto para los hombres como para las mujeres. Estos son algunos de los más significativos:

  1. Que la mujer era el único ser en toda la creación que no fue formado directamente por Dios, sino a partir de algo ya hecho;
  2.  Que la creación de la mujer no fue digna de un pensamiento original, y que incluso fue un aditamento, lo que convierte a la mujer en el único aditamento en toda la creación y, por lo tanto, podría decirse que es la entidad menos amada de la creación;
  3. Que el hombre, en lugar de Dios, fue el punto de partida de la mujer, vinculando así a la mujer directamente con el hombre. Esta vinculación incluía cumplir con el deseo de su esposo (véase Génesis 3:16), y también su conocimiento del bien y del mal, ya que la mujer aún no había sido creada cuando Dios dio instrucciones concernientes al árbol prohibido;
  4. Que la mujer fue diseñada para servir y someterse a un hombre en lugar de a Dios, y ordenada a hacerlo, sin darle ningún propósito verdaderamente individual;
  5. Que esa mujer no tiene ninguna relación directa o vínculo con Dios (incluso es  Adán quien le da el nombre en lugar de Dios), sino que se relaciona con su Hacedor solo a través de un intermediario: un hombre. Esta última conclusión niega la coincidencia de la divinidad con la femineidad humana, y fundamenta una creación patriarcal eternamente dominada por el hombre.

Al considerar que nada tiene valor y autoridad genuinos, ni siquiera salud y bienestar, a menos que derive directamente de Dios; y al tener en cuenta que alrededor del 54 por ciento de la población mundial (cristiana, judía e islámica) acepta el segundo capítulo del Génesis como la explicación de la creación (mientras que la mayoría de las otras religiones adoptan puntos de vista teológicos o culturales de las mujeres como inferiores a los hombres), entonces uno puede ver por qué esta faceta del mito de Génesis 2 ha tenido consecuencias devastadoras a lo largo de la historia humana para las mujeres de todo el mundo.

Por nombrar solo uno de los innumerables ejemplos, el asesinato de niñas pequeñas se ha practicado durante miles de años, como resultado de una preferencia cultural o religiosa por los niños varones; una práctica que se encuentra principalmente en las sociedades patriarcales donde la línea de descendencia pasa a través de los hombres.

Sin duda, se necesita una metafísica cristiana radical y profunda para penetrar hasta la raíz de un mal tan atroz y arraigado. Entonces, ¿cuáles son los hechos espirituales fundamentales sobre los cuales basar nuestra oración? ¿Qué verdades divinas, o leyes, están abrazando la preciosa femineidad humana en este momento, leyes que, cuando se aplican, deben vencer la desigualdad, la degradación y la persecución de las mujeres?

Primero, podría ser la verdad acerca de la naturaleza masculina y femenina de Dios, cuya plenitud se refleja en toda Su creación. Puesto que el hombre fue creado varón y hembra a imagen de Dios, se deduce que la mujer solo pudo haber emanado de un Dios cuyo ser es a la vez masculino y femenino, Padre y Madre, siendo la maternidad de Dios igual a Su paternidad. De hecho, la Ciencia Cristiana a menudo se refiere a Dios, el Principio divino, el Amor, con el nombre dual y unido de “Padre-Madre”. Entonces, puesto que la maternidad y la paternidad de Dios son iguales —y deben necesariamente expresar esa igualdad en la tierra como en el cielo— ¿por qué la maternidad de Dios no tiene una presencia más sustancial y literal en la Biblia, aparte del símil y la metáfora? De hecho, la tiene.  

Cuando las esposas de los patriarcas —Sara, Rebeca y Raquel— y más tarde Ana (madre del profeta Samuel), también la madre de Sansón, e incluso Elisabet, la madre de Juan el Bautista, una tras otra fueron halladas estériles, su comunión con Dios resultó en la concepción. Estos sucesos han sido tradicionalmente vistos como instancias de intervención divina en el proceso físico de la concepción humana.

Pero Dios, el Espíritu, no “interviene” para permitir que los mortales creen a otros mortales. Solo el espíritu origina y desarrolla todas las individualidades. La verdadera reproducción, aquí y ahora, es la manifestación mental, o reflejo, del poder divino creativo, y no está ligada a la materia o a las fuerzas materiales.

Por lo tanto, para todas estas mujeres estériles, la dificultad para concebir un hijo no era una condición de la materia, sino que podía verse como la separación de una mujer de Dios, la Madre de todos. Sus curaciones de esterilidad cuentan la historia de la maternidad de Dios, al desarrollar en la consciencia humana, la exigencia de ver que la capacidad de una mujer para ser madre está ligada ante todo a su unidad con Dios, la Vida divina. Y también brindan vislumbres de que la causa es algo completamente separado de la materia y el sentido material, al abrir suavemente el camino para que la consciencia humana acepte el nacimiento virginal de Jesús.

El ángel Gabriel reveló a la Virgen-madre que ella concebiría espiritualmente al hombre Jesús, quien sería el Salvador del mundo y  salvaría a la humanidad de la creencia de la vida y la mente en la materia. Pero para que ella fuera la madre humana de este niño divinamente concebido, la unidad directa e ininterrumpida de la mujer con su Principio divino, el Amor, el Padre-Madre de todo, tenía que haber sido establecida. El vínculo científico que existe eternamente entre Dios y la mujer (como se declara en Génesis 1) se demostró cuando María cedió a la presencia del Espíritu Santo, la ley del Amor, y concibió.

Pero ¿por qué se ha ocultado tanto esta profunda verdad de la maternidad de Dios? Tal vez sea porque la femineidad es la idea espiritual del Amor divino, la idea más odiada y perseguida por la mente carnal. Ciencia y Salud explica: “La serpiente, el sentido material, morderá el calcañar de la mujer, luchará por destruir la idea espiritual del Amor; y la mujer, esta idea, herirá la cabeza de la lujuria” (pág. 534). El Amor es el destructor de la mente carnal, el arma sagrada de la guerra espiritual. Todo mal cae —demuestra ser impotente e irreal— ante el Amor divino. Nuestro Maestro, Cristo Jesús, enseñó y demostró plenamente que solo el Amor divino vence al mundo.

En su libro La unidad del bien, bajo el título “¿Qué piensa usted de la mujer?”, la Sra. Eddy respondió: “Hombre es el término genérico para toda la humanidad. La mujer es la especie más elevada del hombre, y esta palabra es el término genérico para todas las mujeres; pero ni una sola de todas estas individualidades es una Eva o un Adán. Ninguna de ellas ha perdido su estado armonioso, en la economía de la sabiduría y el gobierno de Dios” (pág. 51).

Cabe destacar que el símbolo bíblico en el libro del Apocalipsis que trata específicamente de la unidad de Dios y el hombre genérico es una mujer, “una mujer vestida del sol” (Apocalipsis 12:1), la mujer cuyo significado, cuando se demuestre plenamente, pondrá fin al reinado mítico de Eva y Adán en la tierra. Siento que al revelar e interpretar este símbolo espiritual, la Sra. Eddy proporcionó el antídoto contra cada uno de los atroces errores que han llevado a la degradación de la mujer. Primero, escribe: “La mujer en el Apocalipsis simboliza al hombre genérico, la idea espiritual de Dios; ella ilustra la coincidencia de Dios y el hombre como el Principio divino e idea divina” (Ciencia y Salud, pág. 561). ¿No ayuda esto a destruir la antigua creencia de que la mujer no tiene un vínculo directo con Dios?

En segundo lugar, la Sra. Eddy escribe: “Así como  Elías presentó la idea de la paternidad de Dios, que Jesús manifestó más tarde, así el Revelador (el autor del Apocalipsis) completó esta alegoría con la mujer, que simboliza la idea espiritual de la maternidad de Dios” (Ciencia y Salud, pág. 562). Esto puede lidiar específicamente con la insinuación de Génesis 2 de que Dios no tenía maternidad o naturaleza femenina para expresarse específicamente como mujer.

En tercer lugar, la Sra. Eddy afirma: “La idea espiritual también es simbolizada por una mujer en trabajo de parto …” (Ciencia y Salud, pág. 562), que revela  a la mujer en términos de maternidad humana, y  muestra decisivamente la conexión entre la maternidad divina y la humana. Este concepto, que vincula de manera concluyente a Dios, el Principio divino, el Amor, con la femineidad humana, otorga a la mujer en la tierra la bendición plena que pertenece a cada hijo de Dios. Para mí, esto ilustra el privilegio de cada mujer de romper el síndrome de Eva, de afirmar y expresar la autoridad, el poder, la dignidad, la posición y la individualidad única que proviene de la unidad de la mujer con Dios. Y esta unidad espiritual incluye la promesa de que la mujer es libre de las llamadas enfermedades de la mujer; entre ellas, las creencias de la pérdida ósea y el sufrimiento menstrual.

Sabemos que Adán ciertamente no representaba al hombre ideal a quien la Mente le dio dominio sobre toda la tierra. Cristo Jesús fue ese hombre ideal. Al resolver por completo el problema de Adán, Jesús abrió el camino para que cada hombre y mujer comprendiera la Ciencia del ser, y demostrara su integridad y el dominio que Dios ordenó para nosotros.

No obstante, la liberación específica y científica de la femineidad humana de las ataduras de Génesis 2 requería que una mujer siguiera la senda trazada por Cristo Jesús, una mujer que pudiera romper esas ataduras por sí misma al revelar y demostrar la Ciencia, o ley, de las enseñanzas y prácticas de Jesús. A mi modo de ver, esta liberación necesitaba una mujer humana que fuera un ejemplo y una promesa para todas las mujeres de la tierra de que todas ellas tienen la capacidad de demostrar su unidad original con Dios que pone la luna, o la materia, bajo sus pies (véase Ciencia y Salud, pág. 561). Una mujer que ilustraría la autoridad de una mujer cuya humanidad coincide con la divinidad, cuyos logros serían el resultado de su demostrada unidad con su Hacedor.  

Se podría decir que Mary Baker Eddy, como Descubridora de la Ciencia del Cristianismo, como Fundadora y Guía del movimiento de la Ciencia Cristiana, ha dado a la humanidad el ejemplo más puro posible de la demostración de la femineidad espiritual. La obediencia de la Sra. Eddy a Dios, el Amor divino, le permitió concebir y dar a luz a su hijo: la Ciencia Cristiana. Al hablar de la metáfora bíblica de la mujer con dolores de parto, la Sra. Eddy escribió en Escritos Misceláneos 1883-1896: “¿Se imaginan los niños de esta época los dolores de parto de la Madre espiritual, durante la larga noche que les ha abierto los ojos a la luz de la Ciencia Cristiana?” (pág. 253).

El mensaje de la Sra. Eddy no solo es precioso, sino que, como la preciosa mensajera, su propio y extraordinario viaje humano ilustra el hecho de que la mujer nunca ha sido en realidad una Eva: inferior al hombre, débil, dependiente, despreciada u oprimida. Su vida ilustra la elevación tanto de la femineidad como de la masculinidad de lo mortal a lo inmortal, haciéndolo enteramente a través del poder divino, no del humano.

No se puede sobreestimar la importancia de la demostración de la femineidad espiritual que hizo la Sra. Eddy. Armada con su comprensión en desarrollo de la Ciencia del Ser, trabajó contra la oposición y el desprecio de la familia y la sociedad, contra la terrible soledad, la burla, la persecución, el temor, la enfermedad, la traición de amigos, alumnos e incluso algunas de las personas a las que había sanado. Ella se labró un lugar para su descubrimiento y fundó su iglesia mundial en un país donde las mujeres todavía no podían votar. Y lo más importante, ella logró todo a través de medios espirituales solamente, sobre la base de su demostrada individualidad espiritual, no de su poder, educación o posición social personales.  

Cada paso de su experiencia humana, cada prueba y cada triunfo, simbolizó la travesía que todos los hombres y mujeres pueden hacer para apartarse de las tradiciones y creencias teológicas y culturales más arraigadas: una travesía de la oscuridad a la luz, de la esclavitud hacia la libertad, del sometimiento a la autoridad,  hacia la comprensión del dominio que tiene la humanidad sobre toda la tierra.

La Sra. Eddy demostró a toda la humanidad que nuestro dominio es el reflejo del dominio de Dios. Pero este dominio no se obtiene a través de la autoafirmación, la cual  afirma un yo personal competente apartado de Dios que debe alcanzar la  predominancia a través de las artimañas, la manipulación o la agresividad femeninas, o  mediante la presión y la dominación masculinas. En cambio, se obtiene a través de la abnegación que abandona la personalidad material y recupera el propio ser original: su individualidad espiritual única a semejanza del único Ego, Dios.

La Ciencia divina revela el gran hecho espiritual de que los hombres y las mujeres están vinculados directamente a su amado Padre-Madre Dios; que la mujer no fue hecha de un hombre, y nunca ha tomado prestado ni ha tenido que apropiarse de ni un solo elemento de él; que la individualidad de cada mujer es, ahora mismo, infinitamente amada, protegida, fortalecida, glorificada, porque cada mujer, al igual que cada hombre, es eternamente inseparable de Dios, su Principio divino, el Amor.

Para explorar más contenido similar a este, lo invitamos a registrarse para recibir notificaciones semanales del Heraldo. Recibirá artículos, grabaciones de audio y anuncios directamente por WhatsApp o correo electrónico. 

Registrarse

Más artículos en la web

La misión del Heraldo

 “... para proclamar la actividad y disponibilidad universales de la Verdad...”

                                                                                                          Mary Baker Eddy

Saber más acerca del Heraldo y su misión.