Tal vez te haya pasado esto: Alguien en la calle te sonríe y tú le devuelves la sonrisa. O al revés. Mis favoritas son las sonrisas simultáneas entre un extraño y yo, como si un bien compartido nos conmoviera el corazón al mismo tiempo. En cualquier caso, esos momentos —por breves que sean— me indican que estar conectado con los demás es completamente natural y está al alcance de todos nosotros.
En el mundo entero se están haciendo esfuerzos para combatir la soledad y el aislamiento. Por ejemplo, el Reino Unido y Japón han establecido Ministerios de la Soledad, y algunos países han establecido bancos de “me encanta charlar” en lugares públicos para fomentar las conversaciones entre extraños. Es alentador que este tema se esté tomando en serio.
Ya sea que la soledad se presente como una sensación de estar aislado de los demás o como un sentimiento de estar separado de un propósito y significado, en su raíz está la noción de que carecemos de algo esencial para nuestra integridad y estamos desprovistos de oportunidades para dar y recibir el bien. He descubierto que recurrir a Dios en oración es una forma vital de llegar a soluciones sanadoras para obtener bienestar y compleción, incluidas las relaciones y actividades significativas.
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