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Un camino hacia el civismo

De El Heraldo de la Ciencia Cristiana. Publicado en línea - 18 de noviembre de 2024


El hombre estaba enojado. Se sentía degradado, moralmente superior y ofendido, y buscaba venganza. Parecía que la violencia estaba a punto de estallar. Sin embargo, alguien en la comunidad estaba pensando con calma, sabiduría, humildad, y adoptó un enfoque civilizado que calmó la situación. Se evitó la violencia y se estableció la paz.

Esta es la historia bíblica de David y Abigail, la esposa de un rico dueño de propiedades cuyo trato a los hombres de David enfureció mucho a este. Cuando Abigail se enteró de la tensa situación, se apresuró a ir a ver a David; no de manera grosera,  con ira o mal genio, sino con cortesía y humildad. David, conmovido por la sabiduría y la modestia de Abigail, cedió y le agradeció por haberlo salvado de cometer actos de los que más tarde se hubiera arrepentido (véase 1.° Samuel 25).

Si bien esta historia se desarrolló hace unos 3.000 años, tiene mucha relevancia hoy en día. Cuando los ánimos se caldean y la justificación propia retumba, ¿podemos encontrar una manera tranquila y civilizada de avanzar? ¿O estamos condenados a ser dominados por el temor y la ira?

La Ciencia Cristiana responde que siempre hay un camino hacia la cooperación y el respeto mutuo. La humanidad no está atrapada en un hervidero de animosidad y prejuicios personales. De hecho, la voluntad o el orgullo personales pueden llevarnos fácilmente en la dirección equivocada, y alejarnos de la paz y la buena voluntad. Como escribe Mary Baker Eddy, la Descubridora de la Ciencia Cristiana, en Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras: “No podemos circunscribir la felicidad a los límites del sentido personal” (pág. 61).

En cambio, podemos considerar que, como Cristo Jesús demostró, en realidad estamos gobernados por el Principio de toda existencia: el Amor divino, Dios. El Amor divino es el fundamento de toda la creación. Este Principio, el Amor, sustenta la forma en que cada uno de nosotros —en nuestra verdadera naturaleza como linaje espiritual de Dios— interactuamos y nos relacionamos unos con otros.  

Desde este punto de vista, llegamos a ver que hay una forma de pensar y actuar más elevada que a través de la emoción o el sensacionalismo. Es el camino del Principio divino y del Amor, y ceder a ese Amor en lugar de a la ira fomenta la cortesía y la cooperación. Como dice Ciencia y Salud: “Para la verdadera felicidad, el hombre debe armonizar con su Principio, el Amor divino...” (pág. 337).

La armonía define la relación entre nosotros y Dios y, en última instancia, entre nosotros y los demás. Mediante la oración, comprendemos que el Principio, no las personalidades, es la base de la vida. Entonces, naturalmente, pensamos y actuamos de acuerdo con lo que realmente somos como el reflejo espiritual del Amor divino; por ejemplo, manifestamos consideración, humildad, integridad, y así sucesivamente. Todos somos innatamente capaces de operar en este nivel de conciencia, que fomenta el respeto y la cooperación al interactuar con los demás.

Experimenté esto de primera mano después de que mi esposo y yo compramos una parcela en Arizona. Había un magnífico cactus saguaro gigante cerca del límite del lote. Sin embargo, los paisajistas de nuestros vecinos tenían excavadoras que trabajaban precariamente cerca de esta belleza del desierto.

Mi esposo y yo fuimos a la casa de nuestros vecinos, y mientras hablábamos con uno de  ellos, mencionamos nuestra preocupación por el cactus. Fue una conversación amistosa de ambas partes, pero horas más tarde recibimos un mensaje de voz fuerte y obsceno del cónyuge del vecino. ¡Nos quedamos muy desconcertados!

Aunque al principio nos sentimos angustiados e inquietos por este enfrentamiento, mi esposo y yo afirmamos que Dios, el Principio, el Amor, era el único poder que realmente estaba en operación. Reconocimos que el Principio divino estaba a cargo, no las personalidades. En el Amor no hay lugar ni oportunidad para la ira o el resentimiento.

A medida que orábamos con estas ideas, el resentimiento y la inquietud que habíamos estado sintiendo se disipaban. Más tarde ese día, llamé a los vecinos y hablé con el cónyuge que había dejado el mensaje de voz. Fue una interacción cordial, y después de que colgamos, la hostilidad nunca regresó. (¡Y al saguaro le fue muy bien!)

Aferrarnos al reino del Principio divino, no a la personalidad —saber que el Principio es el Amor y se expresa en civilidad y armonía— nos ayuda a contribuir a soluciones pacíficas y a la buena voluntad en nuestras vidas y comunidades.

Publicado originalmente en la columna Christian Science Perspective de The Christian Science Monitor el 12 de junio de 2024.   

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