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Un feliz descubrimiento de la Biblia

De El Heraldo de la Ciencia Cristiana. Publicado en línea - 18 de julio de 2024


Lo admito. Soy un experto en la Biblia, alguien con un profundo entusiasmo e interés en la Biblia. Estoy particularmente motivado por el primer artículo de fe de la Ciencia Cristiana: “Como quienes se adhieren a la Verdad, tomamos la Palabra inspirada de la Biblia como nuestra guía suficiente hacia la Vida eterna” (Mary Baker Eddy, Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, pág. 497).

La última vez que leí la Biblia de principio a fin me di cuenta de algo nuevo: La inclusión es un tema primordial. Esto es digno de mención, ya que la gente a veces piensa que la Biblia es crítica, exclusivista o incluso divisiva.

El Antiguo Testamento, o las Escrituras Hebreas, se centra en los hijos de Israel, descritos como escogidos por Dios. Esto no fue para delimitar las bendiciones de Dios, sino para ilustrar y compartir la universalidad y el abrazo incondicional de esas bendiciones. Dios prometió que, a través de Abraham, el patriarca del pueblo hebreo, “serán benditas todas las familias de la tierra” (Génesis 12:3, LBLA). En el Nuevo Testamento, Pablo reconoció que pertenecer a la familia de Dios no depende de la etnia, el ritual o la cultura, sino que se realiza al llenar el corazón de amor por Dios y por la humanidad (véanse Romanos 2:25-29 y 1 Corintios 13:1-13). Al hacerlo, demostramos que todos somos escogidos por Dios para recibir bendiciones infinitas. 

Jesús vio que, más allá de las etiquetas y las limitaciones, la bondad completa de Dios es para todos. Al encarnar al Cristo —la verdadera idea de Dios, el Amor infinito— Jesús probó al sanar y reformar a las personas que la identidad de cada uno es puramente espiritual, hecha a semejanza de Dios, quien, como la Biblia también nos dice, es Espíritu. Muchas veces se esforzó por mostrar que las bendiciones de Dios son para todos. Por ejemplo, aunque los judíos evitaban a los samaritanos, habló con respeto y extensamente con una mujer samaritana en el pozo de Sicar, quien luego compartió lo que había experimentado con otros habitantes locales, samaritanos, como ella. Cuando escucharon a Jesús por sí mismos, creyeron en sus enseñanzas y quisieron que se quedara con ellos. La actitud de Jesús contrastaba con la de los discípulos, quienes se sorprendieron de que incluso hablara con una samaritana (véase Juan 4:5-42).

Si bien es evidente que se necesita con urgencia mayor progreso, muchas sociedades se están volviendo más inclusivas. Por ejemplo, numerosas jurisdicciones ahora requieren que los nuevos edificios sean accesibles para sillas de ruedas. Y varias grandes empresas globales han estado dando prioridad a la diversidad en sus prácticas de contratación durante algún tiempo.

La Ciencia Cristiana proporciona una base espiritual sólida para la inclusión: la verdadera naturaleza de Dios. El Principio divino, Dios, no es simplemente una cosa o entidad más entre muchas, sino que es el Amor infinito, divino y sin oposición. Este Amor, o Espíritu, es tan grande que nada existe además de él, y todo lo que existe lo hace sólo porque es la expresión del Amor. Eso nos incluye a cada uno de nosotros. Este concepto de Dios como verdaderamente infinito significa que, aunque somos distintos de Dios y los unos de los otros, no podemos separarnos de Dios ni los unos de los otros. Evidenciamos la infinitud del Amor y su inclusividad a través de nuestro amor por la humanidad.

He estado tanto en el extremo de recibir como en el de dar de la inclusión en la iglesia. A principios de la década de 1980, como estudiante nuevo de la Ciencia Cristiana, asistí a reuniones semanales de testimonios en una filial de la Iglesia de Cristo, Científico, en América del Sur, donde compartí las curaciones que había tenido. Como era un recién llegado a la Ciencia, estoy seguro de que mis testimonios, dados en español intermedio, no siempre reflejaban con precisión las enseñanzas de la Ciencia Cristiana. Pero los queridos miembros nunca me corrigieron. Esto fue especialmente cierto en el caso de la persona que dirigía las reuniones y que una vez me dio un tremendo abrazo con tanto amor que lo recuerdo décadas después. Ella y su numerosa familia me incluyeron en algunas de sus reuniones. Todavía hoy sigo en contacto amistoso con un miembro de esa familia. Yo podría haber parecido un joven raro de un país extranjero, pero me aceptaron y me incluyeron.

Ser bienvenido como parte de esa familia de la iglesia me ayudó a manifestar consistentemente esa misma bienvenida una vez que me convertí en miembro de una iglesia filial y de La Primera Iglesia de Cristo, Científico, en Boston, unos años más tarde. 

No obstante, acoger a los demás no significa aceptar las faltas o las malas acciones. La Ciencia Cristiana nos enseña a condenar lo que no es divino, pero nunca a condenar a una persona. Saber lo que es espiritualmente verdadero de todo, condena naturalmente los pensamientos que no son verdaderos, cualquier forma de pensar que parezca estar en contra de la infinita bondad y armonía de Dios. El egoísmo, la impureza o los celos, por ejemplo, no son parte de la identidad creada por Dios de nadie, y siempre podemos saber eso de los demás, así como de nosotros mismos. Ni siquiera el temor y la enfermedad son parte del individuo creado y gobernado por Dios. Abrazar a cada individuo en su verdadero ser espiritual, como lo hizo Jesús, reforma y sana.

Verdaderamente, el abrazo de Dios nos incluye a todos, y es natural que mostremos esa misma inclusión en nuestros pensamientos y acciones debido a lo que somos como hijos de Dios.

Lyle Young, Escritor de Editorial Invitado 

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