Iba conduciendo por mi vecindario cuando reduje la velocidad y me detuve en una señal de alto. Un momento después, un conductor en una camioneta enorme detrás de mí hizo sonar con fuerza su bocina. El sonido ensordecedor me sobresaltó. El conductor me miró con furia al pasarme y luego se fue.
Tal comportamiento agresivo podría no haber sido simplemente el resultado de que el conductor tuviera prisa por llegar a algún lugar. Se dice que hoy en día las presiones sociales están en su punto más alto. Las preocupaciones sobre la inseguridad financiera, la violencia, las enfermedades y otros problemas parecen generar cada vez más reacciones excesivamente negativas.
Pocas situaciones en nuestro diario vivir no envuelven de alguna manera relaciones o interacciones con los demás, que a veces pueden parecer complicadas, incluso desordenadas y desalentadoras. Pero estas dificultades solo me hablan de la necesidad de expresar más gracia.
La palabra gracia tiene muchísimas definiciones en los diccionarios. Merriam-webster.com incluye “una virtud que viene de Dios”. Parece que necesitamos en gran medida las virtudes de respeto, paciencia y consideración por los demás; lo que podría considerarse gracia o los fundamentos de la Regla de Oro en la Biblia, que dice: “Todas las cosas que queráis que los hombres hagan con vosotros, así también haced vosotros con ellos” (Mateo 7:12).
Cómo debemos interactuar con los demás a lo largo de nuestra vida —ser empáticos, respetuosos, solícitos— no es un secreto ni un misterio. Seguir el ejemplo de Cristo Jesús al vivir estas cualidades es llevar una vida amorosa, cristiana y centrada en Dios. Es demostrar una preocupación genuina por el mundo en el que vivimos, usar nuestro tiempo y esfuerzos para ayudar, bendecir y abrazar en sanadora oración las necesidades que vemos a nuestro alrededor.
A través del estudio y la práctica de la Ciencia Cristiana, podemos hacer mucho para sanar la falta de gracia en nuestro mundo, comenzando con nuestras propias vidas. Podemos empezar con nuestras relaciones personales: nuestras familias, comunidades, iglesias, lugares de trabajo y escuelas.
La Biblia, junto con la interpretación espiritual de las Escrituras y la revelación de la Ciencia del Ser en el libro de Mary Baker Eddy, Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, durante décadas han indicado “cómo hacerlo” a fin de expresar la gracia que guía nuestro crecimiento en esta cualidad. En Ciencia y Salud, Eddy escribe: “Lo que más necesitamos es la oración del deseo ferviente de crecer en gracia, expresada en paciencia, mansedumbre, amor y buenas obras” (pág. 4).
El deseo de vivir una vida llena de gracia nos hará progresar en la demostración de esta cualidad que Dios nos ha dado en nuestra experiencia diaria. Una vida comprometida a ceder al Divino es un reflejo natural del amor de nuestro Padre-Madre Dios. Ese amor incluye bondad, que es inherente a nosotros como imagen y semejanza de Dios.
¿Qué podría intentar limitar este “deseo ferviente” de lo que Ciencia y Salud dice es más necesario en nuestras vidas? A lo largo de sus escritos, Eddy se expande sobre el significado de nuestros motivos y la necesidad de luchar por el bien poniendo en práctica las enseñanzas bíblicas. Cuando vemos, como nos dice la Biblia, que hemos sido creados a imagen y semejanza de Dios — y moramos en el Amor, la Vida y la Verdad (sinónimos de Dios)— reconocemos que incluimos de forma innata las cualidades divinas de amor genuino por los demás, paciencia y bondad. Como imagen de Dios, del Espíritu, tenemos una identidad que refuta el sentido de nosotros mismos como materiales que, de otro modo, parecería justificar la ira y la impaciencia.
En un artículo titulado “Amad a vuestros enemigos”, Eddy dice: “Debiéramos evaluar el amor que sentimos hacia Dios por el amor que sentimos por el hombre; y nuestra comprensión de la Ciencia será evaluada por nuestra obediencia a Dios —en el cumplimiento de la ley del Amor, haciendo bien a todos; impartiendo la Verdad, la Vida y el Amor, en el grado en que nosotros mismos los reflejemos, a todos los que se hallen dentro del radio de nuestra atmósfera de pensamiento” (Escritos Misceláneos 1883-1896, pág. 12).
Creo que podríamos estar de acuerdo en que es en las formas pequeñas, a veces silenciosas, que podemos expresar las virtudes que Dios da, como paciencia, respeto, bondad y gracia; por ejemplo, al superar el resentimiento hacia el vecino que pone su equipo de audio demasiado alto o el conductor que toca la bocina con impaciencia.
Sin embargo, expresar gracia es algo más que tolerancia hacia los demás o mera cortesía. Y podemos esperar experimentar más paz y armonía a medida que tomamos la consciente determinación de practicar el cristianismo genuino como lo ejemplificó el maestro cristiano, Jesús. Estar atentos a los demás, valorarlos y amarlos genuinamente —cualidades incluidas en nuestro propio ser— son formas de vivir la gracia cada día.
Expresar gracia puede requerir alejarse un poco de los esfuerzos por sobresalir en nuestra vida cotidiana o de la preocupación por hacer muchas cosas al mismo tiempo. De igual modo, podemos beneficiarnos al rechazar los chismes, las críticas y el juzgar a los demás. Si abandonamos la obstinación, el temor al futuro o dejamos de aferrarnos al pasado, y abrazamos, en cambio, la abnegación activa, podemos encontrar un perdón genuino para los demás, incluso cuando hemos sido agraviados.
En el libro de Hebreos leemos: “Así que acerquémonos confiadamente al trono de la gracia para recibir la misericordia y encontrar la gracia que nos ayuden oportunamente” (4:16, NTV). Y el Padre Nuestro incluye esta conocida y santa petición a nuestro Padre-Madre celestial: “El pan nuestro de cada día, dánoslo hoy” (Mateo 6:11). La interpretación espiritual de Eddy de esta línea dice: “Danos gracia para hoy; alimenta los afectos hambrientos” (Ciencia y Salud, pág. 17). ¡Seguramente esta expresión de la gracia viviente sin resistencia puede abrazar a nuestros seres queridos, a nuestra comunidad y al mundo!
Dondequiera que sea, cuando sea y como sea expresemos y practiquemos la gracia individualmente; estamos viviendo las verdades de un cristianismo práctico: vivir la gracia cada día, nunca en vano, sino siempre con resultados vitales, eficaces y armoniosos.