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Abandonar la forma de pensar como olla de presión

De El Heraldo de la Ciencia Cristiana. Publicado en línea - 12 de junio de 2025


Me desperté en la noche con mucha irritación debido a un proyecto de trabajo en el baño en casa que estaba estancado. Y lo que era aún más desalentador, ahora estaba resfriada.

A la mañana siguiente, como no me sentía mejor, recurrí a Dios en oración en busca de inspiración para calmar la irritación que sentía. Sabía que eso sería clave para resolver el estancamiento. He aprendido este enfoque para resolver problemas mediante la práctica de la Ciencia Cristiana, y está al alcance de cada uno de nosotros.

La Ciencia Cristiana enseña que Dios es Amor, y el Amor está siempre presente, absolutamente en todas partes para ayudar en lo que sea necesario; ya sea una dolencia física, un trastorno emocional o cualquier otro problema. El Amor divino nos ha creado a todos capaces de escuchar y oír la dirección de Dios y encontrar curación, bajo toda circunstancia. Así que me quedé muy callada y escuché. Lo que me vino suavemente fue esto:

Mi tranquila esperanza de triunfar

en Tu mano, Dios, está,

pues me entrego a Tu saber

y Tu voluntad haré
 (Josiah Conder, alt., Himnario de la Ciencia Cristiana, N.° 46)

Sabía que la palabra “tranquila” significaba optimista, y me pregunté si realmente quería entregar “mi tranquila esperanza de triunfar” a Dios. Me di cuenta de que la presión en mi pensamiento iba en aumento: estaba preocupada por “mi tiempo”, sin tener en cuenta las necesidades de los contratistas.

Al orar, me di cuenta de que había una alternativa a presionar a otros para que hicieran su trabajo; la cual era compartir la alegría y el amor que reflejo de Dios.  Entendí que esta es la verdadera razón por la que yo y todos los hijos de Dios existimos. Por ser Sus hijos, cada uno de nosotros es, en realidad, la expresión completa y espiritual de Dios, el bien. Puesto que reflejamos el Amor divino, nunca podríamos abandonar nuestro propio reflejo del Cristo —nuestra emulación de la naturaleza de Jesús— en aras de la mera conveniencia. En cambio, tenemos la capacidad innata de ceder a Dios y honrarlo al reflejar Su compasión, paciencia y ternura en nuestra vida diaria.

Esto nunca implica sacrificar nada de lo que realmente necesitamos, sino que nos bendice con respuestas sólidas a medida que las necesitamos; así como con el sentido de plenitud y logro que se encuentra en la vida espiritual. La actitud de exigir que otros hagan lo que nosotros queremos no es la manera divina de vivir que Cristo Jesús enseñó y demostró. La suya fue una vida de servicio amoroso a Dios y a su prójimo, y de revelar el bien abundante en la vida de los demás.

Cuando reconocemos la armonía de Dios, que todo lo llena sin esfuerzo, y nos proponemos servirle, encontramos un sentido perfectamente coordinado del tiempo. A medida que nos volvemos a Dios, el Amor, para que nos conceda la gracia necesaria para ceder a Su plan, descubrimos que Él nos provee y bendice con el valor y la humildad para entregar el control de nuestra vida a Su cuidado perfecto.

Este consejo de San Pablo es un antídoto contra el egoísmo que subyace en las prisas y las presiones obstinadas: “Nada hagáis por contienda o por vanagloria; antes bien con humildad, estimando cada uno a los demás como superiores a él mismo” (Filipenses 2:3, 4). Obedeciendo este consejo, tomé la decisión de no presionar para que se hiciera mi voluntad, sino esperar pacientemente la dirección de Dios de cómo y cuándo se llevaría a cabo la obra.

Al instante sentí la liberación mental que se produce cuando la voluntad humana se ve frustrada, además de liberarme de la decepción y el desaliento que tal obstinación había ocasionado. Mientras esto sucedía, los obreros, que antes estaban ocupados en otros proyectos, comenzaron a llegar, y el trabajo siguió adelante. Había elegido el camino más elevado y mi paz fue restaurada, junto con mi salud, ya que el resfrío también desapareció.

Cuando consideramos nuestras metas y esfuerzos personales y profesionales, es útil resistir la tentación de delinear los plazos de tiempo. Un sentido personal del tiempo puede obstaculizar el progreso, y cuando nuestras demandas no se cumplen, somos susceptibles a la frustración.

Lo que pensamos que es la mejor manera de seguir adelante puede no ser lo correcto, así que podemos aprender a confiar todo al cuidado amoroso de Dios. La Descubridora de la Ciencia Cristiana escribió: “El ‘oído divino’ no es un nervio auditivo. Es la Mente que todo lo oye y todo lo sabe, la cual siempre conoce y satisfará cada necesidad del hombre” (Mary Baker Eddy, Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, pág. 7).

Esto es muy reconfortante, ya que reconocemos que todo lo que pertenece a nuestro verdadero bienestar y progreso está bajo el cuidado del Padre, porque todos somos, en realidad, Sus hijos amados.

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