Durante mucho tiempo, no creí en el perdón. En realidad, si creía que alguien me había hecho daño, me sentía con derecho a guardar rencor hasta que estuviera lista para superarlo. Y eso no significaba perdonar; significaba que estaba enojada hasta que ya no tenía ganas de estarlo. Entonces, hace unos dos años, algo cambió.
Durante mi último año del bachillerato, no veía el momento de ir al baile de graduación. Una de mis amigas me preguntó si podíamos ir juntas, ya que ninguna de las dos tenía un acompañante, y acepté.
Sin embargo, a medida que se acercaba el baile de graduación, mi amiga parecía menos entusiasmada. Cuando hablamos de ello, me dijo que ya no quería ir al baile de graduación, porque tenía otras cosas en las que tenía que concentrarse. Me decepcionó, pero lo entendí.
Iniciar sesión para ver esta página
Para tener acceso total a los Heraldos, active una cuenta usando su suscripción impresa del Heraldo ¡o suscríbase hoy a JSH-Online!