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Aquí hay un solo yo

De El Heraldo de la Ciencia Cristiana. Publicado en línea - 20 de octubre de 2025


Cuando Moisés era un pastor en el desierto, escuchó a Dios llamarlo por su nombre y decir: “Yo soy el Dios de tu padre, Dios de Abraham, Dios de Isaac, y Dios de Jacob” (Éxodo 3:6). Moisés no solo estaba escuchando acerca de Dios. Estaba escuchando a Dios mismo hablar y declarar el hecho fundamental de ser: “Yo soy”. Era como si Dios estuviera diciendo: “Yo soy el Dios del que has oído hablar, y estoy presente aquí y ahora. Yo soy el Ser infinito”.

Cuando Dios le dijo a Moisés que lo enviaba para liberar a los hebreos de la esclavitud en Egipto y llevarlos a una tierra que fluía leche y miel, Moisés respondió: “¿Quién soy yo para que vaya a Faraón, y saque de Egipto a los hijos de Israel?” (Éxodo 3:11). En este punto del diálogo hay dos yo muy diferentes que hablan. Hay un yo de ochenta años lleno de sentimientos de duda e ineptitud, y está el yo divino que declara con confianza Su capacidad para liberar a Su pueblo de la esclavitud y llevarlo a una buena tierra.

Dios le aseguró a Moisés: “Ciertamente estaré contigo” (Éxodo 3:12, KJV). En el pasado, entendí que esto significaba que la presencia y el poder de Dios estarían con Moisés a cada paso del camino, que Moisés no estaría solo. Eso era cierto, pero un día tuve una nueva y más profunda vislumbre de esta declaración. Se me ocurrió que cuando Dios dijo: “Ciertamente estaré contigo”, Dios estaba declarando que habría un solo Yo, un Ego, un punto de vista, presente con Moisés y los hijos de Israel, y que el único Yo que hablaría, conocería y vería sería Dios, el gran Yo soy, no un sentido mortal del yo. Maravillada, me di cuenta de que una comprensión correcta del Yo soy, y del hombre como la expresión o el reflejo de Dios, es lo que sacó a los hijos de Israel de la esclavitud del yo mortal hacia la Tierra Prometida, o la verdad del ser.

En el Glosario del libro de texto de la Ciencia Cristiana, Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, la definición que hace Mary Baker Eddy de “Yo, o Ego” incluye: “No hay sino un único Yo, o Nosotros, un único Principio divino, o Mente, que gobierna toda existencia” (pág. 588). Podemos tener una comprensión clara de que Dios es el único Principio divino o fuente de todo ser, y la única Mente que gobierna toda la existencia, pero ¿entendemos realmente lo que significa que Dios es el único Ego? El término ego se define como “tu consciencia de tu propia identidad” (vocabulary.com). Por ser el único Ego, Dios es consciente de Su propia identidad, o Ser infinito. En otro de sus escritos, la Sra. Eddy explica: “Dios es egoísta, conociendo sólo Su propia omnipresencia, omnisciencia y omnipotencia” (La unidad del bien, pág. 27).

A veces, tal vez creamos que vivimos en un mundo de egos en colisión y puntos de vista polarizados. Incluso en nuestras oraciones, podríamos pensar sutilmente que hay dos egos diferentes que hablan: un yo mortal consciente de un problema y la Mente divina, que solo conoce la perfección. 

Pero nuestra Guía declara: “Dios es toda consciencia verdadera” (La unidad del bien, pág. 4). Debemos llegar a ver que no hay otra consciencia o conciencia que la consciencia divina, el conocimiento de la Mente divina. El hombre, hecho a imagen y semejanza de Dios, refleja esa consciencia divina. 

No hay una consciencia material de pecado, enfermedad y muerte y una consciencia espiritual de santidad, salud e inmortalidad. Toda creencia en una consciencia mortal, o en una mente aparte de Dios, debe ceder ante la realidad del único Ego, el único Yo, el único punto de vista.

Hace unos años, experimenté el poder sanador que proviene de comprender la verdad de este punto de vista divino, expresado en la creación de Dios. Una mañana me desperté y me resultó difícil moverme sin tener un dolor intenso en la espalda. Parecía que algo estaba fuera de lugar, así que comencé a orar, reconociendo que todo lo relacionado con mi pensamiento y mi ser está alineado para siempre con Dios. 

Mientras oraba, recordé un momento en que me pidieron que llevara a una persona a una cita con un quiropráctico. Este hizo algunos ajustes físicos en la espalda de la persona y luego le dijo que tendría que regresar para más citas porque los ajustes físicos no se mantendrían. 

Pensé que era extraño que me viniera este recuerdo, porque había asumido el compromiso de comprender que soy espiritual, no material, y que dependía plenamente de la Ciencia Cristiana. Por lo tanto, sabía que no estaba tratando de ajustar la materia. Mi único enfoque en ese momento era alinear mi pensamiento con el pensamiento de Dios. 

Durante varios días, negué la sugestión de que mi vida está en la materia y afirmé el hecho espiritual del ser armonioso, pero no parecía progresar mucho en desafiar el dolor. Luego leí un artículo en el Journal que señalaba que un practicista se dedica a observar la vida desde un solo punto de vista: el de Dios. Me di cuenta de que necesitaba abandonar el pensamiento de que tenía una mente aparte de Dios que conocía la sustancia aparte de Dios. Comencé a afirmar que solo hay una Mente en la escena: la Mente de Cristo. No hay una mente que necesite ajustar su pensamiento. No hay una mente con una visión dolorosa y limitada del cuerpo que necesite ser sanada. Por primera vez en días, pude pensar con claridad y moverme libremente. Me liberé de toda rigidez y dolor, y de una sensación de carga.

Entonces percibí que mis oraciones anteriores habían sido un intento mal dirigido de “quiropráctica espiritual”. Había estado tratando de ser obediente a las instrucciones importantes en los escritos de la Sra. Eddy que insisten en que debemos asegurarnos de que nuestros pensamientos y vidas estén de acuerdo con lo que es espiritual y verdadero, pasajes como: “Mantén tu pensamiento firmemente en lo perdurable, lo bueno y lo verdadero y los traerás a tu experiencia en la pro­porción en que ocupen tus pensamientos” (Ciencia y Salud,  pág. 261) y “Vivir de tal manera que la consciencia humana se mantenga en constante relación con lo divino, lo espiritual y lo eterno, es individualizar el poder infinito; y esto es la Ciencia Cristiana” (La Primera Iglesia de Cristo, Científico, y Miscelánea, pág. 160). Mis esfuerzos fueron sinceros, pero en mi caso, se basaban en una premisa defectuosa: la creencia de que tenía pensamientos separados de Dios. 

Lo que produjo la curación fue comprender que no hay dos puntos de vista de la realidad: un punto de vista mortal y erróneo y el punto de vista correcto de la Verdad. Solo existe la Mente única que conoce para siempre su propia armonía eterna y perfección infinita. Por lo tanto, no había ningún pensamiento o sustancia real que necesitara ajuste o alineación.  

Después de dar un testimonio sobre esta curación en una reunión del miércoles por la noche en mi iglesia de la Ciencia Cristiana, un amigo compartió que la palabra alineación no se usa en los escritos publicados de la Sra. Eddy. Mi amigo también compartió la declaración de la Sra. Eddy: “Dios es Todo-en-todo, y nunca es posible estar fuera de Su unicidad” (La unidad del bien, pág. 24). Esta declaración dejó aún más claro para mí por qué los estudiantes de la Ciencia Cristiana trabajan desde una premisa incorrecta si tratamos de alinear nuestros pensamientos y nuestra sustancia con los pensamientos y la sustancia de Dios. La alineación implica organizar dos o más cosas en línea recta. La necesidad de alineación se basa en la mentira del dualismo, no en la verdad de que “el Principio y su idea es uno” (Ciencia y Salud, pág. 465). 

Desde una perspectiva humana, la alineación puede parecer lo que está sucediendo: nuestros pensamientos y vidas se acercan a Dios. Pero a medida que nos volvemos humildemente a Dios, el Cristo nos muestra que es divinamente natural para nosotros aferrarnos con firmeza a la verdad y pensar continuamente los pensamientos de Dios, porque siempre somos uno con Dios como Su reflejo, y por lo tanto, nuestra consciencia es un reflejo de la consciencia divina. 

Comprender estos hechos sobre la consciencia transforma nuestro sentido de la práctica sanadora. Nos damos cuenta de que no estamos tratando de aferrarnos a una verdad que tememos perder de vista. En cambio, en nuestra práctica estamos reconociendo con alegría que la única consciencia divina, el único Ego, está siempre en la escena y está haciendo todo el conocimiento, y que siempre somos uno con el Dios omnisciente, la Verdad, y sabemos lo que Él sabe.

La curación en la Ciencia Cristiana se basa en reconocer, celebrar y demostrar el hecho eterno de que Dios y el hombre —el original y el reflejo, la causa y el efecto— son uno para siempre. Es nuestro privilegio demostrar esta unidad. ¿Cómo hacemos esto? Debemos rechazar la creencia falsa de que conocemos, sentimos, oímos y pensamos desde el medio de la materia o a través de los cinco sentidos físicos. Debemos reconocer que la única consciencia que está presente es la consciencia divina: la visión del Alma y el sentido del Espíritu de la Vida, la Verdad y el Amor. 

En No y Sí, la Sra. Eddy escribió: “Tener un solo Dios, una sola Mente, una sola consciencia, — la cual incluye únicamente su propia naturaleza, — y amar al prójimo como a sí mismo, constituye la Ciencia Cristiana, la cual debe demostrar la nada de cualquier otro estado u otra fase del ser” (pág. 38). Comprender y demostrar el único Yo soy, la única consciencia, es la esencia de toda curación eficaz. 

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