Practicista 1: Fui criado en una tradición de fe donde se debía amar, adorar, agradecer, temer y obedecer a Dios. Mis primeras influencias religiosas fueron personas encantadoras, devotas y sinceras. Pero cualquier conversación sobre el amor de Dios rara vez iba más allá de la muerte de Jesús en la cruz. Me enseñaron que se nos podía despojar del amor de Dios en cualquier momento por la más mínima transgresión y que Dios ama solo a algunas personas. En consecuencia, me sentí alejado de Dios, y durante un tiempo dudé de Su sabiduría al crear un universo pecaminoso y desagradable, e incluso dudé de Su presencia.
Cuando comencé a estudiar la Ciencia Cristiana y aprendí que Dios es el Amor mismo, y que el verdadero hombre espiritual es la descendencia de Dios, quise saber más. A medida que he llegado a conocer a Dios como el Principio inteligente y amoroso de todo lo que realmente es, he visto y sentido ese amor que tanto anhelaba sentir, y me he sentido más cerca de Dios.
La Biblia nos dice: “Acércate a Dios, y él se acercará a ti” (Santiago 4:8 KJV). Y Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras escrito por Mary Baker Eddy dice: “El amor a Dios y al hombre es el verdadero incentivo tanto en la curación como en la enseñanza” (pág. 454). Recientemente, esa palabra incentivo me llamó la atención de una manera nueva. Cuando pensamos en un incentivo, es un factor motivador, una recompensa. A medida que nos “acercamos a Dios” para ayudar y sanar a la humanidad, nos volvemos más receptivos y más conscientes de Su amor y, a su vez, Lo amamos más a Él y a la humanidad. Forma un ciclo. O, como la Sra. Eddy descubrió y compartió con nosotros como el sentido espiritual de una línea en el Padre Nuestro: “Y el Amor es reflejado en el amor” (Ciencia y Salud, pág. 17).
Una vez escuché a un conferenciante de la Ciencia Cristiana decir algo en el sentido de que el amor es como cinco panes y dos peces; puede parecer demasiado poco hasta que comienzas a regalarlo. Y así, a medida que comencé a sentir y experimentar tangiblemente el amor de Dios, creció el deseo de compartirlo. Primero, serví a mi filial de la Iglesia de Cristo, Científico, podando arbustos y cortando el pasto. Luego me hice miembro de la iglesia. Después serví como Lector, y más tarde serví en la comisión directiva, y continué sirviendo de muchas otras maneras. Cada una de estas expresiones de amor resultó en una mayor comprensión de Dios y en una mayor experiencia de amor. Así que ahora comparto este amor con otros en la práctica de la curación en la Ciencia Cristiana, tiempo completo.
Antes de dar este paso, tuve que superar muchos desafíos: una aparente falta de tiempo, dinero y comprensión, así como la sensación de que no era digno. Cada día parecían surgir nuevos desafíos. Pero manejé cada uno de ellos reconociéndolo como una creencia falsa que no tenía ninguna base, ninguna realidad en Dios, el Amor divino, que nos provee abundante amor a medida que lo compartimos con los demás. Uno a uno, cada desafío se fue quedando en el camino.
A medida que cada imposición aparecía y desaparecía, pensé en las palabras de un practicista que un año habló en la Asamblea Anual de los miembros de La Iglesia Madre y preguntó: “¿Qué están esperando?”.
Desde que entré tiempo completo en la práctica de la Ciencia Cristiana, he experimentado un crecimiento espiritual más completo y rápido que nunca. Nuevas oportunidades para amar y servir aparecen todo el tiempo, y como me guíe Dios, el Principio, yo sigo.
Los desafíos se vuelven menos impresionantes a medida que el Amor sube nuestros pensamientos a la cima de la montaña, donde los vemos desaparecer. Y a medida que nuestro “amor por Dios y por el hombre” crece, progresamos. Como dice Ciencia y Salud, “... el progreso es la ley de Dios, cuya ley exige de nosotros sólo lo que ciertamente podemos cumplir” (pág. 233).
Entonces, a quien quiera sentirse más cerca de Dios y del hombre, más amado y más amoroso, le digo: ¿Qué estás esperando?
Practicista 2: Al principio de mi práctica pública, recibí un mensaje de voz de una paciente que sentía que entendía intelectualmente el concepto de Dios, pero quería algunos consejos sobre cómo sentir profundamente Su presencia. Comencé a preparar mi respuesta mientras leía la Lección Bíblica de esa semana del Cuaderno Trimestral de la Ciencia Cristiana. Estaba pensando en todas las diferentes maneras en que podía hablar con la persona que llamaba acerca de la oración.
Pronto me di cuenta de que debía “practicar lo que predico”. En lugar de preparar consejos para darle a esta persona sobre cómo sentir la presencia de Dios, podía hacer esas cosas yo misma. Lo primero que hice fue poner un cronómetro por diez minutos, despejar mi pensamiento de dudas y temores, y orar. Tuve muchos pensamientos geniales acerca de recurrir a la Biblia, elevar el pensamiento y luego abrirme para ver lo que Dios tiene que decirnos. Al principio, pensé que esto era lo que debía decirle a la persona que llamaba.
Llamé a la paciente, pero no contestó. Así que una vez más me di cuenta de que necesitaba practicar lo que predico. Elevé mi pensamiento a Dios, y abrí la Biblia en el libro de Isaías y leí: “Decid a los de corazón apocado: Esforzaos, no temáis; he aquí que vuestro Dios viene con retribución, con pago; Dios mismo vendrá, y os salvará. Entonces los ojos de los ciegos serán abiertos, y los oídos de los sordos se abrirán” (35:4, 5). Todo el capítulo es maravilloso, pero estos versículos fueron especialmente significativos para mí. Es una gran declaración de la simplicidad del tratamiento. Detuvo mi temor.
Volví a llamar a la paciente. Ella dijo que mientras esperaba que la volviera a llamar, tuvo la inspiración de “dejar que Dios se hiciera cargo”, y se sintió inmediatamente relajada y animada por la presencia de Dios. Dijo que había sentido el impacto de mi oración. Nos regocijamos juntas. No necesitaba decir nada de lo que había preparado; simplemente necesitaba darme cuenta de que yo misma era llamada a escuchar a Dios.
Esta maravillosa lección se vio reforzada por otra experiencia unas semanas más tarde. En una llamada, una paciente me dijo que no le gustaba leer la Biblia ni el libro de texto de la Ciencia Cristiana, Ciencia y Salud. Dijo que solo le gustaba leer las publicaciones periódicas de la Ciencia Cristiana. No dije nada, pero sabía que la paciente sería guiada a apreciar estos libros.
En ese momento, yo había estado leyendo Ciencia y Salud con un pensamiento más abierto, como si fuera un nuevo estudiante de la Ciencia Cristiana; realmente lidiando con ella. Supe para mí misma cuán especial e importante es este libro, y sentí que era natural que otros también lo vieran.
La paciente volvió a llamar al día siguiente. ¡Esta vez, estaba perdidamente enamorada de Ciencia y Salud! Destacó algunas frases específicas que le parecieron inspiradoras, y le mencioné que esos pasajes provenían directamente de la Biblia. Me explicó que sus padres habían usado la Biblia de manera negativa cuando ella crecía, pero releer esos pasajes en el contexto de Ciencia y Salud le hizo verlos bajo una nueva luz.
Experiencias como estas me ayudaron a ver más claramente que el Amor divino, nuestro Padre-Madre, le habla naturalmente tanto al practicista como al paciente. El libro de texto nos aconseja verter “... la verdad mediante inundaciones de Amor” (pág. 201). El Amor divino guía el tratamiento en oración del practicista. Y esta guía incluye perfectamente cuándo hablar con el paciente y qué decir. El practicista escucha humildemente a Dios y conoce la verdad del mensaje que está recibiendo tan profunda y desinteresadamente que el paciente se siente naturalmente bendecido y beneficiado.
Como practicista, me encanta considerar lo que Mary Baker Eddy le dijo una vez a uno de sus estudiantes: “Alinea tu corazón con el corazón de Dios. Eso es lo que sana al enfermo. Hazlo bien tú mismo. Ahora, obtén una práctica y sabe que no eres tú quien sana, sino que eres tú mismo quien debe comprenderlo” (We Knew Mary Baker Eddy, Expanded Edition, Vol. 1, p. 356). Y siempre aprecio estas palabras de nuestro libro de texto: “Si el Espíritu o el poder del Amor divino dan testimonio de la verdad, este es el ultimátum, el modo científico, y la curación es instantánea” (pág. 411).