Cuando oímos hablar de algún crimen atroz o acto violento, una de las primeras preguntas que nos viene a la mente es: ¿Qué los impulsó a hacerlo? ¿Cuál fue el motivo? Al tratar de entender, de alguna manera, dichos momentos, la sociedad clama por descubrir el “por qué” de todo eso. Los investigadores buscan una causa, una razón, una fundamentación. Quizá, si pudiéramos entender el pensamiento detrás de lo que hizo el perpetrador, podríamos darle algún sentido a la falta de sentido en un esfuerzo por impedir que ocurran tales crímenes.
Y, de hecho, descubrir el impulso subyacente es significativo. Las acciones comienzan con pensamientos, por lo que al concentrarnos en el pensamiento detrás de un acto, comenzamos a movernos hacia el ámbito donde puede producirse un verdadero cambio. Y esto comienza con entender qué es lo que realmente nos motiva.
Percibir las cosas desde un punto de vista material puede llevarnos a creer que cada individuo está motivado independientemente: por su propia mente, su propia historia, sus propios gustos, aversiones e inclinaciones. Pero la Ciencia Cristiana, que cambia la percepción a una base espiritual, ofrece una imagen muy diferente de lo que somos. Mary Baker Eddy, la Descubridora de la Ciencia Cristiana, escribió acerca de nuestra verdadera naturaleza, a la que identifica genéricamente como hombre, de esta manera: “Las Escrituras nos informan que el hombre está hecho a imagen y semejanza de Dios. … El hombre es idea, la imagen, del Amor; … lo que no tiene mente separada de Dios; lo que no tiene ni una sola cualidad que no derive de la Deidad; lo que no posee ninguna vida, inteligencia ni poder creativo propios, sino que refleja espiritualmente todo lo que pertenece a su Hacedor” (Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, pág. 475).
Allí mismo tenemos un punto de partida totalmente diferente. Es Dios —el Amor bueno y divino, la Mente armoniosa— el que nos gobierna a todos y a cada uno de nosotros. Y puesto que el bien divino es Todo y supremo, nadie puede estar fuera de este gobierno. Este es nuestro punto de partida para percibir en oración a cada uno de nuestros hermanos y hermanas como lo que realmente son; no actores independientes capaces de tener pensamientos despectivos, hirientes u odiosos o de hacer daño, sino expresiones de la única Mente, el único Amor, Dios, capaces únicamente de vivir y actuar de acuerdo con el Amor, el bien inteligente.
No somos los primeros a los que se les ha llamado a ver a los demás bajo esta luz divina. Por ejemplo, en el libro Hechos de los Apóstoles en la Biblia, un discípulo de Jesús llamado Ananías tiene la tarea de ir a encontrarse con una figura pavorosa: Saulo de Tarso, que ha estado aterrorizando a los cristianos. La Biblia describe que el mensaje de que debe ir le viene en una visión divina; sin embargo, Ananías no está tan seguro. Dice, “Señor, he oído hablar mucho de ese hombre y de todo el mal que ha causado a tus santos en Jerusalén” (9:13, New International Version).
No obstante, Ananías es llamado a mirar más intensamente, a ver más espiritualmente. “¡Ve!”, es la respuesta. “Este hombre es mi instrumento escogido para proclamar mi nombre a los gentiles, a sus reyes y al pueblo de Israel” (versículo 15, NIV). Es un momento decisivo en la dramática conversión de Saulo en un seguidor de Jesús, quien llegaría a ser conocido como el apóstol Pablo, una de las figuras más importantes del cristianismo.
Fue el Cristo, la revelación de la Verdad de la naturaleza que Dios nos ha dado, que antes había venido a Saulo para iluminarlo y transformarlo, y que fue a Ananías para mostrar a Saulo en su verdadera luz. De manera que el Cristo viene a cada uno de nosotros hoy para revelarnos que “la Verdad y el Amor son las fuerzas motrices del hombre” (Ciencia y Salud, pág. 490). Cada uno de nosotros puede contribuir al bien colectivo al recibir con agrado el mensaje del Cristo sobre nuestros verdaderos motivos y naturaleza: actuar de acuerdo con ellos nosotros mismos y verlos en los demás; tal vez más especialmente en aquellos que parecen asemejarse menos al Cristo.
Una vez, una detective de la policía de mi ciudad natal me llamó para orar sobre un caso de pornografía infantil que había estado investigando durante varios meses. Ella reconocía que la oración, tal como se enseña en la Ciencia Cristiana, realmente podía ayudar. Aunque la policía tenía a uno de los principales sospechosos bajo custodia, él no hablaba y el caso parecía estar estancado.
Mientras oraba, me di cuenta de que los involucrados debían ser permanentemente inocentes, porque reflejan permanentemente a Dios. Su comportamiento no parecía indicar eso, sino todo lo contrario. Pero al volver al punto de vista de Dios para comprender su verdadera naturaleza, pude percibir que no podía tener otra motivación que no fuera la inocencia, y que la inocencia, por ser una cualidad de Dios, podía ser su único impulso verdadero. A los dos días, el hombre que tenían bajo custodia comenzó a hablar y el caso se resolvió por completo. Fue una lección de humildad pensar que el resultado no solo trajo algo de justicia, sino que también fue preventivo, ya que el ciclo de victimización, al menos en este caso, se detuvo.
¿Qué pasaría si, como personas que oran, pudiéramos trabajar de manera proactiva y preventiva en este ámbito del pensamiento antes de que un motivo se convierta en algo negativo y se produzcan acciones dañinas? Los móviles malvados, maliciosos o ignorantes pueden ser revelados e incluso racionalizados. Pero jamás serán la verdad real de un individuo. Los verdaderos motivos del hombre siempre vendrán directamente del Amor y la Verdad divinos e invariablemente inspirarán corazones puros, palabras amables y buenas acciones. Todos tenemos una función vital que desempeñar para dar testimonio del Amor que es Dios como el único y verdadero motivador de cada uno de nosotros. Comprender esto y orar desde este punto de vista por un vecindario, una comunidad o un mundo tendrá sin duda un efecto sanador.
Ethel A. Baker, Redactora en Jefe
