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Cuando al cantar un himno se calmó la tormenta

De El Heraldo de la Ciencia Cristiana. Publicado en línea - 3 de febrero de 2025


Mi primo y yo, junto con dos amigos, estábamos en un viaje de pesca en una zona silvestre de Canadá. Habíamos montado nuestra tienda de campaña a la orilla de una pequeña península que se extendía sobre un gran lago. Eran alrededor de la una o dos de la madrugada cuando alguien gritó: “¡Ayúdenme!”. Grandes olas en el lago rompían justo afuera de nuestra tienda y los vientos huracanados amenazaban colapsarla. Comenzó a entrar lluvia y a empapar nuestras cosas.

El viento golpeaba la tienda con tal fuerza que una de las abrazaderas que sostenían el techo se había roto y otra estaba doblada y corría serio riesgo de romperse. Mi primo y yo salimos de un salto de nuestras bolsas de dormir y pusimos nuestros hombros contra la pared, donde el techo parecía estar a punto de ceder. 

En la Biblia, un salmo afirma: “Dios es nuestro refugio y fortaleza, nuestro pronto auxilio en las tribulaciones. Por tanto, no temeremos aunque la tierra sufra cambios, y aunque los montes se deslicen al fondo de los mares; aunque bramen y se agiten sus aguas, aunque tiemblen los montes con creciente enojo... El Señor de los ejércitos está con nosotros; nuestro baluarte es el Dios de Jacob” (Salmos 46:1-3, 7, LBLA).

En el caos de esa noche oscura y aterradora, necesitaba confiar en la declaración del salmista, tomar muy en serio lo que el apóstol Pablo entendía: que “vivimos, y nos movemos, y somos” en Dios (Hechos 17:28), y sentir el poder, la presencia y el control de Dios sobre la situación. 

Un mensaje angelical, o inspiración espiritual, nos llegó a mi primo y a mí al mismo tiempo. Era cantar el himno “Más cerca, Dios, de ti”. Se lo sugerimos a los demás, y cuando empezamos a cantar juntos, nos dimos cuenta de que era exactamente lo que necesitábamos. Tanto la letra como la música ayudaron a enfocar nuestros pensamientos en Dios, el Amor divino. 

Solo podíamos recordar la primera estrofa, así que, por encima del rugido del viento y con absoluta convicción, cantamos esa estrofa una y otra vez:

Más cerca Dios, de Ti,

más cerca, sí;

por más que una cruz

me eleve allí,

mi canto aún será:

Más cerca, Dios, de Ti,

más cerca, Dios, de Ti, más cerca, sí.

              (Sarah F. Adams,
Himnario de la Ciencia Cristiana, N.° 192)

Poco a poco, a medida que aceptábamos el hecho de que Dios estaba cerca, nuestra atención se apartaba de la tormenta y del temor de que nuestra tienda de campaña se cayera. Al cabo de un rato nos dimos cuenta de que la tormenta había cesado. Todo se volvió tranquilo y pacífico. Volvimos a levantar algunas de las cuerdas que sostenían la carpa, montamos su armazón e incluso pudimos dormir el resto de la noche. 

Nos sentimos cerca de Dios a través de la oración, y la oración puede tomar muchas formas, incluida la inspiración de un querido himno. Cantar este himno con mis amigos había inspirado en mí la sensación profundamente tangible de que Dios estaba cerca y nos cuidaba con ternura y que en Dios, de hecho, “vivimos, y nos movemos, y somos”. Por lo tanto, tenía sentido para mí que la tormenta afuera de nuestra tienda amainara a medida que la tempestad de miedo que se arremolinaba en nuestros pensamientos se  calmaba al tomar consciencia de la cercanía de Dios.

Mary Baker Eddy, la Descubridora y Fundadora de la Ciencia Cristiana, afirma en su libro Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras: “Por medio de la Ciencia divina, el Espíritu, Dios, une la comprensión a la armonía eterna. El pensamiento calmo y sublime, o la comprensión espiritual, está en paz” (pág. 506).

Nuestro sincero canto del himno fue una oración que nos ayudó a comprender que Dios, el Espíritu infinito, estaba allí mismo con nosotros, permitiéndonos a mis compañeros y a mí vislumbrar la realidad de Su armonía y paz eternas.

Esta experiencia me confirmó la relación ininterrumpida que cada uno de nosotros tiene con Dios: que jamás estamos separados de Él. Esta es la razón por la que Pablo pudo decir que nada puede separarnos del amor de Dios. Según las Escrituras, la Palabra de Dios, Él es todopoderoso, todo sabiduría y está siempre presente, y cada uno de nosotros está hecho a imagen y semejanza de Dios (véase Génesis 1:26, 27). Es maravilloso saber que, por muy aterradora que sea la situación, como hijos de Dios, nunca podemos separarnos de Su poder, amor y cuidado.

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