La escuela había terminado por el día. En la mesa de la cocina, tenía un plato de rodajas de manzana y mantequilla de maní, mi refrigerio favorito después de la escuela. También tenía un montón de tareas. La pila era grande. Y me daba miedo.
Generalmente, me gustaba la escuela. Con frecuencia, no me gustaban los deberes. Por la tarde, prefería andar en bicicleta con mi hermana o saltar en el trampolín de mi vecino. Pero no había tiempo para divertirse hasta que terminara mi tarea, y cuanto más pensaba en eso, más gruñona me sentía.
Los refunfuños llegaron como nubes de tormenta, solo unos pocos al principio, pero mis pensamientos rápidamente parecieron nublados y pesados. ¡Ahora tenía menos ganas aún de hacer mi tarea!
Pero entonces sucedió algo: las nubes se abrieron. Como un destello de luz solar que se filtra, de repente recordé una idea de la que habíamos hablado en mi clase de la Escuela Dominical de la Ciencia Cristiana. Se trataba de elegir qué pensamientos dejamos entrar en nuestra puerta mental. Los buenos, que vienen de Dios, los podemos dejar entrar. Estos son pensamientos como la esperanza, la alegría, la obediencia y el deseo de ser y hacer el bien. Los pensamientos negativos, como la frustración, la procrastinación, el miedo o la falta de motivación, podemos bloquearlos de nuestra casa mental en lugar de invitarlos a entrar.
Habíamos leído un pasaje de lo que mi maestra llamó el libro de texto de la Ciencia Cristiana, Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, escrito por Mary Baker Eddy. Esto es lo que dice: “Sé el portero a la puerta del pensamiento. Admitiendo sólo las conclusiones que deseas que se realicen en resultados corporales, te gobernarás armoniosamente a ti mismo” (pág. 392).
¿Podía realmente elegir cómo me sentía acerca de mi gran pila de tareas? Al principio, la idea parecía un poco extraña. Pero recordé que estaba acostumbrada a escuchar a Dios acerca de muchas otras cosas, y que cada vez que lo hacía, tenía ideas o sentimientos más felices o valor o lo que necesitara, y eso siempre cambiaba la situación. Era mucho mejor escuchar a Dios que lo que pensaba que sentía o lo que todos los demás decían sobre algo.
Entonces, ¿qué estaba diciendo Dios sobre mi tarea? El primer pensamiento que tuve cuando hice esa pregunta fue que siempre me gustó aprender cosas nuevas. Eso era cierto. ¡Pop! Sentí que una de esas nubes de tormenta mental desaparecía. Otra idea que surgió fue que hacer lo correcto siempre me hacía sentir bien y en paz. Sabía que eso también era cierto. ¡Pop! Otra nube se fue.
Mientras escuchaba los pensamientos de Dios, me pareció natural abrir una de mis tareas y comenzar a trabajar en ella. Ya no parecía tan malo, y lo hice más rápido de lo que esperaba. Muy pronto, mi trabajo terminado se había acumulado y había acabado todas las tareas de la tarde. No podía creerlo. No solo porque había pasado mucho más rápido de lo que esperaba, sino porque incluso me había divertido un poco haciéndolo todo.
Esto no quiere decir que después de eso siempre me encantara mi tarea. Pero aprendí una lección importante que me ha ayudado de muchas maneras, incluso más allá de la tarea. Aprendí que Dios es siempre el mejor lugar para obtener nuestra información sobre cómo nos sentimos y qué pensamos. Y podemos contar con Él cuando necesitamos motivación, alegría o cualquier otra cosa que podamos necesitar, en la escuela o fuera de ella.
