Odio ardiente y candente. Lo conocemos cuando lo vemos: alimenta guerras, genera profundas divisiones políticas. La mayoría de nosotros anhelamos ver que el odio ceda el paso al menos a la tolerancia, y ciertamente al amor sería el ideal. Pero ¿cómo llegamos allí?
Tal vez pienses: “Yo no odio”. O: “Yo personalmente no tengo que lidiar con el odio”. Sin embargo, al mirarlo más detenidamente, quizá reconozcamos formas en que sentimos aversión, animosidad o incluso hostilidad. Por ejemplo, ¿somos neutrales cuando se trata de la política? Es posible que incluso nos encontremos racionalizando estos sentimientos porque, después de todo, parece haber razones para ellos.
Si descubrimos que estamos luchando por dejar de lado alguna forma de odio, examinar las razones de esta lucha puede ser un primer paso útil. Al analizarlo más de cerca, podemos ver que el odio a menudo se basa en el temor a perder o haber perdido algo: miedo a que algo importante nos pueda ser arrebatado o a una sensación de pérdida porque esa cosa importante ya nos ha sido arrebatada. A menudo, el odio es una reacción involuntaria a circunstancias que parecen estar fuera de nuestro control.
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