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El camino para liberarse del odio

De El Heraldo de la Ciencia Cristiana. Publicado en línea - 20 de enero de 2025


Odio ardiente y candente. Lo conocemos cuando lo vemos: alimenta guerras, genera profundas divisiones políticas. La mayoría de nosotros anhelamos ver que el odio ceda el paso al menos a la tolerancia, y ciertamente al amor sería el ideal. Pero ¿cómo llegamos allí? 

Tal vez pienses: “Yo no odio”. O: “Yo personalmente no tengo que lidiar con el odio”. Sin embargo, al mirarlo más detenidamente, quizá reconozcamos formas en que sentimos aversión, animosidad o incluso hostilidad. Por ejemplo, ¿somos neutrales cuando se trata de la política? Es posible que incluso nos encontremos racionalizando estos sentimientos porque, después de todo, parece haber razones para ellos.

Si descubrimos que estamos luchando por dejar de lado alguna forma de odio, examinar las razones de esta lucha puede ser un primer paso útil. Al analizarlo más de cerca, podemos ver que el odio a menudo se basa en el temor a perder o haber perdido algo: miedo a que algo importante nos pueda ser arrebatado o a una sensación de pérdida porque esa cosa importante ya nos ha sido arrebatada. A menudo, el odio es una reacción involuntaria a circunstancias que parecen estar fuera de nuestro control. 

El odio puede parecer una emoción protectora —una que incluso puede hacernos sentir poderosos— mientras que expresar amor ante la crueldad, el daño o la pérdida impuestos por otra persona puede parecer que nos pone en una posición de debilidad. No obstante, Jesús ofreció un modelo que muestra que el amor es realmente el único poder. Nos enseñó a amar a nuestros enemigos en lugar de odiarlos. Y él lo vivió. Durante su crucifixión, oró por aquellos que lo pusieron en la cruz: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen” (Lucas 23:34). Y al final, la capacidad de Jesús para responder con amor, incluso en una situación tan extrema, trajo su triunfo final: su resurrección tres días después.

El ejemplo de Jesús muestra que la oración nos pone en contacto con Dios, que es el Amor mismo, y ofrece un camino para salir del odio. En comunión con este Amor divino expansivo, hallamos una mayor conciencia de la presencia del Amor, que nos ayuda a sentir un amor tan profundo que el odio es reemplazado por el perdón. 

Si realmente estamos luchando por liberarnos del odio, el simple hecho de no querer ser dominados por el odio en cualquier forma puede comenzar a movernos hacia la curación. Este deseo abre nuestro corazón a la omnipresencia del Amor como un poder transformador.

Lo he experimentado en mi propia vida. Durante años, odié a mi madre. Ella dejó a nuestra familia cuando yo tenía cinco años, e incluso en mi edad adulta, sentí una gran sensación de pérdida. Era como si el odio me ayudara a mantener a mi madre a distancia para que nunca más pudiera hacerme daño.

A menudo, sentía como si el odio dominara mi pensamiento. Perdí tiempo y energía manteniendo vivo este odio. Sin embargo, a medida que pasaba el tiempo y continuaba practicando la Ciencia Cristiana, supe que tenía que hacer algo para abordar el odio en lugar de permitir que siguiera hirviendo a fuego lento en mi consciencia y dictara mis pensamientos y acciones.

Finalmente, me di cuenta de que la única forma en que podía librarme del odio era perdonando a mi madre. Sé que suena obvio, pero el perdón nunca se me había ocurrido antes. No sabía cómo perdonarla después de haber permitido que toda una vida de odio corrosivo gobernara mis emociones.

Un día —resultó ser el Día de la Madre— supe que había llegado el momento. Reservé varias horas esa tarde y simplemente le pedí a Dios que me mostrara cómo perdonar.

Dios se manifestó y me lo mostró tiernamente. Me senté en silencio y abrí completamente mi corazón. Estaba muy ansiosa por sanar de este feo hábito. Esto me hizo receptiva a la acción sanadora de la Verdad divina. 

De repente, reconocí por primera vez que mi madre no había elegido irse; fue simplemente el resultado de circunstancias desafortunadas. Sentí algo que nunca antes había sentido: compasión por ella. 

Seguí escuchando a Dios y sentí el abrazo del Amor divino. No era un amor específico por mí o por mi madre; fue una liberación para sentir el Amor como un poder y una presencia que todo lo envuelve. Abandoné mi dura resistencia, que me había impedido sentir el Amor omnipresente todos esos años. Con lágrimas corriendo por mi rostro, experimenté un perdón profundo y purificador. 

Entonces, para mi sorpresa, me di cuenta de que también tenía que perdonarme a mí misma por haber alimentado el odio. Eso me resultó más difícil. Pero reconocí que solo había estado tratando de protegerme a mí misma de ser lastimada, y eso parecía perdonable. Durante esos momentos de oración, me liberé por completo de este odio de toda la vida hacia mi madre y de la decepción que albergaba por mi propia falta de compasión.

Esta curación me ha ayudado en mi anhelo de ver que se exprese menos odio en el mundo. Tengo en mi corazón la creciente convicción de que las personas y los lugares que parecen consumidos por el odio pueden ser vistos con una compasión sanadora que puede derretir incluso las formas más atroces de odio. Como explica la Ciencia Cristiana, debido a que todos somos creados por Dios, es posible ver que cada individuo es digno —y capaz— de amar, y puede conocer la presencia del Amor en sus vidas.   

Nuestro mundo está compuesto por muchos individuos. Si queremos liberarnos del odio y de sus efectos, lo mejor es empezar por nosotros mismos. Podemos aprender que el odio no es una defensa viable, sino una barrera para el progreso. Más eficaz que el odio es el descubrimiento de que el Amor anula, restaura, redime y sana. Este pasaje de la Descubridora de la Ciencia Cristiana, Mary Baker Eddy, ofrece esperanza: “El poder de la Ciencia Cristiana y del Amor divino es omnipotente. Es de veras adecuado para liberar de la sujeción de la enfermedad, del pecado y de la muerte y destruirlos” (Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, pág. 412).

Cada uno de nosotros, como hijos de Dios, tiene la capacidad natural de sentir que se liberan las garras del odio y perdonar. El acto del perdón le quita la vida misma al odio. ¿Qué queda? Vidas transformadas, que traen la promesa de paz entre las familias, vecinos, países, razas y toda la humanidad.

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