¿Alguna vez te has detenido a pensar en la Escuela Dominical de la Ciencia Cristiana y por qué es tan importante? En mi puesto de Jefe de Apoyo de la Escuela Dominical para el Departamento de Actividades de La Iglesia Madre en Boston, Massachusetts, pienso mucho en esto.
Me reúno regularmente con las Iglesias de Cristo, Científico, y en casi todas las reuniones sobre la Escuela Dominical, he preguntado: “¿Qué es realmente una Escuela Dominical de la Ciencia Cristiana?”. Durante estas reuniones, las personas han compartido un amplio espectro de ideas maravillosas. Podría resumir sus respuestas de esta manera: Una Escuela Dominical de la Ciencia Cristiana predica el evangelio con autenticidad. En otras palabras, los alumnos aprenden las Escrituras, entre ellas los Diez Mandamientos, el Padre Nuestro y el Sermón del Monte (véase Mary Baker Eddy, Manual de la Iglesia, págs. 62-63), no como una materia en la escuela, sino como una melodía que llega al corazón. La Escuela Dominical, tanto para el maestro como para los estudiantes, se trata de descubrir las buenas nuevas (el evangelio) de las Escrituras y cantarlas con nuestras vidas.
Desde mi propia experiencia como maestro de la Escuela Dominical, tengo que admitir que no siempre me he enfocado en predicar el evangelio con una autenticidad como esta. “Enseñar” la Biblia a los estudiantes era más la base de mi enseñanza. Conocía la importancia de las Escrituras y creía en su verdad, pero tal vez no entendía completamente la importancia de mi función al dar vida a la Palabra a través de mis pensamientos, mis palabras y mis acciones. Al pensar en ello, veo que a veces esto hacía que abordara mi función en la Escuela Dominical académicamente en lugar de permitir que mi enseñanza fuera el resultado de ejercer activamente el Evangelio.
Mary Baker Eddy, quien estableció La Iglesia de Cristo, Científico, escribe: “El mejor sermón que jamás se haya predicado es la Verdad practicada y demostrada por la destrucción del pecado, la enfermedad y la muerte” (Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, pág. 201). También escribe en el mismo libro: “Los exámenes escolares cubren sólo una parte; no es tanto la educación académica como una cultura moral y espiritual, lo que nos eleva más. Los pensamientos puros y enaltecedores del maestro, constantemente impartidos a los alumnos, llegarán más alto que los cielos de la astronomía; …” (pág. 235).
Todos podemos preguntarnos a veces si nuestra propia experiencia con la práctica de las enseñanzas de Jesús es lo suficientemente buena como para sacar a la luz este evangelio como maestro de la Escuela Dominical. Pero la sensación de no haber alcanzado aún la perfección no debe impedirnos expresar lo que sí entendemos. Nótese que, al referirse a los “mandamientos muy pequeños”, Cristo Jesús dice: “Cualquiera que los haga y los enseñe, éste será llamado grande en el reino de los cielos” (Mateo 5:19). Él no dice: “Cualquiera que alcance el pináculo de la Ciencia Cristiana y luego enseñe a otros, éste será llamado grande en el reino de los cielos”.
Lo que se necesita es el profundo deseo de vivir el Evangelio y estar abierto a compartirlo tanto en la Escuela Dominical como en la comunidad. Nuestras comunidades necesitan a los maestros de la Escuela Dominical de la Ciencia Cristiana. ¿Por qué? Porque este evangelio ayudará a las personas a superar las limitaciones y a sanar. Muchos en cada comunidad anhelan liberarse de las limitaciones y la falta de armonía, y cada uno de nosotros puede ayudar a señalar el camino hacia esta libertad.
Para hacer esto, los maestros pueden comenzar allí mismo donde están, escuchar profundamente y compartir con honestidad lo que han visto y experimentado. He aprendido que los niños y adolescentes aprecian cuando las personas son veraces y honestas. Como afirma Ciencia y Salud, “la honradez es poder espiritual” (pág. 453), y los jóvenes notan la honestidad de inmediato; la valoran y aprecian la fuente de la misma.
Una vez fui miembro de una iglesia que tenía una adolescente que abandonó la Escuela Dominical porque sentía que las clases no eran auténticas. Dijo que estaba cansada de “solo aprender los Diez Mandamientos” y sintió que le estaban diciendo cómo pensar. Mostré interés en sus comentarios. Escuché. Pasé tiempo con ella y su familia fuera de la iglesia. Con el tiempo regresó a la Escuela Dominical y tuvimos muchas conversaciones productivas.
Me encantó su honestidad y su sincero deseo de encontrar la verdadera historia de Dios. Le dije que no estaba seguro de saber explicarlo todo, pero que me encantaría descubrir las respuestas con ella. Hizo preguntas muy duras, pero profundas. Incluso si no tenía idea de cómo responderlas, el esforzarme por ser honesto y ser dirigido por Dios nos mantuvo aprendiendo juntos de nuestro Pastor —la Biblia y Ciencia y Salud— y se desarrollaron algunas clases maravillosas de la Escuela Dominical que nunca podría haber yo diseñado de ninguna manera académica.
Por ejemplo, cuando ella preguntó: “¿Cómo sé cuándo es Dios quien habla y no otra cosa?”, comenzamos a hablar de la historia de Moisés de una manera nueva. Nos dimos cuenta de que Moisés estaba dispuesto a detenerse e investigar la zarza ardiente. Relacionamos esto con nuestra propia disposición a detenernos e investigar si una idea provenía de Dios. Esto llevó a más preguntas, y nos dio a ambos la oportunidad de detenernos y descubrir lo que Dios estaba diciendo. Esta estudiante continuó viniendo a la Escuela Dominical para investigar y aprender más acerca de Dios.
En mi experiencia, los estudiantes valoran la autenticidad de un maestro mucho más de lo que aprecian el largo historial de enseñanza, el título en educación o la credencial religiosa particular de un maestro. Cuando los maestros comparten lo que han aprendido como Científicos Cristianos practicantes y lo que todavía están descubriendo, es atractivo.
Ser original en ayudar a los estudiantes a reconocer su propia habilidad natural de escuchar la voz de Dios es profundamente inspirador. Y encontrar maneras agraciadas de indicar que los estudiantes son pensadores inteligentes y sanadores capaces muestra que la confianza en ellos es genuina y real. El cristianismo auténtico impulsado por la Regla de Oro —tratar a los demás como quieres que te traten a ti— es atractivo para los jóvenes. Puede expresarse de diferentes maneras, pero hace que los alumnos capten el espíritu del Evangelio, y eso se les queda grabado.
Todavía recuerdo vívidamente una lección que enseñó uno de mis primeros maestros. Era muy simple. Me hizo trazar el borde de una mesa circular en la Escuela Dominical mientras hablaba de cómo Dios no tiene ni principio ni fin. Me explicó que el amor de Dios por mí también es así. No tiene un principio ni un fin, siempre está presente y siempre está activo.
Esta pequeña y sencilla ilustración me ha acompañado toda mi vida. Me ha llegado varias veces y me ha ayudado a liberarme de una serie de desafíos personales. Algunos pueden pensar que esta ilustración es un poco mediocre, pero el claro amor de la maestra por la omnipresencia y la naturaleza eterna de la Vida, Dios —y su profundo nivel de experiencia con ella— me impresionaron tanto que se me quedó grabada en la mente.
Predicar el evangelio con autenticidad significa que un maestro no está tratando de montar un espectáculo o enseñar el contenido de la Biblia o Ciencia y Salud desde un punto de vista académico. El maestro de la Escuela Dominical ama auténticamente a los estudiantes y practica lo que Jesús enseñó. Basándose en su propia experiencia y práctica de la Ciencia Cristiana, los miembros de las iglesias filiales tienen la capacidad natural de tener un impacto genuino tanto en los estudiantes como en la comunidad.
Para mí, estas líneas del “Himno de Comunión” de la Sra. Eddy hablan de la enseñanza de la Escuela Dominical de manera auténtica:
¿A Cristo viste? ¿Su voz oíste?
¿Sientes del Verbo el poder?
La Verdad nos libertó,
y la hallamos tú y yo
en la vida y amor del Señor.
(Escritos Misceláneos, pág. 398)
