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El poder del amor

De El Heraldo de la Ciencia Cristiana. Publicado en línea - 17 de marzo de 2025


Este es el tema de numerosas canciones, películas, libros, podcasts, sermones y, por supuesto, artículos; ¡incluido este! Y con razón. La gente siente intuitivamente que el amor es algo poderoso. Lo anhelamos y sentimos su falta intensamente cuando creemos que no lo tenemos. Oímos hablar de esfuerzos y sacrificios heroicos que las personas hacen por amor a los demás; a veces por aquellos que ni siquiera conocen.

Entonces, ¿por qué, cuando nos enfrentamos a un enemigo, a menudo dejamos de lado el amor como solución, creyendo que la agresión o la violencia son la única opción para superar un desafío a nuestro bienestar, seguridad o derechos o a los de los demás; a pesar de que, a lo largo de la historia los pensadores han insistido en que el amor es lo único que realmente puede salvarnos?

Hace casi dos mil años, Cristo Jesús dijo en su prodigioso Sermón del Monte: “Oísteis que fue dicho: Amarás a tu prójimo, y aborrecerás a tu enemigo. Pero yo os digo: Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que os aborrecen, y orad por los que os ultrajan y os persiguen; para que seáis hijos de vuestro Padre que está en los cielos” (Mateo 5:43-45). Siglos más tarde, el reverendo Dr. Martin Luther King, Jr., en su sermón titulado “Ama a tus enemigos”, citó la admonición de Jesús y añadió: “Es el amor lo que salvará a nuestro mundo y a nuestra civilización, el amor incluso por los enemigos”.

El Dr. King, que estaba tan íntima y personalmente familiarizado con uno de los mayores males de la humanidad, el racismo, estaba, no obstante, convencido de que el amor, vivido al amar incluso a nuestros enemigos, era un poder real capaz de vencer la intolerancia en los individuos y en las leyes injustas del gobierno. Y su convicción se basaba en la vida y las enseñanzas del hombre al que llamaba “nuestro Señor y Maestro”: Jesús.

No tenemos registro de que Jesús buscara el poder, ya fuera a través de alianzas políticas o de fuerza y armamento materiales. De hecho, la Biblia registra que Jesús más de una vez rechazó las oportunidades de asumir el poder político. Y cuando uno de sus discípulos trató de impedir el arresto de Jesús hiriendo a uno de los que habían venido a prenderlo, Jesús sanó al hombre y le dijo al discípulo que guardara su espada. Como Hijo del único Dios omnipotente, que es el Amor mismo, no necesitó armas ni poder político que le dieran dominio sobre las tormentas, los conflictos, el pecado, la enfermedad o incluso la muerte. En realidad, después de su resurrección de entre los muertos, dijo a sus discípulos: “Toda potestad me es dada en el cielo y en la tierra” (Mateo 28:18). No algo de poder, sino todo el poder.

La fiel obediencia de Jesús a su propio mandato brilla a través de su vida. No tenemos registro de que hubiera devuelto mal por mal; incluso cuando se hicieron esfuerzos por matarlo, él y sus seguidores estuvieron a salvo de esos esfuerzos (véase, por ejemplo, Lucas 4:28-30). 

Pero ¿cómo obedecemos el mandato de Jesús cuando lo que enfrentamos parece ser un enemigo agresivo y poderoso? Puede resultar difícil disciplinar nuestro pensamiento para estar con Dios y ver a tales individuos (o grupos) como Sus hijos, los hijos del Amor divino. Pero los beneficios de hacer precisamente eso han sido avalados no solo por los relatos bíblicos, sino también por las vidas de innumerables seguidores de Jesús hoy en día.

Por ejemplo, un Científico Cristiano vio a un extraño golpeando a una mujer en una calle desierta y comenzó a correr hacia ellos. Aunque no estaba seguro de lo que podía hacer para ayudar físicamente, se exigió a sí mismo negar la evidencia de violencia que tenía ante sí y reemplazarla con la comprensión de que cada uno de los hijos de Dios es verdaderamente espiritual —la imagen y semejanza de Dios, el Espíritu— y refleja la bondad, la armonía y la seguridad de Dios. Al llegar a ellos, dijo con firmeza: “Ya basta”. El agresor soltó a la mujer y se volvió agresivamente hacia él. Con una convicción que provenía del amor genuino, el Científico Cristiano declaró: “Tú no eres esto”. El rostro del hombre cambió. —Lo siento —dijo—. Me olvidé de mí mismo—. La mujer ya había huido, pero el Científico Cristiano permaneció unos momentos con el hombre, explicando en voz baja cómo el amor de Dios podía ayudarlo a ser mejor. El hombre le dio las gracias y se fue. El Científico Cristiano nunca más supo nada del atacante ni de la mujer; pero tanto la mujer como el Científico Cristiano estuvieron a salvo, y el atacante también había sido bendecido.  

Mary Baker Eddy, la Descubridora de la Ciencia Cristiana, escribió: “Jesús ayudó a reconciliar al hombre con Dios dando al hombre un sentido más verdadero del Amor, el Principio divino de las enseñanzas de Jesús, y esta percepción más veraz del Amor redime al hombre de la ley de la materia, el pecado y la muerte, por la ley del Espíritu —la ley del Amor divino—” (Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, pág. 19). Nada en esta declaración nos pide que ignoremos las malas acciones. Más bien, exige exactamente lo contrario: que reconozcamos el poder del Amor, Dios —y de nuestra admisión y expresión de ese Amor— para corregir lo que sea que necesite corrección.

Al celebrar al Dr. King en los Estados Unidos esta semana, y recordar el tremendo bien que logró, nos regocijamos en su prueba del poder del amor genuino para traer curación y redención a las personas y a la sociedad en general. Recordamos que él ganó ese amor a través de su profundo cristianismo y fidelidad a las enseñanzas de Cristo Jesús. Del mandato de Jesús de amar a nuestros enemigos dijo: “Las palabras de este texto brillan en nuestros ojos con una nueva urgencia”. Todavía lo hacen. Dejemos que ese mandato enriquezca nuestro pensamiento, nuestras acciones y nuestras vidas. Tenemos muchos ejemplos del poder de amar a nuestros enemigos para cambiar las cosas para bien. Nuestro mundo necesita las bendiciones que la obediencia al mandato de Jesús debe traer.  

Lisa Rennie Sytsma, Redactora Adjunta

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