Un sábado a la mañana en 202o, mi esposo salió de casa para buscar nuestro auto en un garaje a una cuadra de distancia. Poco después, me avisó que nos lo habían robado. Fui hasta el lugar para encontrarme con mi esposo, y la policía nos mostró una grabación en vídeo de dos personas robando nuestro coche.
Al principio estaba desesperada, pero de inmediato me acordé de una entrevista que había escuchado en la edición radial del Heraldo. Se trataba de un hombre en los Estados Unidos cuyo automóvil había sido robado en la calle y cómo había orado por la situación. Empecé a trabajar con la idea de que, en realidad, un auto expresa una idea espiritual. Como se afirma en el libro de texto de la Ciencia Cristiana, “La metafísica resuelve las cosas en pensamientos y cambia los objetos de los sentidos por las ideas del Alma” (Mary Baker Eddy, Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, pág. 269).
Pensé en los conceptos de comodidad y de movimiento. Un coche es algo útil que brinda servicios. Ya fuera que mis ojos lo vieran o no, sabía que Dios, Mente era omnisciente —todo lo sabe—, y que todas las ideas estaban incluidas en Él. Para mi Padre, Dios, el auto continuaba estando tal como había sido creado, como una idea. Me quedé con ese pensamiento y también fui inspirada a incluir a las personas que robaron el auto en mis oraciones, afirmando su inocencia como hijos de Dios. Había visto en el vídeo cómo se habían llevado mi coche, pero me negué a dejarme impresionar. Afirmé que a esas personas no les faltaba nada ni podían tener pensamientos falsos que los indujeran a cometer un delito. Me sentí confiada y en paz. Sabía que el coche estaba en buenas manos, y que todos estábamos en las manos de Dios, a salvo en la Mente divina.
Nos encargamos de todos los papeleos legales requeridos por la compañía de seguros y la policía, y presentamos un informe con una orden de captura, algo que es obligatorio en Argentina; para que si la policía ve un auto robado en la calle, pueda incautarlo. Cinco días después, la policía encontró el coche, cerrado y guardado en un garaje y en buen estado. Me llené de alegría y agradecí a Dios por recibir esta noticia.
Sin embargo, este no fue el final de la necesidad de orar. Para que el coche pudiera ser liberado, había que realizar muchas tareas burocráticas engorrosas. Tuvimos que ir a una dependencia gubernamental, y eso ocurrió durante la pandemia, por lo que las oficinas estaban en su mayoría cerradas u operando durante un horario limitado. Decidí que mi pensamiento debía estar más firme en la Verdad, e incluí en mis oraciones a todos los involucrados.
Unos días más tarde fui a la dependencia, afirmando en mi pensamiento que cualquiera que fuera a conocer también era un hijo de Dios y que, como dice la Biblia, “A los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien” (Romanos 8:28).
Al entrar en el edificio de oficinas, pensé en que las puertas siempre están abiertas para Dios y que no podía haber ningún impedimento para la manifestación divina del bien. Las puertas estaban “abiertas” y pasé sin que nadie preguntara o me parara. La Fiscal a cargo del caso me saludó y me entregó en el término de diez minutos el documento con la liberación del coche. Fui directamente a la comisaría, donde me devolvieron el auto. El camino estaba completamente despejado. La compañía de seguros pagó todos los daños menores que había sufrido. Una vez más, mi infinita alegría y mi eterna gratitud a nuestro Padre-Madre, que nos abre puertas y derriba barreras injustas, llevándome a una mayor comprensión del Reino de los cielos. Estoy muy agradecida a El Heraldo de la Ciencia Cristiana, porque las experiencias de los demás son como semillas que se siembran y dan fruto.
