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Gratitud, hasta en nuestros momentos difíciles

De El Heraldo de la Ciencia Cristiana. Publicado en línea - 24 de noviembre de 2025


La gratitud tiende a venir al pensamiento cuando tenemos razones obvias por las que estar agradecidos. En los gozosos servicios anuales del Día de Acción de Gracias que se llevan a cabo en las Iglesias de Cristo, Científico, en todo el mundo, se expresa gratitud por todo; desde el bien cotidiano en nuestras vidas hasta el amor inclusivo de Dios y las curaciones que resultan de ese amor.  

Pero el aprecio por el bien es apropiado todos los días y no es tan solo un sentimiento dulce. La gratitud sincera a Dios por el bien en nuestras vidas es un multiplicador de ese bien. Como dice Mary Baker Eddy, quien descubrió la Ciencia Cristiana: “¿Estamos realmente agradecidos por el bien ya recibido? Entonces aprovecharemos las bendiciones que tenemos y así estaremos capacitados para recibir más” (Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, pág. 3). Podríamos comenzar expresando gratitud por las cosas que tenemos, ya sea el cuadrante de una viuda (véase Marcos 12:41-44) o el tesoro de un rey. Pero lo que se necesita igualmente es un sentido agradecimiento por las “cosas de Dios” (1.° Corintios 2:11) que son nuestras; que Dios, el Espíritu, nunca nos niega. Reconocer el bien espiritual que siempre tenemos de Dios, el Amor, abre nuestros corazones a la expresión de la generosidad divina “como en el cielo, así también en la tierra” (Mateo 6:10). Eso, a su vez, conduce a expansivas experiencias de recibir y dar lo que es una bendición tener y compartir.  

¿Qué decir de los momentos en que parece haber pocas razones para sentirse agradecido? ¿O cuando la enfermedad, los recursos insuficientes o las relaciones inestables parecen formar la mayor parte del tapiz de la vida, y solo vemos hilos delgados y frágiles de bondad que se abren camino a través de nuestros días?

Esos momentos pueden parecer los peores, y, no obstante, convertirse en los mejores. No porque las experiencias difíciles sean buenas en sí mismas, sino porque nos dirigen hacia un bien más profundo: el gran amor de Dios por nosotros. Cualquiera sea la forma que el cambio del bien esperado pueda adquirir en nuestras vidas, y por cuanto tiempo haya estado así, esa verdadera y profunda realidad divina y su poder para sanar siempre están a mano para que la percibamos y demostremos.   

Jesús demostró esto al sanar a tantas personas en medio de crisis de salud y otras crisis mediante el Cristo, el espíritu de Verdad que lo animaba. Donde la esperanza había chocado contra un muro, Jesús probó que la bondad de Dios estaba viva, activa y era demostrable. Él comprendió y demostró la totalidad y el gobierno de Dios, el bien, incluso cuando los problemas parecían intratables. Y aunque su curación de los demás fue impulsada por una compasión ilimitada, esa compasión no se basó en aceptar la discordia como la realidad y simpatizar con ella. Su cuidado se expresó al rechazar la existencia de la falta de armonía basándose en la bondad inquebrantable de Dios, y eso eliminó el error sobrecogedor.

Sin embargo, Jesús no esperaba una curación para sentirse agradecido a Dios. Al resucitar a su amigo Lázaro, agradeció públicamente a Dios antes de la curación, porque entendía la verdadera naturaleza de Dios como Vida y Amor, en la que la armonía es la condición constante de nuestra existencia. También comprendió la irrealidad de toda identidad menor que nuestro reflejo continuo y concreto de esa Vida y Amor. Esta percepción propia del Cristo, que ilumina quiénes somos realmente como imagen y semejanza de Dios (véase Génesis 1:26, 27), constantemente venció la aparición de una cubierta material que ocultaba la realidad espiritual. 

Si nuestra propia percepción parece estar alejada de esa visión más elevada y santa de nosotros mismos y de los demás, la gratitud es un paso intermedio clave en esa dirección. Como dijo una vez la Sra. Eddy, al hablar no teóricamente, sino debido a su profunda experiencia: “Cuando padezcas aflicciones en lo más profundo, detente y contempla aquello por lo que tienes que estar agradecido” (A10572, The Mary Baker Eddy Collection, The Mary Baker Eddy Library). 

Como muchos, una y otra vez he descubierto que hacer esto marca la diferencia. Hacer una pausa para contemplar las cosas por las que estar agradecido —especialmente las cosas del Espíritu—  remueve la consciencia de la mejor manera, y hace que las nubes mentales se separen para dejar entrar los rayos del Cristo iluminando el camino hacia la curación. 

Aunque la gratitud pueda parecer contradictoria en tiempos de oscuridad, encontrar bendiciones espirituales que contar cuando al principio no parecen obvias permite que la luz penetre la aparente solidez de esa oscuridad; la cual en realidad no existe porque Dios no la creó. La alegría y el aprecio son innatos en nuestra verdadera consciencia que refleja a Dios por ser Su imagen, que refleja Su conocimiento espiritual. Entonces, la disposición para expresar, aunque sea una chispa de gratitud, es una oración que nos aparta de la obsesión con nuestros problemas y nos dirige hacia la comprensión espiritual. Y cuando nos sumergimos más plenamente en esa luz del Cristo, nos muestra que la aflicción o la agonía no es y nunca fue verdadera acerca de nosotros.

La diferencia que esto hace se ilustra en la curación de un hombre que había vivido a la sombra de la inmovilidad durante décadas hasta que Jesús pasó —lleno de la comprensión propia del Cristo— reflejando la luz de Dios. Este hombre, que esperaba inútilmente junto a un estanque que prometía una cura milagrosa, sintió el poder de la Verdad divina cuando Jesús dijo, con toda la autoridad de su consciencia de la bondad de Dios: “Levántate, toma tu cama y anda”. El hombre fue liberado de la inutilidad, sanado de la discapacidad (Juan 5:1-9, New King James Version).

Si bien hoy no veremos a Jesús caminando por aquí, la Verdad que él ejemplificó siempre está a mano para abrirnos los ojos a nuestra vida en Dios, nuestra verdadera individualidad espiritual que jamás es tocada por el drama de la experiencia humana. Cada momento de gratitud proviene de una comprensión más clara de esta identidad verdadera y nos lleva hacia ella, en la que la salud es confiable, el progreso es perpetuo y vivimos vidas satisfactorias de amoroso servicio.

Tony Lobl, Redactor Adjunto

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