Cuando las cosas parecen de alguna manera injustas o profundamente perturbadoras, puede ser muy fácil sentirse frustrado y reaccionar con ira. Lo sé; me ha pasado. Cuando sentimos que las cosas han salido terriblemente mal o que hemos sido agraviados, debe haber una mejor manera de responder que con acusaciones, justicia propia o indignación.
Podemos encontrar una respuesta sanadora en un relato bíblico. Los discípulos de Jesús tenían miedo. Las cosas iban muy mal, y habían arrestado a Jesús. Pedro, uno de los discípulos, sintió que debía oponerse a ello. Desenvainó una espada y atacó, cortándole la oreja a uno de los enviados a arrestar al Maestro. ¿Qué hizo Jesús? Reprendió al discípulo y restauró la oreja del hombre (véase Lucas 22:49-51).
Puede parecer justificable que, cuando se está desanimado o enojado, se reaccione arremetiendo de alguna manera, pero Jesús enseñó algo diferente. Ejemplificó una maravillosa humildad y falta de deseo de venganza. Su impulso era hacer el bien —sanar— en vez de deleitarse con el acto violento de Pedro o reaccionar con dureza ante la agresión contra él.