El año pasado fue el más arduo que he experimentado.
El tercer año de la escuela secundaria es conocido por ser agotador, y ese fue definitivamente mi caso. Sin embargo, una cosa que siempre me ha sacado de un momento difícil ha sido el fútbol. Después de una temporada muy dura de campo traviesa en el otoño, estaba ansiosa por comenzar la temporada de fútbol de primavera.
Como no había jugado en el equipo de fútbol durante todo el año como lo había hecho en el pasado, esperaba estar un poco fuera de práctica. Al principio, cuando volví a participar y competir en el equipo, parecía que no había pasado el tiempo. Pero después de las primeras semanas, mi confianza se desplomó rápidamente.
Mis entrenadores me gritaban constantemente y regresaba de los partidos molesta porque mi desempeño no había sido lo suficientemente bueno. Me preocupaba que, como había sacrificado el equipo de fútbol por mis seis clases de Colocación Avanzada, ya no era lo suficientemente buena y que mi puesto de titular en la cancha lo ocupara otra persona.
Esto puede parecer algo pequeño, pero socavó mi confianza. En ese momento, el fútbol era lo único que siempre me había hecho feliz, y la idea de que me lo quitaran me quebrantó. En la Escuela Dominical de la Ciencia Cristiana aprendí que Dios nos creó y que Lo expresamos en todo lo que hacemos. Así que seguí diciéndome a mí misma que la habilidad que Dios me había dado no podía perderse ni ser interferida. Pero seguía preocupada.
También sabía que no podía ser penalizada por dejar el equipo de fútbol, una decisión por la que mi familia y yo habíamos orado y sentíamos que era la correcto. Estaba segura de que no podía retroceder, porque Dios no retrocede y, como Su imagen y semejanza (véase Génesis 1:26, 27), solo puedo seguir avanzando y mejorando.
Si bien reconocía que estos pensamientos con los que estaba orando eran ciertos, no estaba mostrando ningún progreso en la cancha de fútbol. Mis temores seguían anulando los buenos pensamientos.
En una ocasión, mi equipo y yo estábamos emocionados por jugar contra uno de nuestros más grandes rivales, contra el cual habíamos perdido el año anterior. Antes de cada partido, busco un lugar tranquilo y vuelvo a leer algunos artículos de las revistas de la Ciencia Cristiana que me han resultado útiles. Sabía que podía aplicar las verdades espirituales de estos artículos a mi desempeño futbolístico, ya que estos siempre me aseguraron que Dios estaba a mi lado.
Ese día, abrí un libro al azar que contenía una selección de estos artículos en una página; quería entender cómo los pensamientos allí compartidos podían ayudarme a tener éxito en la cancha, o al menos ayudarme a comprender por qué no lo lograba. Esta declaración que explica mi relación con el Amor y el Principio divinos —Dios— me llamó la atención: “Como reflejo del Amor divino, [el hombre real] está eternamente tranquilo y sin miedo. Y por ser la idea del Principio inmutable, es ordenado y preciso, y expresa por siempre su perfecto control” (Milton Simon, “Right assimilation”, Sentinel, June 18, 1960).
Siempre he querido tener uno de esos momentos en los que me siento tan cerca de Dios que todos mis problemas y preocupaciones se desvanecen, y lo experimenté en ese mismo instante. Comprendí que tengo dominio en la cancha, ya que mis aptitudes no se hacen a sí mismas, sino que son un don de Dios. Este pensamiento fue poderoso, porque no solo estaba leyendo las palabras y tratando de aplicarlas a mi caso. Supe que Dios me estaba hablando directamente. Me sentí muy en paz, tranquila y amada, y aunque nunca antes había escuchado la voz de Dios, sabía que Él me estaba hablando a través de esas palabras en esa página. Sentí Su presencia conmigo con más fuerza que nunca. No trataba de orar para jugar bien durante mi partido. Oraba para sentirme más cerca de Dios.
Por lo general, cuando oraba antes de los juegos, era porque pensaba que me ayudaría a jugar mejor. Pero basándome en lo que estaba experimentando en este momento, me di cuenta de que la oración era mucho más. Me sentí muy segura de que Dios estaba allí y que todo el espacio estaba lleno de Amor.
Muy pronto, estaba en la cancha lista para jugar. Y ahora lo hacía con más libertad, porque sentirme cerca de Dios significa sentirme más segura de mi capacidad para expresar Sus cualidades, que son todas buenas e incluyen poder, fuerza, tenacidad, compostura e inteligencia. En el minuto 39, desde fuera del área de 17 metros, marqué el gol más increíble en la esquina superior derecha de la red, rompiendo un marcador empatado. ¡Ganamos!
A partir de ese momento, mi desempeño solo mejoró. Jugué en nuestra temporada invicta así como en el partido del campeonato estatal, donde salimos victoriosas. Estaba muy agradecida por toda la experiencia.
También aprendí dos lecciones valiosas. Primero, tener una vida perfecta y sin desafíos no te lleva a ninguna parte. Podemos tener momentos difíciles, pero a través de todos ellos, Dios nos guía y nos ama, y eso ayuda a que crezca nuestra confianza en Él. Como resultado, superamos esos momentos difíciles.
En segundo lugar, era escéptica acerca de si es posible sentir el tipo de cercanía a Dios que es verdaderamente tangible, ¡pero ese sentimiento existe! Puede que lo haya experimentado solo una vez hasta ahora, pero es algo que jamás olvidaré. Y estoy segura de que lo volveré a experimentar. Estoy muy agradecida a Dios y mi capacidad de crecer con Él como mi guía, cuidador y amigo.