Después de décadas de guerra civil, Sudán del Sur alcanzó la independencia en 2011. Soy originario de Kenia, y realicé trabajo humanitario en Sudán del Sur durante diez años, antes y después de su independencia, y el país se convirtió en mi segundo hogar. A veces, enfrenté desafíos que amenazaban mi vida, pero por compasión hacia las personas que sufrían a las que servía mi organización, me quedé. Luego, en diciembre de 2013, nuevamente estalló la violencia, y los sudaneses del sur luchaban entre ellos mismos.
En una cálida tarde de domingo, un colega y yo estábamos descansando en la sala de espera de un hotel a la espera de un vuelo de regreso a la capital, Juba, después de completar un taller de capacitación en Malakal. Mientras esperábamos, recibimos noticias de que habían estallado intensos combates en Juba tras un desacuerdo político y que todos los vuelos habían sido suspendidos. Tendríamos que esperar en el hotel hasta que la calma volviera a la capital.
En el transcurso de veinticuatro horas, se desarrolló un conflicto a gran escala. El segundo día, informaron que este se estaba intensificando, con la posibilidad de extenderse a otras regiones y adquirir una dimensión étnica. Aunque los combates aún no habían llegado a Malakal, la segunda ciudad más grande de Sudán del Sur, el pánico y la confusión se apoderaron de los residentes. La gerencia del hotel decidió reducir la cantidad de comida que servían a los huéspedes porque no estaban seguros de cuándo sería posible reabastecerse. También notificaron que, si la guerra llegaba a Malakal, el hotel no se haría responsable de la seguridad de los huéspedes.
Esa noche, los trabajadores de varias organizaciones humanitarias que se alojaban en el hotel decidieron realizar una reunión de oración. En esta reunión, me encontré con un amigo quien me dio a conocer la Ciencia Cristiana. En los días siguientes, hablamos detenidamente sobre la Ciencia Cristiana, y él explicó sobre la forma única en que esta ve y aborda el problema del mal, incluida la guerra. En ese momento, yo no podía entender mucho de lo que él compartía conmigo; sin embargo, su calma y palabras tranquilizadoras me hicieron sentir seguro, incluso cuando la situación parecía sombría. Pidió que oráramos en silencio a Dios por protección, y dijo que Dios honraría nuestra petición. Más tarde, cuando comencé a leer el libro de texto de la Ciencia Cristiana, Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras de Mary Baker Eddy, llegué a comprender algunas de las ideas que mi amigo había compartido conmigo.
Cuando fui a mi habitación esa noche, saqué mi Biblia y la abrí en mi pasaje favorito de los Salmos: “Claman los justos, y el Señor los oye, y los libra de todas sus angustias. Cercano está el Señor a los quebrantados de corazón, y salva a los abatidos de espíritu. Muchas son las aflicciones del justo, pero de todas ellas lo libra el Señor” (34:17-19, LBLA).
Con eso, tuve la certeza de que estaríamos seguros. También me pregunté: “Si Dios pudo mantener a Daniel a salvo en el foso de los leones, ¿no puede el mismo Dios salvarnos?”. Los versículos de los Salmos también reforzaron las reconfortantes palabras que había escuchado de mi amigo Científico Cristiano.
Al cuarto día, la violencia mortal de la guerra y los ataques étnicos llegaron a Malakal. Cuando soldados fuertemente armados entraron en nuestro hotel, uno de ellos me pidió que me identificara. Le respondí: “Solo estoy aquí sirviendo a Dios a través del trabajo humanitario y no tengo nada que ver con el conflicto. Oro para que ustedes, los sudaneses del sur encuentren una paz duradera frente al odio”. En ese momento, otro soldado lo llamó y salieron del complejo del hotel. Estoy convencido de que fue debido a nuestras oraciones que los soldados no nos hicieron daño.
Naciones Unidas dispuso que algunos helicópteros evacuaran a los trabajadores humanitarios de Malakal a Juba. Llegamos allí solo para encontrar personas que huían por todos los medios posibles. No pude hallar un vuelo a casa, pero algunos otros kenianos y yo solicitamos a la Embajada de Uganda en Juba que nos permitiera unirnos al convoy militar que Uganda había proporcionado para evacuar a sus propios ciudadanos. Llegué a casa en Kenia a través de Uganda.
Cuando reflexiono sobre todo esto, me doy cuenta de que experimenté lo que aprendí más tarde cuando leí por primera vez Ciencia y Salud, comenzando con el capítulo titulado “La oración”: que Dios es nuestro pronto auxilio en las tribulaciones. Había sentido una dulce sensación de la protección y el poder de Dios y la esperanza de que por fin había encontrado que Él era lo que tanto necesitaba.
Cada vez que me comunico con mis amigos de Sudán del Sur, les digo que la única forma de sanar ese país es admitir el poder del amor. El amor que tiene su fuente en Dios —de quien la Biblia nos dice que es el Amor mismo— es el poder más asombroso de la tierra. Transforma vidas y situaciones para mejor. A través de su vida y ministerio de curación, Jesús, el Maestro cristiano, nos mostró el gran amor de Dios por cada uno de nosotros. La Sra. Eddy, la Descubridora de la Ciencia Cristiana, explica que él demostró “la Ciencia del Amor —su Padre o Principio divino—” (Ciencia y Salud, pág. 30).
Kennedy Onjweru
Wheat Ridge, Colorado, EE. UU.