Era un domingo por la mañana. Llegué temprano a la iglesia para tomar mi puesto de ujier, lista para saludar a los asistentes nuevos, así como a los regulares. Había elegido afiliarme a esta Iglesia de Cristo, Científico, en particular, no por su gran número de miembros o por estar cerca de mi casa, sino por el amor genuino que sentía de parte de los miembros, y por su sinceridad y compromiso espiritual con la Causa de la Ciencia Cristiana.
Aquella mañana, mi preparación espiritual fue reconocer que ninguna persona podía estar fuera de “la estructura de la Verdad y el Amor”, tal como se define espiritualmente a la Iglesia en Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, escrito por Mary Baker Eddy, la Descubridora de la Ciencia Cristiana (véase pág. 583). Oré para ver que nadie, ya sea un miembro de la iglesia de hace mucho tiempo o un recién llegado a la comunidad, puede ser separado de la comprensión de su verdadero ser como el hijo amado y apreciado de Dios. La iglesia era más que un edificio con cierto número de personas que participaban en diversas actividades; es una emanación de Dios, del Amor divino, expresada tangiblemente y que los asistentes sienten palpablemente.
También afirmé que el sentido espiritual innato de cada uno jamás puede ser embotado o sofocado por el materialismo del mundo; y que todos están despiertos a la bondad de Dios y son receptivos al Cristo, el mensaje sanador de Dios. Es tan natural para cada individuo responder al Cristo como lo es para una flor volverse hacia la luz.