Era un domingo por la mañana. Llegué temprano a la iglesia para tomar mi puesto de ujier, lista para saludar a los asistentes nuevos, así como a los regulares. Había elegido afiliarme a esta Iglesia de Cristo, Científico, en particular, no por su gran número de miembros o por estar cerca de mi casa, sino por el amor genuino que sentía de parte de los miembros, y por su sinceridad y compromiso espiritual con la Causa de la Ciencia Cristiana.
Aquella mañana, mi preparación espiritual fue reconocer que ninguna persona podía estar fuera de “la estructura de la Verdad y el Amor”, tal como se define espiritualmente a la Iglesia en Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, escrito por Mary Baker Eddy, la Descubridora de la Ciencia Cristiana (véase pág. 583). Oré para ver que nadie, ya sea un miembro de la iglesia de hace mucho tiempo o un recién llegado a la comunidad, puede ser separado de la comprensión de su verdadero ser como el hijo amado y apreciado de Dios. La iglesia era más que un edificio con cierto número de personas que participaban en diversas actividades; es una emanación de Dios, del Amor divino, expresada tangiblemente y que los asistentes sienten palpablemente.
También afirmé que el sentido espiritual innato de cada uno jamás puede ser embotado o sofocado por el materialismo del mundo; y que todos están despiertos a la bondad de Dios y son receptivos al Cristo, el mensaje sanador de Dios. Es tan natural para cada individuo responder al Cristo como lo es para una flor volverse hacia la luz.
Cuando tomé mi puesto en la puerta del vestíbulo, me informaron que un visitante había venido más de una hora antes del servicio. Estaba sentado en el auditorio, al frente y al centro, escuchando atentamente mientras el Primer y el Segundo Lector se preparaban para el servicio. Le di la bienvenida. Después de que terminó el servicio, muchos de nuestros miembros también lo saludaron afectuosamente.
Nuestro visitante me dijo más tarde que no había sido fácil entrar en una iglesia solo para blancos en un momento de crecientes tensiones raciales en el país, sin mencionar durante una pandemia. No estaba seguro de cómo él, un hombre negro y extraño de la calle, sería recibido. Sin embargo, lo vimos como a nuestro hermano, el huésped de Dios. La única diferencia entre nosotros no era el color de nuestra piel o nuestros antecedentes culturales o raciales, sino las formas únicas y completamente individuales en las que cada uno de nosotros expresa las cualidades infinitas de Dios. Él solo veía a Sus preciosos hijos —amados, amorosos y dignos de ser amados— trabajando juntos en cooperación.
Nuestro nuevo amigo, Daniel, regresó el domingo siguiente, y sucedió que había menos personas en el servicio ese día. Más tarde, nos enteramos de que él pensó que esto era una indicación de que no lo queríamos allí. Fue desgarrador que hubiera tenido esta impresión, y le aseguramos que ese no era el caso.
Varias semanas después, en el servicio de Acción de Gracias, me sentí guiada a darle algunas publicaciones periódicas de la Ciencia Cristiana con una hogaza de pan de calabaza que había horneado y una nota que le aseguraba que él era una bendición para nuestra iglesia. Más tarde, me dijo que este mensaje lo ayudó a tomar conciencia del propósito que Dios le había dado, y le impidió abandonar nuestra iglesia; algo que estaba contemplando en ese momento.
Después de esta experiencia, Daniel asistía regularmente a nuestros servicios dominicales y a las reuniones de testimonios de los miércoles, traía gente nueva, daba inspiradores testimonios y leía ávidamente las publicaciones periódicas de la Ciencia Cristiana y las Lecciones Bíblicas semanales del Cuaderno Trimestral de la Ciencia Cristiana. Formaba parte de las cenas navideñas, los almuerzos después de la iglesia y las noches de cine. Y trabajaba activamente junto a los miembros de la iglesia.
Podíamos ver claramente el crecimiento espiritual que estaba ocurriendo. Y Daniel no fue el único que creció; ¡el resto de nosotros también! Si bien muchos de los conceptos que Daniel estaba aprendiendo todavía eran nuevos para él, estaba muy entusiasmado con la Ciencia Cristiana. Y él era un buen samaritano de la era moderna por la forma en que tendía la mano para ayudar a las personas dentro y fuera de la iglesia, y compartía con los demás las verdades espirituales que lo inspiraban. ¿Estábamos nosotros, los miembros, también en llamas, ansiosos por compartir las verdades con nuestra comunidad? Esta fue una llamada de atención para renovar y profundizar nuestro amor y comprensión de la Ciencia Cristiana, ¡y practicarla!
Entonces, un miércoles por la noche, aproximadamente dos años después del día en que nos conocimos, Daniel dio un testimonio sobre alguien cuya vida había sido transformada, renovada y restaurada por la Ciencia Cristiana. Habló de un niño de una familia muy numerosa que había perdido el rumbo a temprana edad. Luego, cuando era un joven de poco más de veinte años, fue acusado de un crimen que no cometió y pasó varias décadas en prisión. Al final de la historia, con lágrimas en los ojos, Daniel dijo: “Ese hombre era yo”. La historia nos hizo llorar a todos. Aunque fue una gran sorpresa, eso no cambió la opinión de nadie sobre Daniel.
Ciencia y Salud explica: “Las Escrituras nos informan que el hombre está hecho a imagen y semejanza de Dios. … El hombre es espiritual y perfecto; y porque es espiritual y perfecto, tiene que ser comprendido así en la Ciencia Cristiana. …
“El hombre es incapaz de pecar, enfermar y morir. El hombre real no puede desviarse de la santidad, ni puede Dios, de quien evoluciona el hombre, engendrar la capacidad o libertad de pecar. Un pecador mortal no es el hombre de Dios. … En la Ciencia divina, Dios y el hombre real son inseparables como Principio divino e idea” (págs. 475-476).
Sé que cada uno de los miembros se aferró a esa visión perfecta de Daniel y no dudó. Y sé que esto lo ayudó a reconocer su naturaleza ya intacta, pura e inocente propia del Cristo.
Lo que ha sucedido desde que Daniel llegó por primera vez ha sido inspirador, conmovedor y transformador para toda la congregación. El día en que le dimos la bienvenida como miembro de la iglesia se derramaron muchas lágrimas, pero esta vez fueron lágrimas de alegría. Pregúntale sobre su experiencia en la iglesia hoy y Daniel te dirá: “No es una familia de iglesia, es una familia”.