El Mes Nacional de la Historia de la Mujer de este año en los Estados Unidos honra a “mujeres educadoras, mentoras y líderes”. Las actividades destacarán sus “logros y contribuciones” (nationalwomenshistoryalliance.org/womens-history-theme-9-2024/).
Tales logros incluyen contribuciones profundas, aunque a menudo no reconocidas, al progreso en la práctica espiritual y religiosa. Mary Baker Eddy hizo dicha contribución cuando dedicó su tiempo y energía durante décadas a comprender la Ciencia que ella estaba convencida respaldaba las numerosas curaciones registradas en la Biblia; especialmente las que realizaron Jesús y los primeros cristianos. Como resultado, descubrió la Ciencia Cristiana y escribió y publicó el libro de texto de su descubrimiento, Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, hace 150 años, en 1875.
La Sra. Eddy también organizó la iglesia que fundó para “conmemorar la palabra y las obras de nuestro Maestro [Jesús], la cual habría de restablecer el Cristianismo primitivo y su perdido elemento de curación” (Mary Baker Eddy, Manual de La Iglesia Madre, pág. 17). A través de la comprensión científica y espiritual de las Escrituras reveladas en Ciencia y Salud y la iglesia que ha asegurado la continua disponibilidad y difusión de esa comprensión, generaciones de mujeres y hombres han aprendido, y continúan aprendiendo, a ser sanadores.
La experiencia de la Sra. Eddy de apoyarse en Dios para la curación se remonta a su infancia. Años después, al recordar una fiebre que había tenido de niña, escribió: “Mi madre, en tanto que bañaba mis sienes ardientes, me instó a que me apoyara en el amor de Dios, lo cual me haría descansar si iba yo a Él en oración, como acostumbraba hacerlo, pidiendo que me guiara. Oré; y un claror suave de inefable alegría me inundó. La fiebre desapareció y me levanté y me vestí, en estado normal de salud” (Retrospección e Introspección, pág. 13).
Este incidente de una curación puramente espiritual —un cambio en el pensamiento hacia la consciencia del amor de Dios que restaura la salud corporal— fue un paso profético en su viaje para demostrar que la curación cristiana es una Ciencia demostrable. Una vez que esa teoría fue probada y demostrada minuciosamente, escribió sobre el alcance práctico de dicha curación: “El poder de la Ciencia Cristiana y del Amor divino es omnipotente. Es en verdad adecuado para liberar de la sujeción de la enfermedad, del pecado y de la muerte y destruirlos” (Ciencia y Salud, pág. 412).
El poder de sanar —el poder de romper el control hipnótico de lo que la Ciencia revela que es la falsa sensación de estar separado del bien divino— es entonces en sí mismo inseparable del Amor, Dios, su fuente. Y así como la joven Mary se apoyó en el amor de Dios, nosotros podemos hacer lo mismo.
Eso podría parecernos menos tangible que poder apoyarnos en un padre amoroso, hablar con él y ser abrazados por él. Sin embargo, realmente no lo es. El don del amor de los padres es una evidencia eminentemente apreciable del amor de Dios. Pero para el sentido espiritual dentro de cada uno de nosotros, el Padre-Madre Amor que es Dios es igualmente tangible y acogedor, a la vez que es también infinito, eterno y está siempre cerca. Es este Amor más elevado, más santo y perfecto el que sana.
Recurrir a Dios en oración y buscar Su guía es alcanzar la comprensión del ilimitado abrazo del Amor que nos rodea a nosotros mismos y a todos los demás, y el reconocimiento de que en nuestra verdadera identidad como linaje espiritual de Dios expresamos Su afecto y cuidado que todo lo abarcan. Nuestra expresión de Dios es el amor desinteresado; ese amor que, cuando nos elevamos por encima del erróneo sentido de que tenemos una individualidad separada de Dios, hallamos que es nativo de nuestra individualidad por ser el reflejo del Amor.
Al despertar a nuestra verdadera individualidad como la semejanza misma del Amor, nosotros también podemos sentir “un claror suave de inefable alegría” y ser sanados y convertirnos en sanadores. Como explica Ciencia y Salud, y como Jesús ejemplificó, “Todo lo que mantenga el pensamiento humano en línea con el amor abnegado recibe directamente el poder divino” (pág. 192).
No está solo en el ámbito del pensamiento humano traer tal redención de mente y cuerpo, porque para la mente humana el amor de Dios parece una abstracción. A fin de obtener el pensamiento que está en línea con el amor desinteresado, necesitamos que el Cristo —la verdadera idea de Dios como todo Amor que Jesús encarnó constantemente— nos eleve por encima del pensamiento mundano. El Cristo eleva nuestra forma de pensar desde lo que parece ser hacia la realidad espiritual; es decir, que el Amor no solo está siempre presente, sino que es Todo-en-todo —o sea, está en todas partes y en todas las condiciones— una totalidad que no deja espacio para nada más.
Despertar a esta realidad proyecta luz sobre nuestras vidas, iluminando esa presencia eterna del bien divino. En sus formidables curaciones, Jesús evidenció que esta bondad está en todas partes. Las dolencias que parecían definir la vida de los demás se disolvieron en presencia del Amor que él conoció y vivió, y los defectos de carácter establecidos desde hacía mucho tiempo fueron transformados.
Si nos resulta difícil sentir el amor sanador y transformador de Dios, sin duda es un paso útil en esa dirección apreciar el amor que ya está en nuestras vidas y reconocerlo como una evidencia de la presencia de Dios. No obstante, cada día también ofrece oportunidades para profundizar un poco más y vigilar más amorosa y ampliamente a fin de convertirnos en una mejor transparencia para el amor de Dios; para sentir y actuar más conforme a la compasión propia del Cristo que impulsó y empoderó las demostraciones de Jesús sobre la enfermedad y el pecado. Tal amor cristiano es necesario para satisfacer el anhelo de muchos hoy en día de tener una experiencia religiosa más práctica y llenar el vacío de aquellos que pierden la fe en la ciencia médica.
El Amor divino es eminentemente práctico. Es “aplicable a toda necesidad humana” (Mary Baker Eddy, La Primera Iglesia de Cristo, Científico, y Miscelánea, pág. 238). El descubrimiento que la Sra. Eddy hizo de la Ciencia Cristiana dejó en claro que todos tienen el mismo acceso a la ayuda siempre presente de Dios, y cada vez que la oración transformadora que la Ciencia inspira y permite nos sana, va más allá de la frontera de nuestro propio pensamiento y vida. Cada curación bendice a nuestras comunidades y al mundo al mantener en alto el estándar de la fe: la curación cristiana que invita a la humanidad a “[ ir y ver ]” (Juan 1:46) cuán práctico es el amor de Dios.
Tony Lobl
Redactor Adjunto
