Se podría decir que enfrentamos un gran problema en la vida: la escasez.
Eso no significa que el único problema al que nos enfrentemos sea la falta de fondos o bienes. Mucho de lo que es problemático se puede definir en términos de lo que parece que no tenemos. Si estamos enfermos, carecemos de salud. Si la vida es injusta, falta la justicia. ¿Nos sentimos solos en la vida? Entonces nos falta compañía.
Sin embargo, desde un punto de vista espiritual, cada uno de ellos puede reconocerse como una aparente ausencia de algo que jamás nos puede faltar, a saber, la presencia de Dios en nuestras vidas. Y todo aspecto de la vida que es eminentemente deseable —la salud, la justicia, el afecto, etc.— es un atributo de Dios, el Espíritu. Estos son tesoros espirituales eternos que nos pertenecen para siempre en nuestra relación con Dios como Su descendencia espiritual.
El miedo a la falta de fondos necesarios está constantemente presente en la mente de muchas personas. Pero el Espíritu contrarresta todas las pretensiones de escasez, incluida esta, y aprendí cómo hacerlo cuando comencé a enviar artículos a esta revista. En un momento dado, obtener una confianza concreta y tranquila en la capacidad de Dios para satisfacer mis necesidades revirtió la escasez de fondos, después de lo cual escribí un artículo al respecto.
La experiencia en sí fue transformadora, pero aprendí una lección más profunda durante el proceso de revisión. El artículo fue aceptado con una advertencia: lo había escrito como si la provisión que necesitaba hubiera estado ausente y hubiera aparecido como resultado de mi oración. Las revisiones recomendadas transmitían, en cambio, la verdad espiritual de que la provisión necesaria estaba presente incluso antes de que orara. La oración simplemente reveló que Dios siempre proporciona el bien a todos.
¡Qué maravillosa reorientación del pensamiento a considerar! No somos seres carentes que debemos cambiar las condiciones o las conexiones para tener lo que necesitamos. La satisfacción de nuestras necesidades depende del bien que Dios nos está dando gratuitamente a cada uno de nosotros a cada momento. Dios es totalmente bueno, y cada hombre, mujer y niño —en nuestra identidad espiritual como creación de Dios— es en todo momento, “la compuesta idea de Dios, e incluye todas las ideas correctas”, como explica Mary Baker Eddy en Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras (pág. 475).
Esto significa que podemos apartarnos de la creencia de que nos falta algo a nosotros o a los demás y ver que ya incluimos la idea espiritual detrás de lo que parece insuficiente o faltante. Esto abre el camino para encontrar cualquier expresión única de esa idea que satisfaga la necesidad humana.
La Ciencia, o verdad, de nuestro ser como creación de Dios es que siempre tenemos todo lo que necesitamos en un momento dado. Lo que sea que parezca que nos falta, o que temamos que nos falte en el futuro, es una “idea correcta” que se encuentra para siempre en Dios y que siempre incluimos y reflejamos por ser la imagen de Dios. Nuestras oraciones nunca tienen que causar o crear lo que parecemos necesitar, ya sean recursos, empleo, salud, compañía, hogar o cualquier otra cosa. Ni pueden hacerlo. “La oración”, dice Ciencia y Salud, “no puede cambiar la Ciencia del ser, pero tiende a ponernos en armonía con ella” (pág. 2).
Incluso el problema final de la muerte misma puede considerarse, en última instancia, como falta de vida. Ciertamente, parece que nuestras vidas terminan inevitablemente. Y si nuestras vidas realmente constituyeran un cuerpo mortal, un cerebro material y un alma personal, eso sería cierto. Pero la Biblia no solo desafía repetidamente esta suposición, sino que la invalida a través de numerosas demostraciones y explicaciones. Entre ellas se encuentra esta cita: “La dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro” (Romanos 6:23, énfasis agregado). Jesús comprendió y ejemplificó la Vida con mayúscula que es sinónimo de Dios. Esta Vida no está presente, luego ausente, sino que existe para siempre, sin principio ni fin. La Ciencia Cristiana explica que esta existencia espiritual es nuestra verdadera Vida.
Todas las obras sanadoras de Jesús evidenciaban esto, pero la absoluta demostración del Cristo, la idea divina de Dios, fue la resurrección que muestra que su vida —y por lo tanto la de todos— es la encarnación del Espíritu indestructible, Dios. Esto era más que una prueba de la irrealidad de la falta de vida llamada muerte; también fue una evidencia de la irrealidad de la falta de bien llamado mal, que afirma que todo lo que tenemos es material y agotable en lugar de espiritual y eterno.
Un himno dice de Dios:
El Rey de Amor es mi Pastor,
y Su bondad no falla;
lo tengo todo, Suyo soy,
y mío es Él por siempre.
(Henry W. Baker, alt., Himnario de la Ciencia Cristiana, N.° 330)
Nuestra oración es comprender que tener —no que nos falte— todo lo que es bueno es nuestra realidad y la de todos. La oración también nos permite aferrarnos a esta comprensión cuando los vientos de los acontecimientos personales, familiares o globales parecen desviarnos —individual o colectivamente— de nuestro curso, hasta que la tormenta se calma y la mentira de la carencia cede a la plenitud de la bendición de Dios.
Puesto que somos de Dios y Él es nuestro para siempre, eso incluye el presente y lo que venga en el futuro. Nuestro Padre-Madre Dios, que es el bien mismo y, por lo tanto, la fuente de todo el bien, nunca retiene el bien necesario a Sus hijos, y cada individuo —toda la humanidad— es y será para siempre la descendencia infinitamente amada y divinamente provista de Dios.