En realidad, no tenían muchas opciones. Podían saltar de un acantilado y arriesgarse a perder la vida o ser capturados o asesinados por la pandilla que los había acorralado. Sabiendo que no tenían nada que perder, dieron el salto imposible, cayeron en un río y siguieron vivos.
Esta era una escena de la película Butch Cassidy and the Sundance Kid, un relato ficticio de las experiencias de dos notorios forajidos del oeste estadounidense a finales de los 1800. En la película, el salto desesperado de la pareja fue una medida de la determinación que tenían para evitar ser capturados a toda costa, lo que ilustra el tipo de actitud en la que muchas personas piensan cuando escuchan a alguien decir que “no tienen nada que perder”.
Pero hay otra forma de pensar en no tener nada que perder que no tiene nada que ver con la pérdida o el riesgo. Y es un estado de pensamiento que todos querríamos adquirir si entendiéramos sus eternas bendiciones. Se basa en el hecho de que todo lo que necesitamos está siempre disponible para cada uno de nosotros en la abundancia inagotable de Dios.
En la Biblia se nos dice que, durante una sequía, el profeta Elías se encontró con una viuda que estaba tan desamparada que estaba recogiendo leña para hacer un fuego en el que planeaba hornear una última comida para ella y su hijo (véase 1. ° Reyes 17:8-16, LBLA). Parecía que no tenía literalmente nada que perder. Sin embargo, a pesar de sus circunstancias desesperadas, Elías le pidió que le diera un poco de agua y pan. Esto recibió la triste respuesta de la mujer, que dijo: “Vive el Señor tu Dios, que no tengo pan, solo tengo un puñado de harina en la tinaja y un poco de aceite en la vasija”.
Al principio, el pedido de Elías parece insensible. Pero Dios, el Amor, siempre dispuesto a perforar el endurecido caparazón de la necesidad y la autocompasión, nunca capitula ante una creencia de limitación, que se basa en la percepción de que la existencia es material. En este caso, la respuesta de Elías, impulsada por el Amor, fue decirle a la mujer que no tuviera miedo. Él sabía que Dios es la fuente del bien abundante, y la ayudó a confiar en ese hecho espiritual también.
Sin inmutarse por la protesta de la viuda, Elías reiteró su pedido. Todas las pruebas a su alrededor la convencieron de que no le quedaba prácticamente nada por dar. Pero el confiado pedido de Elías y la obediencia de la mujer, a pesar de su renuencia, rompieron la hipnótica creencia de que estaba empobrecida y desesperada. Reveló que, a pesar de la apariencia de escasez, nunca le había faltado el sustento que ella y su hijo necesitaban. Como resultado, pudo experimentar la generosidad siempre presente del Amor.
No es de extrañar que, hasta el final de la sequía, como dice el relato, ella y su familia “comieron por muchos días”; ella estaba experimentando el hecho de que su pobreza anterior no había sido más que una falsa impresión mental, un sueño del cual la claridad espiritual de Elías la había despertado. Elías sabía que la verdadera razón por la que no había tenido nada que perder era que todo lo bueno proviene del pozo infinito y siempre presente del bien de Dios, que está igualmente disponible para ti y para mí.
¿Cuántas veces hemos sido reacios a dar por miedo a tener algo que perder? La única explicación para dicha respuesta es que nunca hemos entendido verdaderamente la naturaleza del Amor divino y la abundancia que es nuestra a través de los dones del Amor. Debemos negar con audacia que podemos carecer de lo que necesitamos, porque aceptar que podríamos estarlo es deshonrar a Dios, quien incesantemente provee para el bienestar de toda Su creación.
“Totalmente separada de este sueño mortal, de esta ilusión y engaño de los sentidos, viene la Ciencia Cristiana a revelar que el hombre es la imagen de Dios, Su idea, coexistente con Él; Dios dándolo todo y el hombre poseyendo todo lo que Dios da” (La Primera Iglesia de Cristo, Científico, y Miscelánea, pág. 5). Estas palabras, escritas por la Descubridora y Fundadora de la Ciencia Cristiana, Mary Baker Eddy, describen una forma totalmente diferente de ver el poseer, dar y recibir.
De acuerdo con esta comprensión de la realidad, no poseemos nada. No hay nada que debemos ganar o perder, porque ni la carencia ni el exceso son posibles cuando el verdadero universo es la manifestación completa y permanente de la totalidad de Dios, el bien. El bien está en todas partes, en todo momento. Somos la prueba de esta totalidad divina, los testigos y la evidencia de la abundancia de Dios. Nunca podremos ser más ricos de lo que somos ahora, ni hemos sido menos que ricos en el pasado. No somos el creador, el mantenedor, el tenedor, el divisor, el dador o el tomador de nada. Somos la expresión de la abundancia infinita de Dios. Es nuestra herencia. Jamás tenemos más o menos mañana de lo que tenemos hoy, porque la provisión de Dios es eterna, inmutable y desbordante.
Una filial de la Iglesia de Cristo, Científico, probó esto incuestionablemente. La iglesia en general estaba financieramente sana, excepto que ya hacía algún tiempo que, en raras ocasiones, las colectas no habían estado al día con los gastos mensuales. El Comité de Finanzas indicó esto a los miembros de manera regular, pero nada cambió.
No obstante, cuando un sanatorio de enfermería de la Ciencia Cristiana local tuvo una considerable necesidad financiera, el deseo del comité de finanzas de apoyar esta actividad esencial anuló cualquier temor a la escasez o cualquier creencia de que la provisión de Dios podía ser restringida. Sintieron que era importante que la filial no solo apoyara al sanatorio, sino que también animara a los Científicos Cristianos a hacer lo mismo.
Confiados en que cada pensamiento y acto fundado en el Amor divino es completo y no puede empobrecer al donante, se propuso a los miembros que su iglesia hiciera un compromiso financiero significativo con el sanatorio de enfermería de la Ciencia Cristiana. También se animó a los Científicos Cristianos a contribuir en lo que pudieran. Con menos debate del que normalmente se produce, incluso con pequeños gastos, esa iglesia aprobó un compromiso muy generoso de varios años, algo que nunca habían hecho antes.
Los Científicos Cristianos locales se sintieron claramente conmovidos por el impulso espiritual detrás de la benevolencia de la iglesia, ya que la efusión de apoyo resultante fue suficiente para satisfacer la necesidad. Otra prueba memorable de la provisión de Dios fue que al final de la serie de donaciones de varios años, la propia tesorería de la iglesia se había repuesto con más de lo que había tenido al principio.
No podemos perder algo que nunca hemos poseído. Esto no significa que no tengamos nada, sino todo lo contrario. Todo lo que tenemos, lo tenemos por reflejo, no por posesión. Todo lo que Dios es, es nuestro para reflejarlo. Y puesto que Dios es infinito, también lo es el bien que obtenemos de Él. Jesús nos asegura: “Vuestro Padre sabe de qué cosas tenéis necesidad, antes que vosotros le pidáis. … Buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas” (Mateo 6:8, 33). Lo único que podemos perder es un sentido o creencia de carencia y pérdida.
¡Qué libertad hay en saber que no tenemos nada que perder porque convivimos con el único creador, que es Todo y lo da todo! Como nos dice el libro de Isaías en la Biblia: “A todos los sedientos: Venid a las aguas; y los que no tienen dinero, venid, comprad y comed. Venid, comprad sin dinero y sin precio, vino y leche” (55:1).
Y a esto podríamos añadir “sin limitación ni pérdida”.