Solo tenía que llegar a él, pero parecía imposible. Toda la ciudad debe haberse apiñado alrededor del muelle, con la esperanza de verlo cuando saliera de la barca. Ni siquiera se suponía que ella debía estar allí, pero tenía que llegar a él, incluso si eso significaba empujar a decenas de personas. ¡Entonces finalmente sería libre!
Ese es el trasfondo de una historia reportada en el Evangelio según Lucas (véase 8:40, 43-48). La mujer había estado sangrando durante 12 años, y utilizado todos sus recursos en busca de curación, pero nada había funcionado. Ahora recurrió a Cristo Jesús, confiando en que este inspirado predicador, que ya había sanado a tantos, también la ayudaría.
Pero él estaba rodeado de gente, todos apiñados y empujándose unos a otros, y la dolencia de ella significaba que a cualquiera que tocara sería considerado impuro, y la acusarían a ella.
A pesar de los obstáculos, la mujer sabía que Cristo Jesús la ayudaría. Con inquebrantable persistencia, se abrió paso entre la multitud hasta que pudo tocarlo; y fue sanada de inmediato. Para explicarlo, Jesús dijo: “Hija, tu fe te ha salvado; ve en paz”. Su fe, su confiada creencia en el poder sanador del Cristo y su disposición para actuar de manera consistente con esa creencia, le habían permitido superar todos los obstáculos y experimentar la curación que necesitaba con desesperación.
Puede que sea sorprendente pensar que alguien hoy podría estar en una situación similar. Después de todo, el maestro cristiano ya no camina por las calles. Más bien, la Ciencia Cristiana, que explica su obra de curación sin precedentes, muestra que el Cristo —el claro mensaje de verdad y amor de Dios que Jesús demostró tan plenamente— está eternamente presente y activo, transformando vidas tanto hoy como en el tiempo de Jesús.
Pero ahora, en lugar de ir físicamente a Cristo Jesús para ser sanados, nos acercamos al Cristo en nuestro pensamiento. Y así, en la actualidad, son las distracciones de la vida moderna las que parecen interponerse entre nosotros y el Cristo sanador. Las presiones sociales también pueden parecer disuasivas. Tal vez hay algo en nuestras vidas que nos hace sentir indignos, no lo suficientemente buenos como para orar.
Sin embargo, todos tenemos la capacidad innata para esforzarnos, para persistir, en acercarnos al Cristo, que nos comunica los hechos espirituales alentadores y sanadores de nuestra verdadera naturaleza como la expresión misma del Amor divino: completamente espiritual, completa y pura.
A principios de este año, andaba en bicicleta por la ciudad a la hora pico, de camino a una reunión en la iglesia. Para evitar algunas construcciones, tomé una ruta que implicaba viajar a velocidades más altas y con un tráfico más pesado de lo habitual. A un kilómetro de la iglesia, doblé una esquina demasiado rápido y aterricé con fuerza en la intersección a poca distancia de mi bicicleta. Incluso antes de tocar el suelo, me volví a Dios, afirmando mentalmente que Él estaba presente y mantenía a todos a salvo.
Hubo una interrupción en el tráfico en ese momento, así que pude tomarme el tiempo para ponerme de pie, recoger mis anteojos y mi bicicleta (incluidas las piezas que se habían caído) y subir a la acera. Los transeúntes me preguntaron si estaba bien y se ofrecieron a llamar a los paramédicos, pero les aseguré que estaba sano y comencé a caminar hacia la iglesia.
Mientras caminaba, varios pensamientos inútiles parecían acumularse e impedirme comprender las ideas sanadoras que necesitaba. Tal vez el accidente fue mi culpa; debería haber tomado mi ruta habitual. Sería difícil empujar la bicicleta hasta la iglesia después de golpear el pavimento con tanta fuerza, y tenía algo necesario para la reunión, por lo que llegar tarde no era una opción. Luego estaba la caminata mucho más larga a casa, seguida de otros tres kilómetros hasta el taller de reparaciones.
No obstante, por más razonables que parecieran estas preocupaciones, no me disuadieron de buscar mentalmente al Cristo. La Descubridora y Fundadora de la Ciencia Cristiana, Mary Baker Eddy, escribe: “Nos acercamos a Dios, o la Vida, en proporción a nuestra espiritualidad, nuestra fidelidad a la Verdad y al Amor; ...” (Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, pág. 95). Me aferré a la verdad de la presencia y protección de Dios, de la Verdad y el Amor divinos. El hombre —todo hombre, mujer y niño tal como Dios nos creó y nos conoce— jamás puede separarse del amor de Dios ni siquiera por un momento, ya sea por preocupación o por un suceso físico.
El resultado fue que llegué a la iglesia con tiempo suficiente y no tuve problemas para caminar tan extensamente como necesité, hasta que mi bicicleta fue reparada. Los hematomas y abrasiones que había sufrido en la caída desaparecieron en cuestión de días.
Al seguir los pasos de esa mujer de hace tanto tiempo, en el relato de Lucas, todos podemos acercarnos al Cristo, sin dejarnos intimidar por los aparentes obstáculos, y experimentar la curación.
