Para gran parte del mundo, el recuento del nacimiento de Jesús es, sin duda, el momento culminante de diciembre. La historia es muy hermosa, humilde y excepcionalmente inspiradora. Sin embargo, a pesar de lo grande que se vuelve la Navidad cada año, lo que Jesús le enseñó al mundo sobre la inmortalidad es muchísimo más trascendental.
En una ocasión, Jesús dio a una gran multitud este conmovedor consejo: “No llaméis padre vuestro a nadie en la tierra; porque uno es vuestro Padre, el que está en los cielos” (Mateo 23:9). El Mostrador del Camino nunca tomó la verdad de Dios a la ligera y tampoco quería que ninguno de nosotros lo hiciera. “No llames a ningún hombre tu padre”. ¡Uau! ¿Qué pasaría si, en la mañana de Navidad, Jesús estuviera sentado contigo junto a tu árbol de Navidad y dijera algo así? ¡Ciertamente cambiaría la dirección de la conversación!
Es obvio que se está refiriendo a nuestra existencia en y de Dios, nuestro Padre celestial. Para Jesús, la permanente existencia en Dios no solo lo definía a él mismo, sino a todos. Dios, quien la Biblia revela es Espíritu y Amor, no incluye materia alguna. Para existir como creación del Espíritu, nuestra identidad individual debe reflejar el ser y la naturaleza de Dios.
¿Cuál es el resultado? Cada uno de nosotros vive actualmente en el universo espiritual de Dios que todo lo abarca; cada uno de nosotros prospera por ser hijos de Dios sin nacimiento y sin muerte, teniendo una identidad que, de hecho, carece de todo aspecto de la vida terrenal.
Es obra de Dios que existamos como Sus ideas —como ideas en la Mente divina— en lugar de como mortales. Las ideas son atemporales y carecen de nacimiento, de un comienzo. Como ideas de Dios, no tenemos moléculas, materialidad ni mortalidad. En cambio, en términos prácticos, existimos para siempre como reflejos espirituales de la belleza, la maravilla y la majestad de Dios.
Identificarnos como algo menor es no comprender quiénes somos realmente. Al definir al hombre de Dios, incluida su ascendencia, la Fundadora de la Ciencia Cristiana, Mary Baker Eddy, escribe: “El Espíritu es su fuente primitiva y última del ser; Dios es su Padre, y la Vida es la ley de su ser” (Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, pág. 63).
A medida que avanzamos hacia el nuevo año, podemos hacer que sea una prioridad clara y específica pensar y orar profundamente sobre cómo existimos como descendientes de Dios sin nacimiento. Podemos permitir que la creación perfecta de Dios sea el fundamento de nuestra perspectiva general. Lo que Dios ha hecho es lo que amamos. Al honrar a Dios de esta manera, notaremos el poder y la confianza que sentimos.
Esos maravillosos sentimientos de poder y confianza son el resultado del Cristo. El Cristo es el mensaje amoroso de Dios que nos dice lo que es verdad acerca de nosotros mismos y de toda la creación de Dios. A fin de sanar y ayudar a las personas a comprender la verdadera creación, Jesús dependió de y encarnó la comunicación de Dios de la Verdad divina tan completamente, que el título de Cristo se adhirió a su nombre, y fue llamado Cristo Jesús. El Cristo está operando siempre y en toda época. Es significativo que a esta época del año se le llame en inglés Christmas, derivado de “Christ” (Cristo), mientras que en español se la llama Navidad, derivado de la palabra “nacimiento”.
Mucho más que simples conceptos agradables, me resultaron muy útiles estos hechos sobre la existencia inmortal y sin nacimiento cuando oraba con mi familia después de que falleció mi esposa. Mientras escuchábamos en oración, Dios nos transmitió con mucho amor algo muy sorprendente. ¡Nos dijo que dejáramos de haber nacido! En otras palabras, de ahora en adelante debemos dejar de identificarnos con el nacimiento material.
Me di cuenta de que este autoritario mensaje no era solo para mí y mi familia, sino que se aplicaba a todos, en todas partes. El Espíritu dijo: “Deja de identificarte con la concepción y la identidad materiales. ¡Yo soy Dios, el único creador, y jamás establezco las cosas de esa manera!”. Hacer esto cambió toda nuestra perspectiva, brindándonos consuelo y revelando una nueva percepción de la Vida.
Nos dimos cuenta de que, si bien gran parte del mundo cree que la creación es el resultado de procesos fisiológicos dirigidos genéticamente, la verdadera creación es en realidad el fruto de Dios, el Espíritu divino y el Amor infinito. La creación de Dios, al ser ilimitada y libre de materia, es inmortal y está totalmente exenta de todos los aspectos del nacimiento biológico. La natividad de Jesús refutó esas leyes fisiológicas. Nacer de una virgen dio la evidencia indiscutible del origen espiritual del hombre.
La mayoría de las veces, la gente considera que la palabra inmortal significa que no muere. Y eso, sin duda, es exacto. No obstante, igualmente importante es el hecho de que inmortal también significa sin nacimiento. La Sra. Eddy descubrió que esto era cierto y escribió: “La Ciencia divina aleja las nubes del error con la luz de la Verdad, y levanta el telón sobre el hombre que nunca ha nacido y nunca muere, sino que coexiste con su creador” (Ciencia y Salud, pág. 557). Y a su familia le dijo una vez: “El hombre nunca comenzó a existir. Tú y tú y tú y yo somos uno para siempre. No hay más que un Principio, y a medida que aprendemos a conocer [sus] ideas, llegamos a comprender el universo. No hay edad, no hay juventud. El hombre es tan viejo como Dios. Comprende esto y nunca envejeceremos” (We Knew Mary Baker Eddy, Expanded Edition, Vol. 2, p. 536).
Qué regalo de Navidad más práctico son estos pensamientos para reconocer la naturaleza eterna de las creaciones de Dios y liberarnos de la mentira del envejecimiento en la vida cotidiana.
Mark Swinney
Escritor de Editorial Invitado
