Cuando San Pablo habla de seguir a Cristo, nos advierte que no será un camino de rosas. Sin embargo, podemos esperar la ayuda divina.
Escribe: “Aunque andamos en la carne, no militamos según la carne; porque las armas de nuestra milicia no son carnales, sino poderosas en Dios para la destrucción de fortalezas, derribando argumentos y toda altivez que se levanta contra el conocimiento de Dios, y llevando cautivo todo pensamiento a la obediencia a Cristo” (2 Corintios 10:3-5).
Este pasaje deja en claro que la obediencia a Cristo comienza por cómo pensamos. Así como limpiamos nuestras ventanas para asegurar una vista sin obstáculos, necesitamos purificar nuestra perspectiva con la comprensión del origen espiritual del hombre como el linaje, la imagen y semejanza de Dios. Dios, el único creador, es el bien infinito, por lo que el hombre refleja solo Su bondad.
La comunicación espiritual se mueve en una sola dirección: desde Dios, la Mente divina, hasta Sus ideas: cada uno de nosotros. Poner cada pensamiento de acuerdo con el Cristo —con la verdadera idea de Dios— exige escuchar con diligencia. Esta escucha es una forma poderosa de oración que sana y cambia vidas.
Traté de escuchar ininterrumpidamente para oír la Palabra de Dios durante tan solo cinco minutos, sin permitir que distracción alguna entrara en mi pensamiento. ¡Fallé! Tuve que hacer numerosos intentos hasta que logré impedir que mi mente divagara hacia diferentes “argumentos”. Entonces recordé las palabras de Jesús en el huerto de Getsemaní cuando sus discípulos se durmieron: “¿Así que no habéis podido velar conmigo una hora?” (Mateo 26:40).
¡Una hora! Eso parecía imposible. Pero seguí intentándolo hasta que logré hacerlo durante diez minutos, luego quince. Todavía estoy tratando de lograrlo en una hora.
Como indica Pablo, mantenerse centrado en Dios, la Verdad, requiere una fuerte defensa contra las distracciones. Necesitamos rechazar cualquier cosa que estemos viendo o que llegue a nuestro pensamiento y sea contraria a lo que Dios ha creado, y reemplazarla con la visión clara de lo que Dios sabe acerca de Su reino, incluyéndonos a cada uno de nosotros. Para hacer eso, debemos comprender que todo lo que Dios hizo refleja Su perfección.
La Biblia nos dice: “Y vio Dios todo lo que había hecho, y he aquí que era bueno en gran manera” (Génesis 1:31). Debido a que el mal —la falta de armonía de cualquier tipo— no forma parte de la creación de Dios, no tiene realidad. Es, en verdad, una percepción errónea de la “mente mortal”, el falso sentido de una mente separada de Dios. Incluso cuando parece que otra persona o alguna fuerza externa es la fuente de los problemas, lo que realmente estamos viendo es un concepto falso que somos tentados a mantener en nuestro propio pensamiento y aceptar como real.
Mary Baker Eddy escribe en el libro de texto de la Ciencia Cristiana, Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras: “La mente mortal produce sus propios fenómenos y luego los atribuye a otra cosa —como un gatito que se mira en el espejo y piensa que ve otro gatito—” (pág. 220).
Entonces, lo que pensamos que es un evento aterrador o una personalidad perturbadora es, en realidad, la tentación de creer en una mentalidad separada de la Mente única e infinita, Dios. Reemplazar esta percepción errónea con lo que sabemos que es cierto de la creación de Dios da como resultado la curación. Ciencia y Salud nos dice que así es como Cristo Jesús pudo sanar. “Jesús veía en la Ciencia al hombre perfecto, que aparecía a él donde el hombre mortal y pecador aparece a los mortales. En este hombre perfecto el Salvador veía la semejanza misma de Dios, y esta manera correcta de ver al hombre sanaba a los enfermos” (págs. 476-477).
Noté que la frase no dice “esta manera corregida”. Nuestras oraciones deben comenzar con el hombre perfecto de Dios; por lo tanto, trabajamos desde la perfección presente e inalterada, en lugar de comenzar con una distracción o problema e intentar trabajar hasta lograr la perfección.
Como descubrí, llevar el pensamiento “a la obediencia a Cristo” es un trabajo duro al principio, pero se vuelve más fácil con la práctica. Con el tiempo, se convierte en una segunda naturaleza. Recientemente, recibí una lección sobre cómo mantener una visión espiritual de mí mismo y de los que me rodean. En un vuelo de nueve horas a Italia, se informó a los pasajeros que el sistema de audio y video no funcionaba, lo que significaba que no había películas a bordo. Eso significaba muchas horas sin algo que ayudara a pasar el tiempo.
Para aumentar mi frustración, a mi lado estaba sentada una mujer con una tos fuerte y persistente. Luego, un hombre ciego caminó repetidamente de un lado a otro del pasillo, golpeándome la parte posterior de la cabeza con su bastón cada vez que pasaba. Me sentí atrapado por una situación sobre la que no tenía control.
Era tentador estar molesto por todo lo que salía mal en un viaje tan largo. Pero al pensar de nuevo acerca de velar una hora, comencé a orar para corregir mi pensamiento sobre lo que estaba sucediendo a mi alrededor. Necesitaba cambiar mi punto de vista, desde el de las desgracias humanas a una visión más elevada de mí mismo y de mis compañeros de viaje como el hombre de Dios, el reflejo de Su bondad.
La próxima vez que el pasajero ciego pasó por mi asiento, puse mi mano en su espalda para guiarlo suavemente en la dirección correcta. Otros pasajeros comenzaron a hacer lo mismo. Luego me enfoqué en ayudar a las personas que, antes de mi partida en este viaje, me habían pedido que les diera un tratamiento metafísico en la Ciencia Cristiana. Durante el resto del vuelo, interrumpido solo ocasionalmente por momentos de sueño, me encontré capaz de “orar sin cesar”, como aconseja Pablo en 1 Tesalonicenses 5:17.
¡Qué noche tan hermosa! La pasajera a mi lado dejó de toser y se durmió. El ciego dejó de golpearme la cabeza durante su caminata por el pasillo. Para cuando me sirvieron el desayuno, me sentía renovado y agradecido por el tiempo de oración. Recordé esta declaración en Ciencia y Salud: “Estar conscientes de la Verdad nos descansa más que horas de reposo en la inconsciencia” (pág. 218).
Evidentemente, era mi pensamiento el que necesitaba cambiar en ese vuelo, y hacerlo tuvo como resultado bendiciones no solo para mí, sino también para otros. Cada situación difícil es una oportunidad para espiritualizar nuestra visión. Y tenemos la promesa de la Sra. Eddy en un discurso a los primeros estudiantes de la Ciencia Cristiana: “Tened buen ánimo; la lucha con uno mismo es grandiosa; nos da bastante empleo, y el Principio divino obra con nosotros —y la obediencia corona el esfuerzo persistente con la victoria eterna” (Escritos Misceláneos 1883-1896, pág. 118).
