"Tú lo conoces mejor. Deberías hacer que tu objetivo sea cambiar las cosas y conseguir que colabore".
Mi jefe se refería a uno de los clientes más difíciles con los que había trabajado y me pedía que lo convenciera. Yo estaba estresada. A fin de entregar nuestro proyecto de la manera más eficiente posible, necesitábamos la participación y el apoyo de este cliente. Con más de un año de trabajo por delante, realmente deseaba tener una relación de trabajo productiva y amistosa con esta persona y convencerlo de que queríamos ayudarlos a él y a su equipo a tener éxito.
Pero durante los primeros meses de nuestro compromiso comercial, este cliente había hablado con dureza, había enviado correos electrónicos agresivos y no había hecho ningún esfuerzo por colaborar. Me sentía ansiosa antes de cada interacción con él, porque nunca sabía cómo reaccionaría, a pesar de mis mejores esfuerzos por ser amigable y comunicarme con claridad.
Después de esta conversación con mi jefe, me di cuenta de que necesitaba orar por la situación.
Muchas personas están orando por los conflictos tanto en el país como en el extranjero en un esfuerzo por encontrar consuelo y soluciones. A veces es fácil sentirse abrumado; ver solo problemas profundamente arraigados, opiniones inamovibles y ningún camino claro hacia adelante. Pero a través de mi estudio de la Ciencia Cristiana, así como por experiencia, he aprendido que con la guía de Dios podemos superar incluso desafíos aparentemente imposibles y ver el camino a seguir. Sin embargo, tenemos que estar dispuestos a abandonar la visión limitada que presentan los sentidos materiales y reconocer la realidad espiritual: que Dios es el único poder y presencia y gobierna cada aspecto de nuestras vidas de manera armoniosa.
Oré para lograr esto y para entender mejor mi papel en el proyecto. Vi que mi verdadero propósito era expresar el amor todopoderoso de Dios y ser testigo de cómo se expresaba a mi alrededor. Dios es Amor, y Dios es el único poder, así que razoné que el Amor divino era la única influencia real en mí, mis colegas y mis clientes.
Continué tomando las medidas necesarias en el trabajo para facilitar el proyecto, incluido el trabajo duro para obtener resultados valiosos, comunicarme lo más claramente posible y entrenar a mi equipo para que expresara paciencia y empatía hacia nuestro cliente. Pero lo más importante fue que, antes de cada interacción con mi cliente y su equipo, oré para identificar a cada uno de nosotros como totalmente espiritual, como el linaje de Dios, del Espíritu, como expresión individual del Amor divino. En medio de reuniones tensas, de las cuales hubo muchas, me aferré a la verdad de que mi cliente, mi equipo y yo incluíamos todas las cualidades de Dios; tales como aplomo, consideración, inteligencia, tenacidad y bondad. Me negué a aceptar que alguien pudiera ser agresivo, inflexiblemente obstinado o poco afectuoso, porque esa no era su verdadera naturaleza espiritual.
Cristo Jesús demostró a sus seguidores que mantener firmemente en el pensamiento la bondad y la pureza, que son innatas a la individualidad espiritual de todos los hijos de Dios, sana a los enfermos y restaura la armonía. Y algunos consejos bíblicos del apóstol Pablo a una iglesia cristiana primitiva captan este enfoque de mantener el pensamiento en la realidad espiritual: "Por lo demás, hermanos, todo lo que es verdadero, todo lo honesto, todo lo justo, todo lo puro, todo lo amable, todo lo que es de buen nombre; si hay virtud alguna, si algo digno de alabanza, en esto pensad" (Filipenses 4:8, 9).
A medida que oraba de esta manera, mi percepción tanto de este cliente en particular como de los demás realmente comenzó a cambiar. Las buenas cualidades que ellos incluían se hicieron más evidentes; las discusiones tensas se disiparon y fueron reemplazadas por conversaciones colaborativas; e incluso nos encontramos riendo y divirtiéndonos juntos mientras trabajábamos lado a lado durante más de un año.
Hacia el final del proyecto, este cliente me envió un correo electrónico agradeciéndome porque era un placer trabajar conmigo y reconociendo los maravillosos resultados que nuestros dos equipos habían logrado juntos. Me regocijé, sabiendo que esto era evidencia del Amor divino en acción.
Varios meses después, vi una prueba más del poder del amor cuando tuve un nuevo puesto en el trabajo en el que era responsable de asesorar a un grupo de personas y entrenarlas en su desarrollo profesional. Durante mi primer mes en esta nueva labor, una mujer de este grupo obtuvo un rendimiento inferior, y tuve que organizar una charla entre su gerente directo y uno de sus otros asesores. El desafío era que los tres miembros de este triángulo tenían personalidades fuertes y estilos de comunicación incompatibles. Esta mujer tenía una personalidad tranquila y amigable, mientras que su consejero era autoritario y se comunicaba enérgicamente. El gerente de la mujer era mucho más reservado y a menudo, cortante. Era fácil creer que el conflicto sería inevitable en estas conversaciones.
En medio de un intercambio particularmente acalorado entre el gerente y el asesor, parecía que no llegábamos a ninguna parte. Las tensiones y el volumen iban en aumento. Mientras oraba en silencio y le pedía a Dios que me ayudara a ver la verdadera naturaleza de estas personas, la bondad y el amor que eran parte de la verdadera identidad que Dios le había dado a cada uno se volvieron muy claros en mi pensamiento. Ambos querían el mismo resultado: que esta mujer se sintiera apoyada y tuviera éxito.
Le pedí a Dios que me mostrara cómo proceder: cuándo intervenir, qué decir, qué preguntas hacer. Mientras escuchaba la discusión, ocasionalmente respondía a un comentario o hacía una pregunta que sentía que cambiaría la conversación en una dirección productiva, pero sobre todo afirmaba continuamente la realidad espiritual de que el Amor divino era el único poder en operación.
Después, fui guiada a tener conversaciones de seguimiento individuales con el gerente y el asesor. Les expliqué la perspectiva de la otra persona y les señalé que realmente tenían el mismo objetivo. Poco después, las tres personas —esta mujer, su gerente y su asesor— me enviaron un mensaje por separado para agradecerme mi ayuda y decirme que ya se sentían mejor con la situación. Sabía que cada persona involucrada había sentido el amor de Dios, y que Su paz brillaba en sus corazones.
En un par de semanas, esta mujer comenzó a trabajar en un nuevo equipo con un gerente con el que prosperó. Su desempeño cambió por completo, recuperó su confianza y progresó enormemente. Durante los meses siguientes, colaboré estrechamente con su nuevo gerente y su asesor, quienes estaban muy felices de que la mujer triunfara.
En relación con conflictos más amplios en las naciones y en el mundo, estos ejemplos pueden parecer modestos, pero, para mí, fueron pruebas tangibles de que volverse a Dios es, de hecho, una forma eficaz de resolver conflictos. La oración inevitablemente eleva el pensamiento por encima de la contienda a la comprensión espiritual del Amor divino como el único poder, y la armonía como la ley de Dios; un poderoso remedio para cualquier conflicto.