“Lo más importante que cualquier Científico Cristiano puede hacer en este momento”, dijo un amigo, “es dejar de vivir en silos”.
Mi amigo estaba usando la palabra silos en su aplicación comercial a las divisiones organizacionales que operan de manera independiente y evitan compartir información e incluso los métodos. Se refería a cómo a veces aislamos diferentes partes de nuestras vidas.
“Hay un yo en el trabajo, un yo en casa y un yo en la iglesia”, dijo. Así es, pensé. Por ejemplo, está la persona llena de inspiración que se aferra a alguna epifanía sobre el amor de Dios el domingo por la mañana, y luego esa misma persona reacciona cuando otro conductor le corta el paso en la autopista. Esos dos estados de pensamiento puede que parezcan existir y operar independientemente dentro de un solo individuo.
Una cosa es sentir el poder del Espíritu, Dios, cuando tu voz se eleva al cantar un himno con una congregación en la iglesia, y otra muy distinta al recordar la supremacía de Dios —de la Verdad y el Amor— cuando hay fricciones en el trabajo o desacuerdos en casa, cuando tus planes bien trazados no funcionan, o cuando miras las noticias o tienes que actuar en alguna situación social.
Cualquiera que haya intentado seguir seriamente las enseñanzas de Cristo Jesús es consciente de los desafíos que surgen tan pronto como decide pensar y vivir de una manera verdaderamente cristiana. En las experiencias y entornos cotidianos, puede parecer muy normal racionalizar los pensamientos y comportamientos que en realidad contradicen todo lo que hemos aprendido de Jesús acerca de la vida.
En The Screwtape Letters, el escritor cristiano C. S. Lewis presenta una correspondencia imaginaria de un diablo mayor a uno joven que se inicia en distraer a los humanos de la realidad de Dios. A los pocos capítulos de la novela, te das cuenta de que en un momento u otro has considerado casi todas las sugestiones diabólicas descritas sin haberlo pensado mucho. El libro es una especie de llamado de atención para pensar y vivir en cada circunstancia de manera que se alinee con tus valores y deseos verdaderos.
Mi amigo anhelaba vivir la vida como un todo sin fisuras; llevar a cada situación el reconocimiento del hecho fundamental y dominante de la presencia de Dios, el Amor, y ser testigo del Cristo, la Verdad, eliminando la enfermedad y el pecado.
La Descubridora y Fundadora de la Ciencia Cristiana, Mary Baker Eddy, reconoció que se necesita un esfuerzo diario para vivir consistentemente de acuerdo con la revelación de que Dios, el bien, siempre está con nosotros y es el único poder y autoridad en nuestra experiencia. En el Estatuto del Manual de la Iglesia titulado “Una regla para móviles y actos”, ella escribe: “Los miembros de esta Iglesia deben velar y orar diariamente para ser liberados de todo mal, de profetizar, juzgar, condenar, aconsejar, influir o ser influidos erróneamente” (pág. 40). En esa lista de seis acciones que debemos evitar, encontramos el método para negarnos a ser engañados por cualquier versión de la vida que diverja de lo que Jesús sabía y enseñó.
Profetizar erróneamente es esperar o predecir que el bien divino no estará presente o completo en alguna situación inminente. Juzgar erróneamente sería concluir que el bien divino está actualmente ausente o es impotente. Condenar a cualquier persona, lugar o cosa sería creer que hay una zona libre de Dios donde el Amor no lo gobierna todo. Influir o ser influido basado en la falacia de que Dios no puede o no quiere satisfacer todas nuestras necesidades es una especie de blasfemia, que niega tanto el registro bíblico del definitivo poder del Espíritu como lo que está escrito en nuestros corazones: nuestro reconocimiento inherente del predominio del Amor.
Todos los días, también, necesitamos mantener el esfuerzo por concretar el deseo articulado en el Padre Nuestro de ser liberados de todo lo que es desemejante a Dios, desemejante a la Vida, la Verdad y el Amor divinos. Al dar el sentido espiritual de la petición: “Y no nos metas en tentación, mas líbranos del mal”, Eddy escribe: “Y Dios no nos mete en tentación, sino que nos libra del pecado, la enfermedad y la muerte” (Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, pág. 17).
Esta oración es más que una petición para que un poder lejano nos proteja de los males humanos. Como todas las enseñanzas de Jesús, requiere que comencemos con la realidad de un Dios que es el Amor absoluto y siempre presente. El hecho de que Dios no conozca ni incluya mal de ningún tipo nos exige vivir en consecuencia. Eso significa rechazar, todo el tiempo, cualquier sugestión o apariencia de un poder que no sea el Amor.
Una de las razones por las que es tan insatisfactorio vivir en silos es que nos sentimos más completos, más nosotros mismos, siempre que vislumbramos siquiera un atisbo de la Mente de Cristo, el sentido espiritual de la vida, que no puede ser “encerrado en un silo”. Como dice Eddy en el libro de texto de la Ciencia Cristiana: “Este sentido científico del ser que abandona la materia por el Espíritu, de ningún modo sugiere la absorción del hombre en la Deidad y la pérdida de su identidad, sino que confiere al hombre una individualidad más amplia, una esfera de pensamiento y acción más extensa, un amor más expansivo, una paz más elevada y más permanente” (Ciencia y Salud, pág. 265).
Encontramos que esto es cierto cada vez que nos enfrentamos a la carencia, la discordia o la injusticia; tal como lo hizo Jesús cuando se le acercaron diez leprosos, se encontró con el cortejo fúnebre del hijo de una viuda o enfrentó los alaridos y las lesiones autoinfligidas de un hombre mentalmente enfermo. Su “sentido científico del ser” condujo a la curación de los leprosos, la resurrección del hijo de la viuda y la restauración del hombre a una mente sana (véanse Lucas 17:11-19; 7:11-15; Marcos 5:1-15).
Poco después de que mi amigo me inspirara con su comentario sobre los silos, me encontraba en un aeropuerto, donde había estado esperando durante horas un vuelo de regreso a casa. Todos los vuelos estaban cancelados debido a las tormentas eléctricas, y el área de la puerta de embarque estaba llena de personas frustradas y agentes estresados. Parecía que tardaría dos días en llegar a casa, y me sentí tentada a unirme al mal genio colectivo.
Entonces me di cuenta de que podía practicar esa “cosa más importante”. Me resistí a mi propia frustración, animando a un compañero de viaje y ayudando a otro a encontrar comida en el aeropuerto que se vaciaba rápidamente. No sabía lo que haría por mí misma, pero sabía que podía confiar en la provisión de Dios.
Se me ocurrió la idea de intentar conducir hasta el aeropuerto del estado vecino donde habría estado mi conexión. Cuando llegué a la zona de alquiler de coches, les quedaba uno solo. Conduje ocho horas a través de tormentas eléctricas y llegué a mi ciudad de conexión a las 3 de la madrugada sintiéndome extrañamente llena de alegría.
Dormí solo dos horas, pero me desperté renovada y llegué a casa a tiempo para un evento al que había prometido asistir. No hubo agotamiento; solo una sensación de que el Amor divino me había guiado y provisto de lo necesario. Sentí como si hubiera ido a la iglesia.
Jesús vivió esa vida sin interrupciones “sin silos” y les dijo a sus seguidores que podían hacer lo que él hizo. Podemos ver a todas las personas con las que nos encontramos como hijos amados y cuidados de Dios, y cada desafío es una oportunidad para presenciar la sabiduría siempre presente de la Mente divina, la supremacía del Espíritu divino y la bondad del Alma divina.
Como Eddy dijo en una convención de Científicos Cristianos en 1888, al animarlos a emprender este trabajo: “Este propósito es inmenso, y tiene que empezar con el progreso individual, una ‘consumación fervientemente deseable’” (Escritos Misceláneos 1883-1896, pág. 98).