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Tu influencia para bien

De El Heraldo de la Ciencia Cristiana. Publicado en línea - 23 de junio de 2025


En un momento u otro, mientras crecíamos, es posible que se nos haya dicho que debíamos ser una buena influencia. Esto podría haber significado ser un modelo de buen comportamiento o incluso guiar amablemente a alguien en la dirección correcta.

Generalmente se piensa que esta capacidad de producir ciertos efectos en la conducta de los demás depende de nuestra propia voluntad o poder personal. Y si bien eso es lo que parece estar detrás del trabajo de muchas personas influyentes en las redes sociales de hoy, según la Ciencia Cristiana, no es una influencia verdadera. De hecho, Mary Baker Eddy, la Descubridora de la Ciencia Cristiana, sacó a relucir el sentido más profundo del término cuando escribió acerca de “una influencia divina siempre presente en la consciencia humana” (Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, pág. xi).  

La Sra. Eddy estaba describiendo al Cristo —la verdadera idea de Dios que Jesús encarnaba— y su poder sanador y salvador, que aún hoy en día transforma los corazones. En la medida en que permitimos que el Cristo, la Verdad, sea lo más importante en nuestros pensamientos, nos convertimos en una influencia para el bien. No al dominar o manipular personalmente a los demás, sino al colaborar benignamente con la atmósfera mental de manera de elevarla y espiritualizarla.

La naturaleza mental y espiritual de esta actividad es clave, porque el descubrimiento de la Ciencia Cristiana saca a la luz el hecho de que “el Espíritu y sus formaciones son las únicas realidades del ser” (Ciencia y Salud, pág. 264). Este es nuestro universo: espiritual, no material, un universo de pensamientos más que de cosas. Y esto explica por qué la Sra. Eddy enfatizó que “un pensamiento científico y correcto” (Rudimentos de la Ciencia Divina, pág. 9) es un verdadero poder sanador. Los ajustes que buscamos en nuestras propias vidas y en el mundo comienzan con ese pensamiento basado en el Espíritu y se hacen realidad a medida que la influencia del Cristo supera el temor, la oscuridad o la materialidad que nos haría sentir desesperados o indefensos.

Pero ¿qué decir de nuestra vida cotidiana, al lidiar con las tareas rutinarias, el hogar, la familia, el trabajo, las necesidades de la comunidad? Estos son los momentos en los que es posible que no estemos conscientes de ejercer ninguna influencia en absoluto y, no obstante, estos momentos no son neutrales. Siempre estamos contribuyendo a la atmósfera mental para bien o para mal.

Por ejemplo, ¿cómo vemos a aquellos que nos incomodan o respondemos a alguien que actúa sin pensar o creyéndose mejor que los demás? En estas situaciones, podemos permitir que la influencia divina nos ayude a inclinarnos a favor del bien, de la tolerancia, y de afirmar la verdadera naturaleza de nuestro prójimo como imagen y semejanza amadas de Dios. Si no lo hacemos, añadimos al otro lado de la balanza, y contribuimos a una visión de los demás como egocéntricos, ignorantes o tontos y, ciertamente, diferentes al Hacedor de todo, el Amor divino.

Como nos recuerda cada semana el lema de esta revista, Jesús indicó la necesidad de estar conscientes de dónde descansan nuestros pensamientos cuando dijo: “Lo que a vosotros digo, a todos lo digo: Velad” (Marcos 13:37). Si bien “velar” puede incluir una alerta al peligro, la necesidad cada vez mayor es estar fielmente despiertos al bien;  estar tan conscientes de la realidad divina que percibamos la irrealidad, la nada, de cualquier cosa desemejante a Dios, la Mente única y Su imagen, y reconozcamos a cada uno de nosotros como la idea de la Mente.

La Sra. Eddy veía este tipo de limpieza mental como una actividad diaria; no solo  para beneficio de los Científicos Cristianos, sino de toda la familia humana. En “Una regla para móviles y actos” escribió: “Los miembros de esta Iglesia deben velar y orar diariamente para ser liberados de todo mal, de profetizar, juzgar, condenar, aconsejar, influir o ser influidos erróneamente” (Manual de La Iglesia Madre, pág. 40). ¿Podría esto ser más relevante hoy en día con la implacable atracción hacia el miedo, la división y la fatalidad que impregna el entorno mental? Tenemos la responsabilidad y el poder de no contribuir a esta espiral descendente, sino a ser liberados de ella, y ayudar a liberar a otros. Esto requiere algo más que estar alerta; implica una oración activa que está abierta al Cristo en la consciencia y permite que el poder de Dios, el Amor divino, sea lo más importante y así guíe nuestro pensamiento correctamente.

Podemos hacer esto sin importar la intensidad de la atmósfera que enfrentemos. En una ocasión, vi cómo una oradora enfrentaba una ola de racismo y críticas por parte del grupo mismo que la había contratado para dar una charla pública, y disipaba por completo esa nube de odio mediante la oración y el amor. No se enfrentó a la oposición con tácticas humanas para ganarse a la gente. Tampoco estaba a la defensiva, ofendida o temerosa. En cambio, ella optó por poner todo su peso del lado del Amor divino, y el efecto de este amor puro y este conocimiento de la verdad espiritual fue lo que cambió por completo la atmósfera y la volvió sanadora para todos.

Ciencia y Salud explica: “Tu influencia a favor del bien depende del peso que eches en el platillo correcto de la balanza. El bien que haces e incorporas te da el único poder obtenible” (pág. 192). Esta es una exigencia de cada hora, incluso de momento a momento, para cada uno de nosotros; nadie está exento. Y es por medio de nuestras oraciones, y nuestro amor y comprensión de Dios, que podemos contribuir a un mundo en el que otros sientan no simplemente un impacto personal, a favor o en contra, sino el toque sanador del Cristo: la verdadera influencia para el bien que siempre está a mano. 

Ethel A. Baker, Redactora en Jefe

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