En un momento u otro, mientras crecíamos, es posible que se nos haya dicho que debíamos ser una buena influencia. Esto podría haber significado ser un modelo de buen comportamiento o incluso guiar amablemente a alguien en la dirección correcta.
Generalmente se piensa que esta capacidad de producir ciertos efectos en la conducta de los demás depende de nuestra propia voluntad o poder personal. Y si bien eso es lo que parece estar detrás del trabajo de muchas personas influyentes en las redes sociales de hoy, según la Ciencia Cristiana, no es una influencia verdadera. De hecho, Mary Baker Eddy, la Descubridora de la Ciencia Cristiana, sacó a relucir el sentido más profundo del término cuando escribió acerca de “una influencia divina siempre presente en la consciencia humana” (Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, pág. xi).
La Sra. Eddy estaba describiendo al Cristo —la verdadera idea de Dios que Jesús encarnaba— y su poder sanador y salvador, que aún hoy en día transforma los corazones. En la medida en que permitimos que el Cristo, la Verdad, sea lo más importante en nuestros pensamientos, nos convertimos en una influencia para el bien. No al dominar o manipular personalmente a los demás, sino al colaborar benignamente con la atmósfera mental de manera de elevarla y espiritualizarla.