En mi vecindario, la señal de caminar para peatones tiene un audio que ordena: “¡Espera!” para decirles que aún no es hora de cruzar la calle. A mis amigos y a mí nos gusta agregar en broma “solo en Dios”, mientras nos quedamos allí esperando nuestro turno para cruzar. Recientemente, agradecí este recordatorio porque había muchas cosas que estaba esperando: resultados de los exámenes, un cambio de trabajo, una solicitud de vivienda, planes de vacaciones, relaciones a establecer, etc.
Al reconocer que necesitaba buscar un sentido más elevado e inspirado de lo que significa esperar, recurrí a la Biblia. Allí leí la historia del hombre en el estanque de Bethesda que había estado esperando casi cuarenta años para ser sanado de una enfermedad (véase Juan 5:2-9). Se creía que el movimiento del agua tenía propiedades curativas, y él esperaba ser el primero en entrar al agua cuando se moviera. Mientras los que estaban en el estanque esperaban este movimiento con la esperanza de ser sanados, Jesús sanó al enfermo instantáneamente, a través del movimiento que Dios efectuó en el pensamiento de este. Al decirle al hombre que se levantara de inmediato y caminara, Jesús mostró que Dios, el bien, no reparte Sus bendiciones a unas pocas personas en raras ocasiones, sino que está presente ahora mismo, siempre bendiciendo a todos Sus hijos amados por igual. Este cambio de perspectiva sanó al hombre, quien inmediatamente se levantó y caminó.
Casi dos mil años después, la Descubridora y Fundadora de la Ciencia Cristiana, Mary Baker Eddy, describió el tipo de espera que es constructiva. Instruyó a los que seguían las enseñanzas de Jesús a “esperar pacientemente a que el Amor divino se mueva sobre la faz de las aguas de la mente mortal, y forme el concepto perfecto” (Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, pág. 454).
La Sra. Eddy también le describió a una de las primeras estudiantes de la Ciencia Cristiana, Daisette McKenzie, una ocasión en la que calladamente esperó orando en busca de orientación sobre cómo llevar a cabo los sermones en La Iglesia Madre y las filiales de La Iglesia de Cristo, Científico. Daisette recuerda que ella dijo: “Me aparté de todo otro trabajo, y en soledad y oración casi incesante, busqué y encontré la voluntad de Dios. Al término de tres semanas, recibí la respuesta, y me vino tan naturalmente como nace la luz de la mañana: ‘Por supuesto, la Biblia y Ciencia y Salud’”(We Knew Mary Baker Eddy, Expanded Edition, Vol. 1, p. 252). Estos dos libros se convirtieron en la fuente de los sermones semanales de las lecciones bíblicas publicados en el Cuaderno Trimestral de la Ciencia Cristiana, los cuales se leen en voz alta durante los servicios dominicales en todas las iglesias de la Ciencia Cristiana.
Este ejemplo muestra que la espera inspirada no es ociosidad o vacío, sino una oración alerta y atenta para escuchar a Dios. Implica quietud y expectativa de bien.
Este sentido espiritual de la espera abre nuestras puertas mentales a los pensamientos de Dios que traen curación. Por ejemplo, un sábado por la mañana tomé el tren para ir a un sendero a andar en bicicleta. Después de mi paseo, regresé a la parada del tren y me enteré de que el mío no estaba funcionando y que tendría que esperar un autobús. ¡Eso me pareció bien porque sabía de qué se trataba realmente esperar! Se trataba de aguardar y ver el desarrollo continuo de la bondad y el cuidado de Dios. Entonces, en lugar de refunfuñar, permanecí silenciosamente alerta, expectante ante lo que Dios estaba revelando.
Una mujer que estaba allí y yo entablamos una conversación sobre el amor incondicional. Esto llevó a una charla sobre la vida eterna —sin principio ni fin— y sobre el hecho de que, en realidad, nuestras vidas no son materiales o biológicas, sino puramente espirituales. Fue una conversación encantadora y agradecí por ello.
Durante este tiempo, había un joven extremadamente ebrio en la misma plataforma con un paquete de drogas vacío y una botella de alcohol. Estaba descontrolado y era ruidoso e impredecible; sinceramente, me daba miedo. Así que abordé ese miedo orando. Oré para entender claramente que, como creación de Dios, no había un solo elemento de esta persona que yo no pudiera amar. No excusaba el comportamiento del hombre, sino que amaba su verdadera identidad como hijo de Dios y sabía que Dios también lo amaba. Oré de esta manera hasta que sentí que el amor vencía el temor.
En ese momento se acercó un tren, y el joven caminó hacia él a través de las vías. Me di cuenta de que se dirigía hacia el paso del tren que se aproximaba, así que salté, corrí hacia él y grité por encima del sonido de la máquina: “Oye, ¿qué haces?”.
Se detuvo para responderme; lo cual fue perfecto porque con solo dos pasos más habría estado directamente frente al tren. Cuando este pasó, me miró y dijo: “Ya no me importa. Ya no me importa nada”. Y yo respondí: “Pero a mí sí. A mí sí me importa”.
En ese momento, sentí el abrazo del Amor divino y pude ver cómo estas palabras y la presencia del Amor lo estaban afectando. Nos quedamos hombro con hombro en quietud mental. Sentí que él percibía el amor detrás de las palabras “Pero a mí sí. A mí sí me importa”, y que el Amor, Dios, lo llenaba y conmovía su pensamiento. Permanecer tranquila con él fue increíble porque antes había sido muy volátil, errático y escandaloso.
Cuando el tren se alejó de la estación, el joven dio otro paso hacia él. Pero entonces me permitió tomarlo suavemente del brazo y darle la vuelta para alejarlo del tren que pasó muy cerca.
Nos sentamos en un banco y hablamos un poco. Se disculpó y charlamos sobre el amor y la bondad y sobre ser amables unos con otros y con nosotros mismos. No pensé en ello como dos personas hablando entre sí, sino como Dios, el Amor divino, impartiendo Su cuidado a Sus amados hijos. Sentí que los brazos de nuestro Padre-Madre Dios nos sostenían, y después de un rato, nos fuimos por caminos separados.
El poema de la Sra. Eddy “Cristo, mi refugio” describe el efecto de esta inspirada espera en Dios:
Resuena el arpa del pensar
con la canción,
que tierna y dulce calma ya
todo dolor.
La idea surge angelical
en su claror,
y es ella canto celestial
de fe y amor.
(Escritos Misceláneos, pág. 396)
Estas palabras nos animan a considerar cómo estamos esperando. ¿Esperamos pacientemente con la expectativa de un bien que se manifiesta continuamente? Y las cuerdas del arpa de nuestro pensar, ¿están sintonizadas y son receptivas al cuidado amoroso y siempre presente de Dios?
La mayoría de las preocupaciones que mencioné al principio de este artículo ya se han resuelto muy bien. Y cada vez que me pongo nerviosa o estoy preocupada, afirmar estas ideas sobre la espera me ayuda a recuperar mi confianza y paz, porque ilustran que el Amor divino siempre nos sostiene a todos en su cálido abrazo. La espera es un tiempo santo gobernado por Dios que nos permite dar testimonio de que el Amor se da a conocer.
