En mi vecindario, la señal de caminar para peatones tiene un audio que ordena: “¡Espera!” para decirles que aún no es hora de cruzar la calle. A mis amigos y a mí nos gusta agregar en broma “solo en Dios”, mientras nos quedamos allí esperando nuestro turno para cruzar. Recientemente, agradecí este recordatorio porque había muchas cosas que estaba esperando: resultados de los exámenes, un cambio de trabajo, una solicitud de vivienda, planes de vacaciones, relaciones a establecer, etc.
Al reconocer que necesitaba buscar un sentido más elevado e inspirado de lo que significa esperar, recurrí a la Biblia. Allí leí la historia del hombre en el estanque de Bethesda que había estado esperando casi cuarenta años para ser sanado de una enfermedad (véase Juan 5:2-9). Se creía que el movimiento del agua tenía propiedades curativas, y él esperaba ser el primero en entrar al agua cuando se moviera. Mientras los que estaban en el estanque esperaban este movimiento con la esperanza de ser sanados, Jesús sanó al enfermo instantáneamente, a través del movimiento que Dios efectuó en el pensamiento de este. Al decirle al hombre que se levantara de inmediato y caminara, Jesús mostró que Dios, el bien, no reparte Sus bendiciones a unas pocas personas en raras ocasiones, sino que está presente ahora mismo, siempre bendiciendo a todos Sus hijos amados por igual. Este cambio de perspectiva sanó al hombre, quien inmediatamente se levantó y caminó.
Casi dos mil años después, la Descubridora y Fundadora de la Ciencia Cristiana, Mary Baker Eddy, describió el tipo de espera que es constructiva. Instruyó a los que seguían las enseñanzas de Jesús a “esperar pacientemente a que el Amor divino se mueva sobre la faz de las aguas de la mente mortal, y forme el concepto perfecto” (Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, pág. 454).