En el primer capítulo del Génesis, leemos que Dios hizo al hombre —la verdadera identidad de ti y de mí— a Su imagen y semejanza. Pero eso no es todo. También nos dio dominio sobre toda la tierra. Si bien eso puede ser fácil de afirmar en la comodidad de un sillón, es una historia completamente diferente cuando se enfrenta lo que parece ser una crisis. ¿Qué se debe hacer, por ejemplo, cuando se enfrentan las amenazas de un infierno furioso, una inundación poderosa, un accidente grave, un problema de salud paralizante o cualquier otra amenaza aparente?
La Biblia está llena de tales relatos. Pero también está llena de ejemplos notables de la liberación de Dios, como cuando David cantó: “Las ondas de la muerte me cercaron, los torrentes de iniquidad me atemorizaron; … En mi angustia invoqué al Señor, sí, clamé a mi Dios; desde su templo oyó mi voz, y mi clamor llegó a sus oídos. … Extendió la mano desde lo alto y me tomó; me sacó de las muchas aguas.
Me libró de mi poderoso enemigo, de los que me aborrecían, pues eran más fuertes que yo” (2 Samuel 22:5, 7, 17, 18, LBLA).
Una lectura de los relatos bíblicos conduce a una revelación sorprendente: La liberación de una crisis nunca comienza con una acción o reacción física, sino con una respuesta mental mediante la oración. El vencedor se ve impulsado a volverse confiadamente a Dios para comenzar a presenciar la coincidencia de la influencia divina de Dios con la necesidad humana. No se puede exagerar el beneficio práctico de tal respuesta. En la Biblia se resume de esta manera: “No nos ha dado Dios espíritu de cobardía, sino de poder, de amor y de dominio propio” (2 Timoteo 1:7).
Una “mente sana” nunca concluye que Dios, la Mente única, es la fuente de cualquier elemento destructivo. Como aprendemos al estudiar la Biblia y los escritos de Mary Baker Eddy, la Fundadora de la Ciencia Cristiana, Dios es solo bueno y, por lo tanto, crea solo el bien.
No obstante, uno podría preguntarse: “¿De qué sirve una mente sana cuando las crisis que enfrentamos son físicas?”. Es todo. Tiene el potencial de calmar las crisis. Esto se debe a que, como aprendemos en la Ciencia Cristiana, nuestra experiencia es en realidad la proyección de la consciencia, es nuestro pensamiento exteriorizado. La Sra. Eddy escribe: “La mente mortal ve lo que cree tan ciertamente como cree lo que ve. Siente, oye y ve sus propios pensamientos” (Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, pág. 86).
Esto se ilustra en el libro de Marcos en la Biblia, donde leemos que Jesús y sus discípulos una vez se vieron envueltos en una violenta tormenta en una barca (véase 4:36-41). Azotados por vientos huracanados y olas amenazadoras y temiendo por sus vidas, los discípulos despertaron a Jesús de su sueño y le suplicaron que los salvara. Él se puso de pie y “reprendió al viento” y dijo al mar: “Calla, enmudece”. Entonces “cesó el viento, y se hizo grande bonanza”.
Jesús estaba en la misma barca, en el mismo lago, al mismo tiempo que sus discípulos. ¿Cómo pudo haberse dormido? Lo que lo diferenciaba de sus estudiantes era que en su consciencia no estaba la tormenta. La única manera de comprender el estado apacible de Jesús en medio de lo que parecía ser una crisis es darse cuenta de que él entendía que, en realidad, en el reino de la armonía perpetua de Dios, jamás podría haber una tormenta.
La Sra. Eddy escribe de Jesús: “Recordemos que el gran Metafísico sanaba a los enfermos, resucitaba a los muertos y mandaba hasta a los vientos y a las olas, los cuales le obedecían debido sólo a su gran supremacía espiritual” (Mensaje a La Iglesia Madre para 1901, pág. 19). Su elevado pensamiento, que era uno con Dios, no incluía ninguna sugestión de nada que no fuera de Dios, el bien.
La Sra. Eddy escribe en otra parte: “Jesús nos enseñó a caminar por encima de, no dentro de ni con las corrientes de la materia, o sea la mente mortal. … reprendió a los vientos, sanó a los enfermos, —todo en oposición directa a la filosofía humana y a las llamadas ciencias naturales. El anuló las leyes de la materia, demostrando que son leyes de la mente mortal y no de Dios” (La unidad del bien, pág. 11).
Al seguir el ejemplo de Jesús, descubrimos que lo que pensamos antes o durante una crisis es de suma importancia e influye directamente en nuestra experiencia. Ya sea de antemano, cuando trabajamos para no creer que hay poderes que actúan en contra de Dios y Su bondad, o cuando enfrentamos circunstancias extremas y escuchamos atentamente la guía confiable de Dios en lugar de dejarnos atrapar por el miedo, debemos permanecer en esa “ascendencia espiritual” que Jesús demostró.
Tuve la oportunidad de demostrar esto cuando me enfrenté a una crisis. Cuando era joven, dirigí a un grupo de adolescentes en un viaje de mochileros de altura. A los pocos días de la caminata, nos encontramos expuestos en una cresta por encima de la línea de árboles, cuando una feroz tormenta descendió sobre nosotros rápida e inesperadamente. Corrimos como locos para poner las lonas para protegernos a nosotros mismos y a nuestro equipo de la lluvia, pero el viento era tan intenso que rompió los postes de la tienda de campaña y revoleó nuestro equipo como plantas rodadoras. Con los relámpagos bailando a nuestro alrededor, parecía que no había lugar para refugiarse.
Al principio, el miedo parecía estar tomando las decisiones, pero al recurrir a Dios en busca de ayuda, obtuve la indicación muy clara de que todos nos tumbáramos en el suelo uno al lado del otro en grupos, nos cubriéramos con las lonas, les pusiéramos estacas y esperáramos a que pasara la tormenta. Empacados como sardinas debajo de nuestras lonas, alguien sacó una Biblia y comenzó a leer —prácticamente gritando— el Salmo veintitrés en voz alta. Luego, otros comenzaron a compartir pasajes conocidos a medida que se pasaba el libro. Fue como un servicio religioso en la cima de la montaña. Una sensación de calma cayó sobre nosotros y nos sentimos menos perturbados por el caos que nos rodeaba.
Finalmente, la tormenta se movió por el valle y el sol atravesó las nubes. Caminé hasta un punto rocoso donde pude observarlo y agradecer a Dios por nuestra liberación. Unos minutos más tarde me di cuenta de que no estaba solo. Uno por uno, el grupo se había reunido a mi alrededor en silenciosa reverencia. Fue una experiencia santa.
Más tarde me enteré de que nuestra protección había sido mayor incluso de lo que había entendido en ese momento, cuando me dijeron que la posición adecuada que se debe tomar cuando se enfrenta una tormenta eléctrica al aire libre es una posición agachada, y que acostarse lo expone a uno a un peligro mayor. Pero, de hecho, habíamos sido protegidos, no por la posición de nuestros cuerpos, sino por la confianza en Dios en nuestros corazones.
Actuamos con más sensatez en tiempos de crisis cuando manejamos el temor primero. “El perfecto amor echa fuera el temor”, leemos en 1 Juan 4:18. Saber que Dios no conoce nada más que amor por nosotros y nos envuelve continuamente en Su amor echa fuera el temor de que alguna vez podamos salir de él. Entonces tenemos la sensatez mental para escuchar los mensajes angelicales de Dios que nos guían en los pasos que debemos dar. En algún momento, aprenderemos que, los sucesos destructivos, puesto que no vienen de Dios, no tienen más realidad o capacidad para hacernos daño que la tormenta a Jesús y sus discípulos.
La Ciencia Cristiana también enseña la importancia de apartarse del miedo en las crisis de salud. Hacerlo nos permite mantenernos conscientes de la verdad y aprovechar más la omnipotencia y omnipresencia de la bondad de Dios. En Ciencia y Salud leemos: “A medida que el pensamiento humano cambie de un estado a otro, de dolor consciente y de consciente ausencia de dolor, del pesar a la alegría —del temor a la esperanza y de la fe a la comprensión— la manifestación visible será finalmente el hombre gobernado por el Alma, no por el sentido material” (pág. 125).
Experimenté pruebas de esto cuando me enfrenté a lo que pareció una crisis corporal. Al hacer algunos trabajos de jardinería, corté y quité varias plantas y las acarreé en los brazos vistiendo tan solo unos pantalones cortos y una camisa sin mangas. Todo estuvo bien hasta esa noche, cuando una terrible erupción comenzó a extenderse por gran parte de mi cuerpo. Más tarde supe que entre las plantas que corté había hiedra venenosa, algo con lo que no tenía experiencia, ya que nunca había vivido en lugares donde crecía.
El desafío parecía más de lo que podía manejar por mí mismo, así que llamé a un practicista de la Ciencia Cristiana para que orara conmigo. Sentí algo de alivio de inmediato, pero la verdadera curación no tuvo lugar sino hasta unos días después.
Caminaba solo, deleitándome con el hecho de que la irritación había disminuido al punto que sentía que el desafío casi había terminado. Pero en ese momento, volvieron a manifestarse los síntomas, esta vez más agresivos. Ciertamente, pareció como una crisis personal. Pero acababa de leer esto en Ciencia y Salud: “La Mente tiene el dominio sobre los sentidos corporales, y puede vencer a la enfermedad, el pecado y la muerte. Ejerce esta autoridad otorgada por Dios. Toma posesión de tu cuerpo y gobierna sus sensaciones y acciones. Levántate en la fortaleza del Espíritu para resistir todo lo que sea desemejante al bien. Dios ha hecho al hombre capaz de esto, y nada puede invalidar la capacidad y el poder divinamente otorgados al hombre” (pág. 393).
Con esta verdad en la mano, hablé con autoridad a la sugestión de que una erupción tenía poder sobre mí, o incluso existía. Hablé en voz alta y con convicción. Mientras lo hacía, sentí que el poder de la Verdad y el Amor divinos me inundaban. Al instante, la irritación y otros síntomas se detuvieron, simplemente porque dije la verdad con convicción. Y nunca regresaron.
El apóstol Pablo dijo: “Porque las armas de nuestra milicia no son carnales, sino poderosas en Dios para la destrucción de fortalezas, derribando argumentos y toda altivez que se levanta contra el conocimiento de Dios, y llevando cautivo todo pensamiento a la obediencia a Cristo” (2 Corintios 10:4, 5). Esto es realmente lo que hace una mente sana. Sus pensamientos están alineados con el Cristo, la verdadera idea de Dios, o en obediencia al Cristo. Esto nos permite despertar a la omnipresencia y omnipotencia de Dios.
Un día descubriremos que podemos tener una mente sana en toda circunstancia. Es naturalmente nuestra, porque somos la imagen de Dios. Él nos da la capacidad de sentir que Su omnipotencia reina en nuestra consciencia y, por lo tanto, en nuestra experiencia. Esto va acompañado de la pacífica certeza de que la creación espiritual de Dios —la única creación que realmente existe— es inmutable, armoniosa, está intacta y a la mano para percibirla.
