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Una profesora universitaria ora por la inteligencia artificial

De El Heraldo de la Ciencia Cristiana. Publicado en línea - 14 de julio de 2025


“La sabiduría que es de lo alto es primeramente pura, después pacífica, amable, benigna, llena de misericordia y de buenos frutos, sin incertidumbre ni hipocresía” (Santiago 3:17).

En esta era de inteligencia artificial y chatbots, es útil recordar que la sabiduría que proviene de la Mente divina —Dios— es supremamente poderosa y que debemos esforzarnos por confiar exclusivamente en esta infinita y única inteligencia genuina.

Un chatbot es un programa informático capaz de simular el habla humana, escrita o hablada, y puede “conversar” con los usuarios. Los chatbots se basan en la inteligencia artificial, o IA, y muchos son capaces de generar trabajos escritos, tales como ensayos, trabajos de investigación, etc. A los profesores de redacción les preocupa que los estudiantes hagan trampa al presentar como propios trabajos escritos con la ayuda de la IA. Estoy agradecida de recordar que es la sabiduría de lo alto la que está realmente a cargo.

Como profesora universitaria que enseña redacción, me alarmé cuando escuché lo que podían hacer los chatbots. Me enteré de ellos mientras escuchaba un informe de radio sobre una prueba recientemente desarrollada para el trabajo generado por el chatbot. Pero el semestre aún no había comenzado, y realmente no comprendí cuán  urgente e importante era esta información. Que yo supiera, en aquel momento, no había encontrado el problema en mi salón de clases.

Un mes después del inicio del semestre, mi universidad envió a los profesores un paquete de información sobre la IA. Aunque sugería formas en que ciertas carreras podrían utilizar legítimamente la tecnología en su plan de estudios, me sentí  desamparada como profesora de redacción. La universidad aún no había formulado soluciones específicas respecto a hacer trampa mediante el uso de la IA, ni ofrecía una forma de verificar el trabajo generado por IA que los estudiantes podrían hacer pasar como propio.

Visto en retrospectiva, debería haber comenzado a orar de inmediato para reconocer cómo la presencia y el poder de la Mente divina afectarían la situación, pero yo estaba en cambio ligeramente preocupada de que hubiera pasado por alto documentos escritos con IA. Días después, me encontré cara a cara con el problema. 

Al principio del semestre, mis estudiantes escribieron cuatro trabajos cortos en preparación para un proyecto de redacción más largo. Después del cuarto trabajo, se me ocurrió quedarme con tres estudiantes después de clase para darles más instrucciones sobre las citas adecuadas. No era normal que lo hiciera, pero ahora sé que la inteligencia divina estaba afirmando tiernamente su autoridad. Hacer esto me dio tiempo extra un fin de semana para calificar esos trabajos. Descubrí que sonaban “sin sentido” y tenían temas que se apartaban de la tarea. Pensé que los escritores podrían haber copiado artículos del Internet, pero no pude encontrar coincidencias al hacer una búsqueda en línea. Se lo mencioné a mi esposo, quien me preguntó: “¿Fueron escritos por un chatbot?”.

Finalmente, recurrí a Dios. Mary Baker Eddy, la Descubridora de la Ciencia Cristiana, pregunta: “... ¿por qué quedarnos horrorizados ante la nada?” (Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, pág. 563). ¡Había estado horrorizada ante una supuesta inteligencia que, en realidad, tenía la palabra artificial en su nombre! Pero ahora estaba decidida a no continuar haciéndolo, al mismo tiempo que era consciente de que la universidad estaba ansiosa de que los estudiantes no fueran acusados falsamente. Recurrí a un himno del Himnario de la Ciencia Cristiana que incluye el llamado: “Hazme saber el camino donde debo poner mis pies” (Susan Thierman, N.° 457, © CSBD), y esto se convirtió en mi oración constante.

Me tomé un descanso para devolverle algo a mi vecina y, mientras la visitaba, mencioné que estaba tratando de determinar si los estudiantes habían entregado trabajos escritos por un chatbot, pero no sabía cómo verificarlo. Ella nunca había oído hablar de los chatbots, así que le expliqué lo poco que sabía.

Una hora más tarde, esa vecina me envió por correo electrónico un enlace a un verificador de chatbot, que era, de hecho, del mismo informe de radio que había escuchado antes de que comenzara el semestre. Me maravillé de que la Mente divina me hubiera hecho llegar la información a través de un medio tan inesperado, y supe que se me estaba mostrando dónde “poner mis pies”. Pasé los documentos por el programa de verificación del chatbot y descubrí que probablemente habían sido escritos con IA.

Me quedé momentáneamente paralizada sobre cómo confrontar a los estudiantes. Mi esposo señaló que la Lección Bíblica de esa semana del Cuaderno Trimestral de la Ciencia Cristiana era sobre el tema “Mente”. Me sugirió que cada vez que lo leyera, escuchara lo que decía que pudiera aplicarse a esta situación. 

La lección incluía el hermoso pasaje en el que Salomón le pide a Dios lo siguiente: “Da, pues, a tu siervo corazón entendido para juzgar a tu pueblo, y para discernir entre lo bueno y lo malo; porque ¿quién podrá gobernar este tu pueblo tan grande?” (1.° Reyes 3:9). Poco después de que Salomón pide esa sabiduría, dos prostitutas acuden a él para que juzgue quién es la verdadera madre de un bebé (véanse versículos 16-28). Ambas mujeres dieron a luz, pero uno de los recién nacidos murió en la noche. Una de las mujeres afirma que la madre del bebé que murió lo cambió por el niño vivo mientras la madre dormía. Las dos llevan su disputa a Salomón, quien discierne quién es la madre legítima.

Independientemente del tipo de vida que llevaran estas mujeres, Salomón sabía que merecían un buen juicio. Vi una analogía obvia: Los estudiantes que podían haber hecho trampa en sus trabajos también merecían un buen juicio. Oré por un juicio divinamente inspirado como el de Salomón.

La respuesta llegó. Me di cuenta de que debía poner mis pies en el camino del Amor infinito al no llamar a los jóvenes frente a sus compañeros de clase. En cambio, escribí una carta a toda la clase explicando que había adoptado un verificador de chatbot. Esto causó sorpresa: los estudiantes no se habían dado cuenta de que existía tal cosa. Expuse la penalización por entregar documentos escritos por chatbots. 

Luego, en una carta privada a cada uno de los tres jóvenes, les expliqué que tenía buenas razones para creer que el artículo que habían entregado había sido escrito con IA. Les dije que, si estaba equivocada, solo tenían que mostrarme sus fuentes originales. Debido a que estamos en una universidad cristiana, terminé la carta con esta cita de la Epístola de Santiago en la Biblia: “¿Quién es sabio y entendido entre vosotros? Muestre por la buena conducta sus obras en sabia mansedumbre. … La sabiduría que es de lo alto es primeramente pura” (3:13, 17).

Me sentí agradecida de saber que Dios mantenía el verdadero carácter de estas personas, el carácter que Dios conocía y creó, y que ellos eran capaces de vivir de acuerdo con él. Cada uno se acercó a mí en privado y me dijo: “Usé un chatbot. Lo siento mucho”.

Me regocijé en silencio de que los estudiantes hubieran admitido su culpa. Estaban preocupados por sus calificaciones, pero les dije que este era el mejor resultado posible. Todos tenían derecho a una calificación baja entre los cuatro trabajos cortos, y esto sería todo para ellos. Entendieron que la situación debía ser reportada a la universidad; sin embargo, nuestra universidad tiene la política de dar a los infractores una oportunidad más de vivir de acuerdo con las normas morales adecuadas. La universidad esperaba redención, y yo también. Los alumnos prometieron con alivio y gratitud que se esforzarían por vivir de acuerdo con esas normas: las normas dictadas por la verdadera sabiduría.

Estoy agradecida por la amorosa inteligencia que Dios me brindó mientras trataba de comprender y responder al mal uso de la inteligencia artificial. Se puede confiar en esta promesa bíblica: “Si alguno de vosotros tiene falta de sabiduría, pídala a Dios, el cual da a todos abundantemente y sin reproche, y le será dada” (Santiago 1:5).

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