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¿Son los terremotos y los tsunamis “un designio divino”?

De El Heraldo de la Ciencia Cristiana. Publicado en línea - 30 de enero de 2020


A veces se habla de ellos de esa forma; ¿es que son el resultado del impulso desconsiderado de Dios o incluso de Su indiferencia respecto a la existencia del hombre?

Aunque no todas, muchas personas responderían con un enfático “¡Por supuesto que no!” Yo también lo haría. ¿Por qué pienso tan firmemente así? Mi respuesta se basa en lo que he aprendido de Dios; cómo es Dios en realidad, cómo trata a Su creación. La Biblia contiene capítulo tras capítulo, libro tras libro, que revelan la bondad y la naturaleza afectuosa de Dios. Cuando leemos toda la Biblia, vemos claramente que es un registro maravilloso de los innumerables actos y acciones amorosas de Dios.

En lugar de actuar como alguna deidad caprichosa y distante, a Dios en realidad le encanta expresar bondad y alegría en Su amada creación. Jesús dijo: “No temáis, manada pequeña, porque a vuestro Padre le ha placido daros el reino” (Lucas 12:32).

El registro y ejemplo de Jesús nos dan una perspectiva mucho más clara de la naturaleza buena y tierna de Dios. La Biblia cuenta que, en una ocasión, Jesús estaba con sus discípulos en una barca en el mar. De pronto surgió una gran tormenta. La gente que estaba allí debió haberse sentido aterrada. ¿Cómo respondió Jesús? “Levantándose, reprendió al viento, y dijo al mar: Calla, enmudece. Y cesó el viento, y se hizo grande bonanza” (Marcos 4:39).

Si una tormenta violenta fuera un designio divino, Jesús hubiera estado desafiando la voluntad de Dios al querer detenerla. Si Dios realmente hubiera enviado la tormenta, Jesús, la persona que estuvo en armonía con Dios más que nadie en la historia, la habría, por supuesto, recibido con agrado, así como también el daño que potencialmente podría haber hecho. Sin embargo, no fue eso lo que ocurrió. Por medio del poder de Dios “cesó el viento, y se hizo grande bonanza”. 

El hecho de que hayamos estado en una tormenta o en un incendio no significa que Dios no nos ama. Por más increíblemente difíciles que parezcan ser los incendios, inundaciones, huracanes y terremotos, los mismos pueden ser oportunidades para ser testigos, no de la furia del Señor, sino del increíble amor de Dios. Mary Baker Eddy, la Descubridora y Fundadora de la Ciencia Cristiana, dio esta alentadora declaración: “Mi fe en Dios y en Sus seguidores descansa en el hecho de que Él es el bien infinito, y que da a Sus seguidores la oportunidad de usar sus virtudes ocultas, de poner en práctica el poder que yace escondido en la calma y que las tormentas despiertan al vigor y a la victoria” (La Primera Iglesia de Cristo, Científico, y Miscelánea, pág. 204). 

Me encanta el hecho de que Dios es el bien infinito. “Dios es amor”, dice la Biblia (1 Juan 4:16). Dios no tiene otra cosa para ofrecer a Su creación sino bondad y amor. Ninguna persona, suceso, tormenta, incendio o terremoto puede separarnos de Dios en ningún momento. Hacia el final de la Biblia, el amor de Dios —y la unidad de Dios y la creación— es obvia. El apóstol Pablo escribió: “Estoy seguro de que ni la muerte ni la vida, ni ángeles ni principados ni potestades, ni lo presente ni lo por venir, ni lo alto ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios” (Romanos 8:38, 39). Somos la idea y expresión amada de Dios, del Amor divino. Dios y Su expresión no están, no pueden estar, separados.

El estado del Amor divino incluye solidez, integridad y permanencia. Comprender esto, aunque sea un poco, es una oración eficaz. Permite que hagas valer el poder de Dios en tu pensamiento, el cual gobierna la vida y la experiencia. Dado que es Dios quien verdaderamente actúa en el hombre y en el universo espiritual, entonces, Dios está siempre actuando en nosotros, a través de nosotros, todo alrededor de nosotros. En Japón, y en cada país del mundo, nos complacemos, no en la indiferencia y la superstición, sino en el amor constante de Dios. La Biblia dice: “Las muchas aguas no podrán apagar el amor, ni lo ahogarán los ríos” (Cantares 8:7). 

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