Era el comienzo de mi segundo año, y acababa de regresar a mi bachillerato después de pasar un año en una escuela diferente. Aunque conocía a algunos de mis compañeros de clase, me sentía excluida y como si no fuera mi lugar correcto, ya que había perdido un año con ellos. Este sentimiento se intensificaba cuando estaba con mi equipo de fútbol.
Casi todas ya tenían una amiga en el equipo, así que sentía que nadie quería que estuviera allí. Durante los partidos, había momentos en que mis compañeras de equipo se sentían frustradas conmigo, y consideré seriamente dejar el equipo.
Hablé con mis padres y amigos al respecto. Pero al no saber qué hacer, me di cuenta de que podía orar por la situación, como había aprendido en la Escuela Dominical de la Ciencia Cristiana.
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