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Para niños

El rey del corral

De El Heraldo de la Ciencia Cristiana. Publicado en línea - 19 de diciembre de 2022


Cuando tenía siete años, todo lo que quería para Navidad era un cerdo barrigón. Mi abuela me sorprendió con el regalo de un cerdito manchado. Lo llamé Otis. Diez años y medio después, este cerdo, que alguna vez fue pequeño, pesa ahora unos asombrosos cincuenta y nueve kilos y reside en el corral. 

A diferencia de las otras criaturas de la granja, Otis prefiere vivir en su propio patio justo afuera del pastizal principal en la granja de mi familia. Le gusta que los otros animales sepan cuán inteligente es, y cuando no está presumiendo, durmiendo, comiendo o buscando algo para comer, Otis tiene un trabajo importante en la granja. Cuando los huéspedes vienen de visita, les da la bienvenida, e incluso deja que los niños le pinten sus pezuñas. 

Hace unos dos años, la salud de Otis decayó, su apetito disminuyó y perdió mucho peso. Comenzamos a alimentarlo con comidas más dulces y suaves, lo que lo animó a comer y pareció ayudar por un tiempo. Pero luego, mientras yo estaba fuera de la ciudad en una visita a la universidad, empeoró. Muy preocupada, mi madre habló con nuestro veterinario de ganado, quien le dijo que los cerdos viejos a veces simplemente se van apagando, y que no había mucho que pudiera hacer para ayudar.   

Cuando llegué a casa, llamé a una amiga que tiene años de experiencia en la crianza de cerdos, y ella dijo que uno de los suyos había experimentado síntomas similares, lo que posiblemente indicaba cáncer, y había muerto poco después. Estas palabras me llenaron de miedo. Sin embargo, luché contra el impulso de ceder a la desesperanza y la desolación. 

He tenido muchas curaciones a través de la oración en mi vida, a menudo con la ayuda de un practicista de la Ciencia Cristiana. Llamé a una practicista para que esta vez orara por mí también, y me sentí inmediatamente agradecida de haberlo hecho.

La practicista me explicó con firmeza y confianza que todas las criaturas de Dios son esencialmente ideas espirituales bajo el gobierno amoroso de Dios; y compartió la idea de Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, por Mary Baker Eddy, de que “no hay interrupción de la acción armoniosa” (pág. 420). Comprendí que Dios es la fuente de toda acción, y dado que Dios es supremo, no hay nada que pueda interferir o detener la acción armoniosa y vivificante de Dios.

Mi temor desapareció de inmediato. Comprendí que Otis no estaba gobernado por las leyes de la mortalidad, sino por las leyes armoniosas y sustentadoras de Dios, el bien. Y al sentarme a su lado, ya no lo vi como un cerdo enfermizo y añoso. Lo vi como el pequeño cerdito manchado luciendo un sombrero de Papá Noel debajo del árbol de Navidad. Lo vi huir de mí en el huerto con una manzana en la boca. Recordé cómo escuchó pacientemente a un grupo de estudiantes de tercer grado leerle “La telaraña de Carlota”. Yo sabía que el paso del tiempo nunca podría privarlo de la inocencia, la alegría, la paciencia y la vitalidad que ejemplificó en cada una de estas ocasiones. Son cualidades que él expresa para siempre porque vienen de Dios. 

Cuando fui al granero unas horas más tarde, Otis me saludó en la puerta, gruñendo de hambre y moviendo la cola. Feliz de verlo levantado, corrí de regreso a la casa a buscar su próxima comida. La devoró con entusiasmo. También estaba activo y hambriento al día siguiente. Me sentí muy agradecida de haber sido testigo de su curación.

No obstante, unos días después, Otis manifestó los mismos síntomas de nuevo, y llamé otra vez a la practicista. Ella me preguntó: “¿Cómo puedes volver a un lugar en el que nunca has estado?”. Era un buen punto. Me di cuenta de que, si Otis nunca había sido otra cosa más que la identidad espiritual que Dios le había dado, la cual estaba gobernada por Dios, entonces no podía volver a ser algo que nunca había sido: enfermo. En mis propias oraciones, denuncié la creencia de que podría haber un lapso en el progreso espiritual, ya que “el progreso es la ley de Dios...” (Ciencia y Salud, pág. 233). 

Efectivamente, la próxima vez que fui a controlar a mi cerdo, estaba sano, perfecto y lleno de vida. Desde entonces, ha recuperado los 11 kilos que había perdido y le gustaría que lo alimentaran tan a menudo como sea posible.

Esta maravillosa curación renovó mi confianza en Dios y la eficacia de la oración. Otis continúa siendo el rey del corral, por lo menos en lo que a él respecta.  

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