Cuando tenía siete años, todo lo que quería para Navidad era un cerdo barrigón. Mi abuela me sorprendió con el regalo de un cerdito manchado. Lo llamé Otis. Diez años y medio después, este cerdo, que alguna vez fue pequeño, pesa ahora unos asombrosos cincuenta y nueve kilos y reside en el corral.
A diferencia de las otras criaturas de la granja, Otis prefiere vivir en su propio patio justo afuera del pastizal principal en la granja de mi familia. Le gusta que los otros animales sepan cuán inteligente es, y cuando no está presumiendo, durmiendo, comiendo o buscando algo para comer, Otis tiene un trabajo importante en la granja. Cuando los huéspedes vienen de visita, les da la bienvenida, e incluso deja que los niños le pinten sus pezuñas.
Hace unos dos años, la salud de Otis decayó, su apetito disminuyó y perdió mucho peso. Comenzamos a alimentarlo con comidas más dulces y suaves, lo que lo animó a comer y pareció ayudar por un tiempo. Pero luego, mientras yo estaba fuera de la ciudad en una visita a la universidad, empeoró. Muy preocupada, mi madre habló con nuestro veterinario de ganado, quien le dijo que los cerdos viejos a veces simplemente se van apagando, y que no había mucho que pudiera hacer para ayudar.
Iniciar sesión para ver esta página
Para tener acceso total a los Heraldos, active una cuenta usando su suscripción impresa del Heraldo ¡o suscríbase hoy a JSH-Online!