Estaba haciendo rafting en las agitadas aguas del río Arkansas. Las olas, intimidantes para las otras personas en mi bote, no me asustaban para nada. Volamos alrededor de un recodo del río, y cada rápido no era para mí más que un amistoso bache. Estaba tan feliz, tan listo, tan seguro. Hundí mi remo hacia adelante.
“¡Alto!”, gritó nuestro guía. Pero no lo escuché. Estaba demasiado ocupado haciéndome el valiente con las olas.
Nuestro bote se estrelló contra una roca invisible. Salí volando de la balsa, caí en el agua helada y me quedé sin aliento. Salí a la superficie rápidamente, mi chaleco salvavidas me levantó. Pero empecé a entrar en pánico porque estaba tan lejos que mis compañeros de balsa no podían verme. Fue entonces que también me di cuenta de que era el único en el agua.
Luché por cruzar el río hacia la balsa. Mi cuerpo estaba demasiado cerca del lecho del río como para que patear fuera de mucha ayuda. Cada vez que pateaba, mis piernas se estrellaban contra las rocas, magullándome y cortándome las rodillas y los muslos. No sabía qué hacer. Peor aún, un enorme abismo de aguas bravas se arremolinaba por delante.
Recordé historias que había oído de personas que se habían quedado atrapadas en estos torrentes. Forcejeé, agitando con violencia los brazos, pero parecía inútil.
Si no había estado aterrorizado antes, ciertamente lo estaba ahora. El agua que brotaba debajo de mí creó un torrente que me alejaba de ella y me empujaba hacia ella al mismo tiempo. Dejé escapar un chillido mientras descendía a las profundidades heladas.
Justo en ese momento, una idea de Dios —la inteligencia divina y el Amor— me vinieron al pensamiento. Sabía que venía de Dios porque me trajo paz aun en medio de esta situación aterradora. Era sorprendente lo claro que era el pensamiento. Me di cuenta de que, aunque parecía que lo único que podía ver era peligro, había otra forma de ver las cosas. Podía confiar en Dios. Tras esta idea, se me ocurrió dejar que mis brazos cayeran a los lados y ponerme de espaldas boca arriba. Lo hice, y un segundo después, salí disparado del hoyo.
El agua parecía más tranquila. Miré a mi alrededor y vi el sol. Estaba perfectamente enmarcado en el cielo sobre mí, y dirigía mis ojos a algo que flotaba a mi lado. ¡Era una soga! La agarré al instante y luego me fijé si provenía de la balsa. Y así era. Me sentí muy aliviado y, sin embargo, también comprendí cómo era posible este resultado: lo era porque confié en Dios en lugar de dejarme llevar por el miedo. Tiré de la soga con todas las fuerzas que me quedaban, y el guía me tiró hacia adentro. Agradecí especialmente por ese mensaje de Dios.
Hay una historia que un maestro de la Escuela Dominical de la Ciencia Cristiana me contó sobre una mosca atrapada entre dos cristales de una ventana. Volaba de un lado a otro tratando de escapar, pero estaba tan distraída por la luz que entraba a través de los cristales desde el exterior que no veía la abertura que había en la parte inferior de la ventana. El maestro bloqueó la luz entre los cristales de las ventanas para dirigir la mosca a la abertura. La mosca solo vio la apertura después de que la luz había sido bloqueada. Me gusta esto como una forma de pensar en lo que sucede cuando nos apartamos de las distracciones del miedo y la confusión y nos volvemos hacia Dios, hacia la luz de la Verdad. Entonces siempre encontramos la manera de avanzar.
Esta experiencia me enseñó que debemos cambiar nuestra perspectiva hacia Dios, el Espíritu y la verdad de que nuestra existencia es algo totalmente espiritual. Ya somos completos y seguros porque Dios nos crea y nos mantiene. Ninguna deliberación o preocupación humana puede llevarnos a la mejor y más inspirada solución, no obstante, nuestra sincera confianza en Dios, que es la Mente divina, sí puede. Como escribió Mary Baker Eddy, la Descubridora de la Ciencia Cristiana: “Ni el artificio ni el punto de vista ni la perspectiva materiales guían a la Mente infinita y a la visión espiritual que debe guiar, y que efectivamente guía, a Sus hijos” (Escritos Misceláneos 1883-1896, pág. 373).
Estoy agradecido de haber aprendido que podemos recurrir a Dios y confiar en que Él nos guiará pase lo que pase.
