Quería liberarme de la tutela de mis padres, quería independencia. Era 1975 y estaba tratando de encontrar mi camino en el mundo: pantalones de tiro corto, blusas de tubo, bandanas, pies descalzos y todo lo demás.
Un fin de semana, estaba disfrutando de un breve momento de libertad mientras compraba en el centro comercial. Me hallaba totalmente sumida en mis pensamientos y completamente inconsciente de lo que me rodeaba.
Al salir de una tienda, un hombre se me acercó. Fue muy amable y me colmó de cumplidos. Eso captó toda mi atención. Me dijo que era productor y que me quería para un comercial de spray para el pelo. Esto no era tan extraño como podría parecer: el centro comercial estaba en Los Ángeles.
¡Por supuesto que quería estar en un comercial! Él incluso tenía todas mis líneas escritas a máquina para que empezara a practicar. Quería que lo acompañara al estudio para ver cómo me iría frente a la cámara.
Pero tenía una voz en mi cabeza que no podía ignorar, que decía: “¡Primero tienes que hablar con tu mamá!”. En aquel entonces no había teléfonos celulares, así que llamé a mi mamá desde un teléfono público en el centro comercial, y acordó que él podría reunirse con ella, si me seguía a casa en su auto.
En casa, le dio a mi mamá su tarjeta de presentación y todos nos sentamos en la sala de estar a hablar de mi nueva carrera. Ella le hizo muchas preguntas, y él tenía respuestas para todas ellas. Mamá le dijo que no me dejaría ir sola al estudio y que tendría que ir conmigo. Él asintió, le agradeció por su tiempo y prometió que nos enviaría un auto al día siguiente.
Pero el auto nunca apareció. Cuando llamé al número de la tarjeta, la persona que atendió el teléfono no conocía a nadie por el nombre o el cargo que figuraba allí. Todo había sido una mentira.
Mi mamá me dijo que había orado por la situación. Ella había estado estudiando la Ciencia Cristiana, y exigía a mis hermanas y a mí que asistiéramos a la Escuela Dominical de la Ciencia Cristiana. Yo no quería tener nada que ver con eso, pero no era opcional. Aun así, cuando se hizo evidente que las intenciones del hombre no habían sido buenas, reconocí que sus oraciones habían marcado una gran diferencia para mantenerme a salvo del peligro.
Mi mamá me ayudó a ver que en realidad había sido protegida de cualquier daño. Señaló que este hombre no pudo haber visto mi cabello, porque estaba cubierto con una bandana. Entonces, ¿cómo pudo haber pensado que yo sería la persona adecuada para un comercial de spray para el cabello? Yo estaba devastada de que mi sueño hubiera sido aniquilado, pero a pesar de la decepción, aun así estaba agradecida de que no hubiera sido peor, de que no me hubieran secuestrado ni me hubieran hecho daño.
Sentí algo especial ese día, al darme cuenta de que las oraciones de mi madre habían marcado la diferencia. Dios dice en la Biblia: “No temas, porque yo estoy contigo” (Isaías 41:10). Me di cuenta de que Dios había estado conmigo, protegiéndome de este engaño; y supe entonces que está conmigo en todas partes, ya sea que esté pensando en Él o no. Me mostró que nuestra “intuición” es en realidad Dios que nos habla. Si bien no necesito andar asustada, puedo ser sabia y escuchar esa guía interior: la voz de Dios.
Estoy agradecida de decir que después de esta experiencia, no me la pasaba mirando por encima del hombro cuando salía. Si bien siempre trato de estar consciente de lo que me rodea, también sé que estoy siempre caminando con Dios y eso me mantiene a salvo.
Incluso si nos encontramos con personas que parecen tener malas intenciones, la realidad es que todos hemos sido creados a imagen y semejanza de Dios, como dice la Biblia. Dios es bueno, y eso es lo que nosotros también somos. Como reflejos de Dios, todos incluimos cualidades como pureza, bondad, inocencia y seguridad. A medida que reconozcamos estas cualidades en nosotros mismos y en los demás, experimentaremos más de la protección de Dios.
Años después, la misma voz que me protegió de ese hombre en el centro comercial también me dijo que mi hija necesitaba mi ayuda. Había ido a una cita y yo no tenía ni idea de dónde estaba. Lo peor de todo es que no contestaba el teléfono. Oré para saber que ella estaba bajo el cuidado de Dios y a salvo. Llegó a casa y me contó cómo una situación aterradora se había apaciguado. Yo estaba muy agradecida de que me hubieran recordado que siempre estamos bajo el cuidado de nuestro Padre-Madre Dios y que la seguridad es nuestro derecho.
Cuando te detienes a escuchar la voz de Dios, no importa la situación, Lo escucharás. Y te cuidará, tal como me cuidó a mí.