Hace poco, mientras caminaba por una vía ciclista, vi a una familia montando en bicicleta. El padre iba delante, su hijo pequeño en un asiento justo detrás de él y la madre en otra bicicleta.
Más adelante, había un tractor aparcado en un campo no muy lejos de la vía ciclista. La madre le dijo a su hijo: “¡Mira, hay un tractor grande allí!”. Pero el niño, sentado tan cerca de la espalda de su padre, sólo podía mirar lo que estaba directamente a la izquierda o a la derecha y no podía ver delante de él. Sin embargo, continuamente giraba la cabeza de un lado a otro en busca del tractor porque confiaba en lo que su madre le había dicho. Poco tiempo después, cuando la bicicleta de su padre estaba a la altura del tractor, el niño se regocijó al finalmente verlo.
A veces puede que no veamos la solución a un problema o una salida a una mala situación, o que estemos esperando una curación que aún no se ha producido. Pero Dios, el que todo lo sabe, ya ve lo que el sentido humano llama el resultado, porque Él sólo conoce el bien, y este bien siempre está sucediendo.
Si ponemos primero toda nuestra confianza en la Mente divina todopoderosa, Dios, tendremos confianza en Su bondad. Entonces, como el niño que siguió buscando porque confiaba en lo que su madre decía y finalmente pudo ver lo que ella le estaba diciendo, veremos evidencia tangible de la promesa del bien de Dios para nosotros, Sus amados hijos.
El jovencito siguió mirando, con verdadera expectativa. ¿Podemos hacer lo mismo? ¿Podemos ser tan persistentes y seguros en nuestra expectativa del bien?
En un momento de mi vida, mientras pasaba por un divorcio y estaba sola con tres hijos pequeños, descubrí que necesitaba mucha de esta confianza persistente en el bien. Tuve que encontrar un nuevo lugar para vivir, pero todo lo que estaba cerca era demasiado caro, no se adaptaba bien a las necesidades de nuestra familia o simplemente no estaba disponible tan rápido como lo necesitábamos.
Había estado orando, pero las limitaciones en mi forma de ver la situación me impedían ver una solución. Entre ellas estaban mis quejas sobre la horrible situación en la que nos había metido mi marido, que nos había dejado, y la autocompasión por el hecho de que yo estaba enfrentando el problema sola (mis padres vivían lejos en ese momento).
Mary Baker Eddy explica en su libro Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras: “Cualquier influencia que pongas en el lado de la materia, la quitas de la Mente, que de otro modo preponderaría sobre todo lo demás” (pág. 168). Así que había un cambio que tenía que hacer con respecto a dónde ponía el peso de mi pensamiento. ¿Continuaría rumiando acerca de los problemas —del lado de la materia— o, en cambio, me esforzaría con expectativa por ver a mi familia como Dios nos ve, no como mortales solitarios, sino como hijos e hijas de Dios, espirituales y eternamente cuidados?
Un domingo, mientras conducíamos de regreso de la iglesia, mi madre (quien, junto con mi papá, estaba pasando unos días con nosotros) me pidió que recogiera un periódico local porque ese era el día en que publicaban los anuncios de propiedades. Negué con la cabeza y le dije que había hecho esto todos los domingos durante los últimos meses, y que nunca había nada allí para nosotros. Pero ella insistió, así que lo compramos. Cuando llegamos a casa, vi que un amigo había dejado la página de anuncios del mismo periódico en la puerta de mi casa con una nota sobre un anuncio en la primera página.
La tristeza por mi situación comenzó a abrumarme, así que mientras mis padres atendían a los niños, me acurruqué con mi edredón, orando algo como: “Dios, sé que nos amas a mis hijos y a mí, y nos cuidas por ser Tu creación”. Entonces me vino una idea a la mente: Dondequiera que estemos, Dios ya ha establecido el mejor lugar para nosotros. Siempre estamos en casa con Dios.
En ese momento renuncié a todo el resumen de nuestros nuevos requisitos de vivienda, como la ubicación, el costo, el tamaño, etc. Me entregué completamente a Dios, confiando plenamente en el cuidado del Amor divino y en esta promesa del Salmo 23: “El Señor es mi pastor, nada me faltará” (versículo 1, LBLA). En la Biblia en francés, la segunda cláusula se traduce: “Je ne manquerai de rien” — “No me faltará nada”. Y estaba segura de que Dios nos guiaría a los “verdes pastos” que “aún no logro ver” (Anna L. Waring, Himnario de la Ciencia Cristiana, N° 148). Sentí renovada confianza en la promesa de Dios de que cuidaría de mis hijos y de mí. Sintiéndome en paz, me reuní con mi familia para un alegre almuerzo.
Por la tarde miramos los anuncios en el periódico, después de haber recibido una llamada de otra amiga que me alertaba sobre el listado en la primera página. Por lo general, en esta página aparecían las ofertas más selectas y caras. De hecho, había una casa hermosa, una que nunca hubiera soñado poder pagar.
El himno 382 pregunta: “¿Cuál es del Padre el plan / nacido de Su amor?” (Emily F. Seal, Himnario). La traducción al alemán de esta canción lo deja claro: “Der Vater hat für dich / Den allerbesten Plan”: “El Padre tiene para ti el mejor plan de todos”.
¡Esto era una promesa! Decidí apegarme a él. Dios sabe.
Durante la noche busqué la palabra bien en una concordancia de los escritos de la Sra. Eddy. Muchos pasajes alentadores me apoyaron. Uno que me llamó la atención y me llenó de gratitud de antemano por el bien que Dios tenía para nosotros fue: “’El bien es mi Dios, y mi Dios es el bien. El Amor es mi Dios, y mi Dios es el Amor’”.
“Amados alumnos, habéis entrado en el sendero. Persistid pacientemente en él; Dios es el bien, y el bien es la recompensa de todos aquellos que buscan diligentemente a Dios” (Escritos Misceláneos 1883-1896, pág. 206).
A la mañana siguiente llamé a la agencia inmobiliaria que ofrecía esa casa para preguntar el precio. Para mi gran sorpresa, era asequible. Aunque surgieron algunas dificultades, todas fueron superadas por medio de la oración, y felices nos mudamos a nuestro “paraíso”, como lo llamamos durante los 15 años que vivimos allí, en la fecha exacta en que teníamos que mudarnos de nuestra casa anterior. Si bien la casa estaba a cierta distancia de nuestro antiguo pueblo, mis hijos hicieron nuevos amigos y toda la situación demostró ser perfecta para nuestra familia.
En el momento de mayor desesperación, volverme de todo corazón a Dios me permitió ver más allá de las limitaciones y sentir una confianza total en Él. Comprendí que podía confiar en Dios, que es Amor, para que me guiara, y entonces pronto pude ver la manifestación del bien que Dios ya conocía y estaba causando para nosotros. Y este era, de hecho, el “mejor plan de todos”.
Siempre que parezca haber incertidumbre respecto al futuro, podemos confiar en la Mente omnisciente, que responde a todas las necesidades. Y descubrimos que apoyarnos de todo corazón en Dios nos ayuda a ser pacientes, satisfechos y confiados incluso antes de ser testigos del desarrollo del plan de Dios.