Hace unos años, tuve una experiencia que me enseñó el poder de negarme a tener miedo. Era el Día de Acción de Gracias, y mi esposo y yo íbamos a encontrarnos con unos familiares en un restaurante a varias horas de distancia. Como de costumbre, salimos temprano de casa para tomar la ruta escénica. Yo había estado experimentando algunas molestias en la espalda, pero encontré la manera de aferrarme a algo para poder recorrer los caminos llenos de baches. En la cena, tenía algo de dolor, pero aun así pude disfrutar de esos momentos con nuestros seres queridos.
Durante el fin de semana festivo, experimenté elevados niveles de dolor cada vez que me movía. Había estado orando, pero muy ocasionalmente. En un momento dado, tuve que ir al mercado para hacer nuestras compras semanales. Conducir yo misma significaba que no podría aferrarme a algo para evitar sentir los parches, baches y badenes aparentemente interminables de la carretera.
Al regresar a casa después de atravesar el mercado usando el carrito de compras como andador, y arrastrar luego las bolsas escaleras arriba hasta nuestro apartamento, me sentí miserable y llorando me tendí dolorosamente en el suelo.
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